Investigadoras analizaron la problemática de la violencia entre pares en el medio educativo en establecimientos de la ciudad de Rosario y valoraron la importancia de la intervención de un adulto como referente en la escuela para solucionar estas situaciones. “El registro por parte de los alumnos respecto del adulto-docente como autoridad que regula las conductas en el espacio institucional previene la problemática y contribuye a profundizar los procesos de formación y convivencia ciudadana”, señalaron Elida Penecino y Leticia Muné, investigadoras de la Facultad de Psicología.
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El objetivo general del estudio es examinar la influencia de las relaciones intergeneracionales entre adultos-docentes y alumnos adolescentes en la convivencia entre iguales en el medio escolar. “Violencia es una palabra que en nuestra investigación constituye el eje central y es un concepto muy amplio. Se toma a la violencia desde un punto de vista relacional y social más que individual, en donde cobran sentido los comportamientos y no los individuos, a quienes muchas veces se denomina ‘violentos’ como si fuera una cualidad personal y no un fenómeno que emerge en determinadas condiciones sociales”, comentó Muné a Argentina Investiga.
El trabajo considera que existen situaciones de violencia tanto física como simbólica, y que aunque las primeras son las que toman mayor visibilidad, son más frecuentes las últimas, ya que los adultos toman menos medidas frente a éstas por considerarlas de menor gravedad. “Nosotras, como psicólogas, aplicamos una mirada distinta a las investigaciones ya existentes; buscamos la reflexión de la problemática con los maestros, con los adolescentes y con todos los miembros de las escuelas”, indicaron Penecino y Muné.
Con esta innovadora manera de ver la problemática, el trabajo de las científicas se abocó a salir a contar qué significaba esta violencia entre pares, también llamada “bullying”, y a reflexionar acerca de la convivencia entre los miembros de los establecimientos educativos que tenían una relación directa con la situación. “La idea fue ver qué estaba pasando con la convivencia y organizar talleres con preguntas orientadas a reflexionar sobre este punto”, indicaron.
Esta investigación tiene sus orígenes en 2001, cuando las especialistas se contactaron con pares españoles que trabajaban en el tema. “La población europea juvenil iba decreciendo y surgió la preocupación por cuidarla; los primeros trabajos sobre suicidios infantiles o juveniles y el maltrato entre ellos en las instituciones escolares”, contó Penecino. En nuestro país, el primer caso conocido fue la masacre escolar de Carmen de Patagones en 2004, cuando un alumno de 15 años disparó contra sus compañeros de aula y provocó víctimas, heridos y muertos.
El trabajo de las investigadoras consistió en realizar talleres con el fin de tomar conciencia sobre la temática y desnaturalizar la violencia entre chicos. “Veíamos que muchos contestaban a las preguntas propuestas que siempre había ocurrido esto de la violencia, que siempre el más grande le pegaba al más chico, las cargadas por alguna diferencia, entre otras respuestas, y así aparecía como algo natural”.
Las investigadoras, además, utilizaron como herramientas de trabajo obras de teatro y películas. Hasta que, en 2005, se animaron a realizar su propia experiencia visual. “Editamos nuestro propio video donde mostrábamos situaciones violentas. Nos sentamos en una plaza céntrica y registramos la violencia de nuestra ciudad. Desde la sonoridad del lugar, que es violenta para el oído, hasta las condiciones en las que los chicos llegaban al establecimiento, vimos que eran dejados en doble fila o en la vereda de enfrente y debían afrontar solos esa violencia externa a la que se los exponía”.
Penecino y Muné arribaron a la conclusión de que frente a un insulto, a un robo de útiles, una agresión, si estaba presente el adulto que los habilitaba a pensar lo que había ocurrido, los chicos empezaban a reconocerse entre ellos. “Nuestra sociedad reclama de la educación un planteo crítico del conjunto de valores que definen la realidad. La escuela por sí sola no puede transformar las situaciones de desigualdad e injusticia, pero sí puede contribuir a que cada uno de sus actores sean agentes transformadores de su vida cotidiana”, resumieron.
Asimismo, plantearon la necesidad del apoyo y la compañía de un adulto. “El docente y el adulto en general perdieron su lugar; haber reconocido muchos derechos en los niños, por alguna razón, hizo creer al adulto que había que cuidarlos menos. Han dejado a estos chicos a la deriva, en un estado de indefensión peligrosa y esto lo demuestra la cotidianeidad”, concluyó Penecino.
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Y, profundizando más sobre la función del adulto, Muné agregó: “En la medida en que se pueda investigar acerca del modo en que influyen las relaciones intergeneracionales sobre los modos de socialización de los jóvenes, los adultos podrán tomar diferentes medidas y crear diversas estrategias a nivel institucional que coadyuven a una convivencia más solidaria y armónica en el medio escolar, así como en otros ámbitos sociales”.