El modelo agrícola moderno, centrado en una lógica extractiva de los bienes naturales y basado en el uso de recursos no renovables, dio sobradas evidencias de su falta de sustentabilidad, consolidándose como una práctica muy rentable en el corto plazo pero sumamente irresponsable con las generaciones actuales y futuras.
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Ante esta situación y como alternativa, la agroecología, si bien aún tiene muchos problemas que resolver, pareciera haber resuelto varios otros, como la menor dependencia de los insumos externos, el sostenimiento de la productividad y el nulo o mínimo impacto hacia el ambiente. En tal sentido, la problemática social emergente del uso de agrotóxicos en las periferias de las ciudades puede ser un punto de partida para impulsar la agricultura orgánica en estas zonas, acercar al productor con el consumidor y comenzar a hacer visible la agroecología, colocando más productos en mercados locales.
Estas apreciaciones pertenecen a los docentes e investigadores de la Universidad Nacional de Río Cuarto Claudio Sarmiento, Marcela Geymonat, Alejandra Decara, María Valeria Coniglio y Marcela Peralta, en un reciente trabajo sobre “Las corrientes de la agroecología en Argentina y sus posibilidades de constituirse en alternativas al extractivismo”, presentado en las Segundas Jornadas de Pensamiento Crítico Latinoamericano, realizadas en esa casa de estudios.
El modelo agropecuario argentino
Numerosos autores coinciden en señalar que el modelo agropecuario predominante en Argentina está inserto en una lógica extractivista, alejándose cada vez más del concepto de ‘sustentabilidad’, impulsado por las Naciones Unidas. La consolidación de este modelo pareciera haber contribuido, por un lado, al proceso de deterioro medio ambiental, al practicarse bajo una lógica de sobreexplotación de los bienes naturales, y, por otro, a una concentración cada vez mayor de las tierras y las ganancias que ellas generan.
En este camino, mientras tanto, la cantidad de pesticidas y fertilizantes químicos utilizados en Argentina aumentó en forma vertiginosa año tras año en las últimas décadas. Según datos de la Red de Acción en Plaguicidas y sus Alternativas para América latina, en 1996 el uso de pesticidas en Argentina era de 60 millones de litros/kg. (RAPAL, 2009), mientras que en 2011 fue de 335 millones de litros/kg.
Los especialistas señalaron a Argentina Investiga que son muchas las voces que se alzaron ante la consolidación del extractivismo y la mercantilización de los bienes naturales, no sólo ya en tono de denuncia, sino también a partir del impulso de la búsqueda de alternativas. En tal sentido, el juez de la Suprema Corte de Justicia de Argentina, doctor Eugenio Zaffaroni, en su obra “La Pachamama y el humano”, describe una corriente de pensamiento a la que llama “Ecología profunda”, la cual asigna entidad jurídica a la naturaleza al considerarla sujeto de derecho.
Agroecología
La agroecología, tal como su nombre lo indica, trata de aplicar los principios de la ecología al manejo de agrosistemas. Consiste, básicamente, en el manejo de la agricultura y la ganadería sin recurrir al uso de pesticidas ni semillas transgénicas y respetando las pautas de comportamiento naturales de los animales. Hasta la aparición de los pesticidas, a principios del siglo XX, la agricultura siempre fue ecológica. No obstante, frente a la consolidación del manejo químico como paradigma agrícola, y ante la evidencia de sus impactos ambientales, los agricultores agroecológicos comenzaron a formar sus propias organizaciones y asociaciones, y así surgieron diferentes escuelas o corrientes que se plantean, desde diferentes miradas, el cómo y el para qué producir y el cómo relacionarse con los bienes naturales.
Los investigadores universitarios ofrecen en su trabajo algunos aspectos de las corrientes de mayor presencia en Argentina: la agricultura orgánica, la agricultura biodinámica y la permacultura.
La agricultura orgánica
La agricultura orgánica, según detallan, es un planteo tecnológico que evita el uso de insumos derivados de la industria química recurriendo a su sustitución por insumos de origen biológico y al uso de tecnologías de proceso. Algunos autores denominan a esta corriente de “sustitución de insumos”, por entender que es la que menos se diferencia en su metodología práctica de la agricultura convencional.
Desde sus inicios, en Argentina, la superficie bajo agricultura orgánica certificada creció a un ritmo constante. En 1992, existían 5.000 hectáreas certificadas como orgánicas (FAO, 2001), mientras que en 2012 se registraron 3.637.466 has., trabajadas por 1.466 agricultores, posicionándose en el segundo lugar del mundo en superficie bajo producción orgánica, luego de Australia. (SENASA, 2012).
Uno de los principales problemas en el análisis de la agricultura orgánica es que no existen demasiados datos sistematizados sobre su productividad. Por otra parte, hay un preconcepto socialmente instalado de que es mucho menos productiva que la agricultura industrial.
No obstante, la mayoría de los estudios publicados sugieren que no habría diferencias importantes en cuanto a la productividad comparada con la agricultura química en la mayoría de los cultivos, y existiría una diferencia económica a favor de la agricultura orgánica, al ser una agricultura de menores costos, mejores precios de venta y de mercados más estables.
Permacultura
La permacultura, en tanto, es una propuesta integral de vida, que incluye una técnica agropecuaria. Sobre la crítica de la sociedad “moderna”, la permacultura propone un estilo de vida austero, retirado de las grandes urbes, conviviendo en armonía con la naturaleza y con los demás seres humanos. Toma como práctica agropecuaria a la agricultura natural, desarrollada por el japonés Masanobu Fukuka (quien coloca al agricultor como un “colaborador” de la naturaleza en su tarea de producir alimentos) y la combina de manera notable con elementos del paisajismo y la arquitectura.
La permacultura propone un conjunto de pautas y principios, más que una suma de recetas técnicas, por lo que plantea que es imposible que dos campos permaculturales sean iguales. Cada campo debe adaptarse a cada situación especial, y las técnicas aplicadas para uno pueden no ser las correctas para otro. A diferencia de la agricultura industrial, ninguna técnica es planteada como “de aplicación universal”.
Agricultura biodinámica
La agricultura biodinámica es una de las más antiguas corrientes de la agricultura orgánica, y tiene un fuerte contenido espiritual. Existen asociaciones para la producción biodinámica prácticamente en todo el mundo. Cuenta con un sello internacional de certificación propio, llamado Demeter. En particular, en Argentina, la Asociación Argentina para la Producción Biológico Dinámica (AABDA) existe desde 1998.
La agricultura biodinámica considera a la granja como una unidad, como un organismo, no concibe a las producciones por separado sino sumamente interrelacionadas, y ubica al ser humano en un rol clave en el manejo de la granja, en una interacción íntima con cada elemento y con el todo. No concibe un campo sin animales, ya que supone que cumplen un rol clave en el reciclaje de nutrientes a través del estiércol y en el descanso de los suelos ocupados con pasturas.
Asigna una gran importancia al reciclaje de nutrientes a través de la técnica del compostaje, considerando al compost como el “corazón” de la granja, el organismo capaz de tomar cosas “muertas”, como residuos de cosechas, restos de cocina, pastos, estiércol, y transformarlas en “vida”, esto es, un compuesto elaborado que es distribuido en el campo y que ayuda a mejorar su fertilidad.
A los fines de potenciar las fuerzas vitales de la tierra y los cultivos, la agricultura biodinámica elabora una serie de preparados a base de componentes vegetales, animales y minerales, algunos de los cuales se aplican sobre los compost y otros directamente sobre el suelo, en concentraciones prácticamente homeopáticas.
Asimismo, sus seguidores desarrollaron un calendario agrícola que se actualiza cada año, en el que se sugiere para cada día las tareas que son propicias de realizar, indicando si el día es adecuado para cultivos de hoja, raíz, fruto o tallo.
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Los investigadores concluyen que, sin duda alguna, “el desafío de encontrar nuevos paradigmas en nuestra relación con la naturaleza es un proceso que requerirá de mucho tiempo, en el cual tal vez sea de gran utilidad beber de diferentes fuentes en la búsqueda de respuestas. Como bien dicen los ecuatorianos, el buen vivir, el Sumak Kawsay, es un proceso complejo y en resignificación constante”.