Auschwitz ha transformado la experiencia del lenguaje y de la transmisión, de la educación y de la memoria, somos hijos de esa hendidura en el tiempo. La experiencia genocida hace que el lenguaje pierda su inocencia. Ninguna palabra está a salvo de la destrucción. En “Esperar a pesar de todo”, Elie Wiesel responde sobre la pregunta si después de Auschwitz las palabras han perdido su inocencia para siempre. Dice: “las palabras han perdido su inocencia. Ésa es la tragedia. Y sin embargo… tenemos que hacer todo lo posible por devolver a las palabras su inocencia, por renovar la pureza y la dignidad de las palabras y en las palabras”. Devolverle a las palabras su estado de inocencia es creer en la posibilidad de la redención del lenguaje, de poder trasladarlo a un estado de primitiva pureza frente a los lenguajes totalitarios o totalizantes. Construir un lenguaje que no busque constituirse como un todo, sino que permita el asombro, despertar el mundo y despertar al hombre.
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Si como escribe Wiesel, “el lenguaje es siempre una vía de acceso a otras personas” , en el lenguaje siempre es el otro el que nos transforma en uno mismo, en el diálogo, en el encuentro con el otro desde donde viene el lenguaje. Educar es encontrarse con el otro a través del lenguaje. Y por ello tenemos la responsabilidad de educar y hacer del lenguaje la puerta de acceso hacia la alteridad.
Hay una insuficiencia para narrar la destrucción y el genocidio. En este sentido, el lenguaje siempre es incompleto, siempre deficiente. Se pregunta Elie Wiesel: “¿Qué vamos a decir sobre Auschwitz? Todo lo que digamos es equivocado […]. A veces lo único que podemos hacer es llorar o rezar, cerrar los ojos para llorar en silencio. Cualquier comentario, cualquier interpretación y sobre todo cualquier explicación está condenada de antemano al fracaso” . Todo lo que se diga, bien o mal, real o ficticio, todo es insuficiente. El límite de lo humano está en el límite del lenguaje y Auschwitz, como otros genocidios, han sobrepasado el límite de la humanidad del lenguaje, o del lenguaje humano. No nos alcanzan las palabras ni el entendimiento. Siempre hay un punto, un límite, en el que el lenguaje se rompe. Pero ¿por qué cualquier explicación está condenada al fracaso? Tal vez porque Auschwitz, como evento, como hecho o hendidura en el tiempo y en la historia, nunca podrá explicarse totalmente, sólo admite interrogantes, preguntas sobre la naturaleza del hombre y del lenguaje. Al mismo tiempo, Wiesel pareciera decirnos que cualquier ficción sobre el genocidio es insuficiente, porque no puede re-construir la dimensión real de lo sucedido. Tenemos la responsabilidad de construir imágenes del horror, pero ese horror se vuelve inimaginable, y allí es donde radica la aporía del horror. El testimonio es el camino de la educación, pero ello no significa que pueda explicar totalmente lo ocurrido, sino guiarnos en el camino hacia la responsabilidad. La aporía de Auschwitz es haber llevado a su máximo esplendor los valores que hacían a la Modernidad, para mostrar allí el fin de la Modernidad y del Humanismo.
Cómo es posible cambiar algo, le preguntan a Elie Wiesel, ¿educando?, ¿recordando? “Ambas cosas –responderá– son lo mismo: la educación tiene lugar a través del recuerdo y el recuerdo tiene lugar a través de la educación. Educar implica recordar”. La educación implica la memoria, y nos permite confrontarnos con el pasado, hacernos cargo de la historia de nuestras naciones. Por ello, igual que Wiesel, debemos creer y tener esperanza en la educación y en el recuerdo, porque son el camino para transformar la historia y al hombre, para romper con la aporía del horror, construyendo comunidad.
Imre Kertész, sobreviviente de Auschwitz y Buchenwald, escribe en “Yo, otro” que “la mitología moderna empieza con una gigantesca negatividad: Dios creó el mundo, el ser humano creó Auschwitz”. Nos dice que el nuevo mito moderno es Auschwitz; aquello que marca el tiempo y se convierte en un nuevo punto de partida y en un lugar de regreso. Auschwitz es la narración que se vuelve una tradición que muestra, de ahora en adelante, los aspectos de la condición humana. Por ello Kertész pareciera sugerirnos que así como Dios creó el mundo, el hombre creó la maquinaria de la destrucción de la creación divina. El hombre también creo, también es un creador, y su máxima invención fue Auschwitz, la creación por antonomasia para la destrucción de lo creado. Auschwitz se ha vuelto un mito porque ha marcado el camino del horror desde su conformación, porque todo nos recuerda a Auschwitz, porque el genocidio encuentra en el Estado nación moderno y desde el siglo XX en adelante el locus para transformarse en una práctica social por excelencia. Por ello no es ni efímero ni pasajero, Auschwitz es el mito que marca el mundo y lo determina.
Esta idea de mito, de quiebre en el tiempo y en el espacio, también fue reflexionada por Maurice Blanchot en “Tiempo después”, cuando escribe que “cualquiera sea la fecha en que pudiera ser escrito, todo relato de ahora en adelante será de antes de Auschwitz”. El tiempo inscribe el acontecimiento Auschwitz en el espacio, como una hendidura que marca un antes y un después, en donde cualquier texto, cualquier relato, de ahora en más quedará determinado por esa temporalidad quebrada. Este es el acontecimiento que rompe el tiempo y la espacialidad, como el sueño de la imaginación de lo peor que se alcanzó, como el juicio que marca el tiempo y la acción que se identifica con el Ser.
Auschwitz, para Blanchot, es el evento histórico que marca la historia, que la juzga, enjuiciando así al hombre y a la historia del hombre. En este sentido, todos nos volvemos testigos de la historia y del horror, y por ello dirá que después de Auschwitz todo es “sobre-vida”, testimonio, necesidad de testimoniar por la vida y por la supervivencia. Nada ha quedado intacto después de la destrucción, y todos somos sobrevivientes del acontecimiento que marcó y quebró el espacio y el tiempo, todos somos testigos. La educación, entonces, es la forma de transformar el testimonio en acción, de construir responsabilidad.
“Recordar es una acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos. Así, la creencia de que la memoria es una acción ética yace en lo más profundo de nuestra naturaleza humana”. Con estas palabras, Susan Sontag le da cierre a su ensayo sobre el dolor en los demás. Pero como bien reconoce, para poder construir un camino de paz es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada, para que de esa manera las injusticias del hombre contra el otro hombre puedan constituir un espacio en el que la educación se manifieste como la posibilidad de construir esa misma memoria. La memoria nunca es completa, por ello debemos recordar y transmitir lo recordado. Pero esa transmisión sólo puede volverse real en forma de educación. Por ello, la educación se vuelve el proceso fundamental para darle una posibilidad a la sociedad post-genocida de recrear sus crímenes y volverse responsable.
La muerte y la destrucción han marcado de manera particular la vida de los pueblos durante el siglo XX, de la misma manera que ha transformado las formas literarias y la inocencia del lenguaje. Hay una relación compleja y paradigmática que nos exige no cerrar nunca la discusión en un dictum de imposibilidad de la escritura o el testimonio ante las razones de la guerra y el genocidio. La palabra, aunque diezmada y golpeada, ha sobrevivido a los hombres y, al mismo tiempo, ha hecho sobrevivir los nombres en la historia. La educación es el camino de esa palabra. Por eso, recordar hace de la memoria un campo de batalla en donde se juega la historia de los Estados y las sociedades.
Ninguna manifestación de belleza después de Auschwitz será igual a lo que ha sido; el mundo ha perdido su inocencia y por ello hemos entrado en la mayoría de edad de la responsabilidad sobre nuestros actos. El tiempo se ha quebrado, recordar y educar son las tareas éticas que nos quedan, y las formas de ser capaces de evocar algo más. Resuenan así las palabras de Sontag, y podemos decir que recordar no es tan sólo recordar una historia, sino también ser capaces de convocar nuestro pasado y convertirlo en la esperanza en el porvenir.
Referencias bibliográficas
BLANCHOT, Maurice. (2003). Tiempo después. Precedido por La eterna reiteración, trad. Rocío Martínez, Madrid: Arena libros.
FEIERSTEIN, Daniel. (2007). El genocidio como práctica social. Entre el nazismo y la experiencia argentina, Buenos Aires: FCE.
KERTÉSZ, Imre. (2002). Yo, otro. Crónica del cambio, trad. Adan Kovacsics, Barcelona: Acantilado.
METZ, Johann Baptist y WIESEL, Elie. (1996). Esperar a pesar de todo. Conversaciones con E. Schuster y R. Boschert-Kimmig, trad. Carmen Gauger, Madrid: Trotta.
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SONTAG, Susan. (2003). Ante el dolor de los demás, trad. Aurelio Major, Buenos Aires: Alfaguara.