Numerosos datos permiten afirmar que en el mundo el sobrepeso y la obesidad se convirtieron en problemas prioritarios de salud pública. Según estimaciones, existen globalmente 1.800 millones de mayores de 15 años con sobrepeso y de ellos 600 millones son obesos. Se calcula que en 2015 esas cifras crecerán hasta los 2.300 millones y 700 millones, respectivamente. Esta situación llevó a la Organización Mundial de la Salud a declarar la obesidad como la epidemia del siglo XXI.
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La obesidad puede definirse como la enfermedad crónica de origen multifactorial prevenible que se caracteriza por la acumulación excesiva de grasa o hipertrofia general del tejido adiposo en el cuerpo, ésta puede ser diagnosticada típicamente en términos de salud a partir de la medición del índice de masa corporal(IMC).
“Una primera aproximación parece mostrar que los senderos a través de los cuales el sobrepeso y la obesidad se desarrollan en distintos niveles socioeconómicos serían diferentes, lo cual requeriría de intervenciones también distintas”, explican a Argentina Investiga la doctora en Economía Karina Temporelli y la médica pediatra Carolina Miotto, responsables de un proyecto multidisciplinario dedicado a estudiar este problema en la Universidad. Según las especialistas, la aplicación de políticas públicas efectivas requiere de un profundo conocimiento de las causas que favorecieron el incremento de la patología en los últimos 50 años.
“Los cambios en los perfiles demográficos y epidemiológicos se traducen en una transición sanitaria y de riesgos en salud. Eso tiene que ver con procesos de industrialización, urbanización y modernización de la sociedad. Los factores de riesgo tradicionales como la contaminación del agua fueron sustituidos -al menos en parte- por otros más propios de los nuevos estilos de vida, que no siempre son saludables”, explican.
También agregan como factores de riesgo las elecciones individuales, marcadas por el consumo abusivo de sustancias nocivas como el tabaco y el alcohol, la alimentación excesiva y actividades laborales y de ocio cada vez más sedentarias.
“El sobrepeso y la obesidad, además de disminuir la calidad de vida de quienes la padecen, son factores que favorecen la aparición de otras enfermedades como la diabetes, los problemas cardíacos y algunos tipos de cáncer”, amplía Miotto.
Por su parte, Temporelli explica que “la obesidad se relaciona también con las condiciones socioeconómicas. La Encuesta Nacional de Factores de Riesgo muestra que a medida que aumenta el ingreso disminuye esta enfermedad, y que el nivel educativo se relaciona inversamente con la prevalencia de exceso de peso. Eso demuestra una vez más la necesidad de mejorar los programas que promueven la alimentación saludable en todos los niveles educativos”.
Las investigadoras detallan que cuando se analizan las causas del sobrepeso y la obesidad deben tenerse en cuenta factores que van más allá de lo médico. Entre ellas, señalan el aumento de los puestos de trabajo más sedentarios, el desplazamiento en transporte público y automóviles en lugar de caminar o usar la bicicleta, el desarrollo de formas de ocio más sedentarias como la televisión, los juegos electrónicos o la computadora, y la proliferación de electrodomésticos y máquinas que facilitan tareas que antes requerían de un esfuerzo físico más importante.
También agregan un aumento masivo del consumo de comidas elaboradas fuera del hogar, la disminución del precio de los alimentos no saludables respecto de los saludables y el desarrollo en las grandes cadenas de supermercados de una sofisticada mercadotecnia que contribuye al consumo de alimentos ricos en grasas y azúcares al colocarlos en sus “línea de caja”.
¿Qué se puede hacer?
Las investigadoras reconocen tres grupos de políticas que varios países implementan para el control de la obesidad. En primer lugar, la educación e información nutricional. “En este sentido, la infancia proporciona una oportunidad única para promover la salud ya que los hábitos incorporados durante esta etapa difícilmente se modifiquen durante la edad adulta”, sostienen.
Un segundo grupo apunta a cambiar los precios relativos de los alimentos saludables y no saludables mediante impuestos y subsidios. “Estas medidas son fuertemente discutidas por la distorsión que se introduce en los mercados sin haber probado aún su eficacia, por eso requieren de un análisis cuidadoso”, explican, para que la imposición no se vuelva regresiva.
“Al tercer grupo lo constituyen quienes consideran necesaria la regulación de la industria alimentaria, restaurantes y supermercados, como así también algún tipo de control en la publicidad dirigida a los niños”.
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“Las características de esta problemática requieren de un plan integral que contemple todos los aspectos, de forma que no se generen incentivos contrapuestos. La complementariedad de las medidas es lo que, en cierta forma, puede llevar al éxito”, agregan. “Poco sirve incrementar la promoción de conductas nutricionales saludables si la agricultura y la agroindustria siguen produciendo sin tener en cuenta los problemas de salud que sus productos pueden generar. Es poco probable cambiar hábitos alimenticios en los niños si en los kioscos de su escuela les ofrecen alimentos de poca calidad nutricional. También, es impensable que los sectores más pobres puedan ocuparse de la composición nutricional de los alimentos cuando tienen hambre y dificultad para conseguir con qué alimentarse y, aún más, cuando los alimentos poco nutritivos tienen un precio substancialmente menor”, concluyen.