Diego Golombek es Doctor en Biología e Investigador Superior del Conicet en el Laboratorio de Cronobiología en la UNQ. Cuenta en su haber con más de un centenar de investigaciones publicadas en prestigiosas revistas internacionales, numerosos premios y menciones y, en el presente, concentra sus esfuerzos en el diseño de un mapa del sueño para conocer cuándo, cuánto y cómo duermen los argentinos. En este afán, ajusta la lupa, se arremanga el guardapolvo e investiga de qué manera se comportan y se ponen en hora los “relojes biológicos” de las personas –recordemos: aquellas estructuras internas que cuentan con una oscilación similar a las 24 horas y que, por este motivo, se tornan capaces de responder al ambiente y “sincronizarse”–.
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La hipótesis: Golombek estudió tan de cerca el tiempo que ya logró adivinar cómo burlar el rigor de su marcha irrefrenable. Aunque sólo tiene 53 años y si bien brilla con una trayectoria riquísima en el ámbito académico, también se destaca su potencia en el campo de la comunicación. Gracias a su desfachatez y rigurosidad es reconocido por haber roto las cadenas de la solemnidad en el campo de la divulgación de las ciencias. Entre tantas actividades condujo ciclos televisivos (“Proyecto G”, “El cerebro y yo”, “La fábrica y otros”), participa como columnista especializado en diarios y revistas nacionales y dirige la colección “Ciencia que ladra...” de Siglo XXI. A continuación, desajustamos su reloj y congelamos sus palabras en una entrevista para despabilar neuronas.
-¿De qué manera investigás ritmos biológicos?
-Lo hacemos a partir de modelos que emplean animales de laboratorio, los tradicionales ratones y hámster, pero también realizamos experimentos con gusanos y humanos. Nos interesa el cálculo de los tiempos que explican el modo en que realizamos nuestras acciones y rutinas más cotidianas. Por ejemplo, si te preguntara hace cuánto llegaste a esta entrevista podrías contestarme más o menos bien porque existe un reloj en tu cerebro que así lo posibilita. Además, en esta línea, nos ocupamos de lapsos más extensos que, fundamentalmente, tienen que ver con el día, esto es, los denominados “relojes circadianos”.
-En este marco, estás elaborando un mapa del sueño. ¿De qué se trata?
-El objetivo es conseguir medidas razonables y fidedignas del ciclo de sueño de los argentinos. Si bien hasta el momento existen datos anecdóticos a lo largo de nuestro territorio y contamos con algunas pruebas hechas, el propósito es sistematizar el registro. La idea es conocer cuándo, cuánto y –también, aunque de manera más restringida– cómo duermen los argentinos.
-¿Cómo recolectan los datos? Imagino que no vigilan los dormitorios…
-Realizamos una encuesta online, CronoArgentina, que se resuelve en pocos minutos y nos brinda buena información para analizar. La iniciativa la lanzamos hace algunos meses y hoy podemos decir que va –razonablemente– bien. Hasta la fecha contamos con unos 15 mil registros pero todavía nos falta mucho porque no están todas las provincias bien representadas. Aún no contamos con suficiente material de pueblos pequeños ni de zonas rurales.
-¿Cuál es el objetivo? ¿Para qué necesitamos saber cuándo y cuánto dormimos?
-Los resultados que extraeremos no sólo sirven para responder a nuestras preguntas académicas (que explican los vínculos entre sueño y otras variables), sino que funcionarán como insumos muy importantes para el diseño y la ejecución de políticas públicas basadas en evidencia. Conocer los horarios de descanso nos permite reevaluar todas nuestras rutinas, es decir, saber si efectivamente los horarios en que los niños y los adolescentes van a la escuela son adecuados, o bien, si tenemos que modificar las franjas de actividades laborales durante el verano respecto al invierno.
-¿Cómo han sido las políticas públicas ejecutadas hasta el momento?
-Las decisiones que se han tomado con respecto al tiempo y los husos horarios han sido bastante equívocas porque estuvieron basadas en intuiciones y en encuestas realizadas en otros países. En efecto, como científicos del sistema público es nuestro deber aportar este tipo de datos para que las políticas sean un poco más racionales.
-Ya que hablamos del tiempo, ¿por qué destinás tanto a la divulgación?
-Llegué a un momento de mi vida en que creo que me sentiría rengo si hiciera ciencia sin comunicarla o bien si comunicara ciencia sin hacerla. Por ello me muevo entre ambos mundos, aunque algunas veces le dedique más atención a una u otra faceta. A los científicos nos pagan por investigar, por ayudar a conocer el mundo y por formar a futuros colegas, pero estoy convencido de que parte de nuestro trabajo también es narrar lo que ocurre al interior de los laboratorios.
-Muchos científicos no comunican porque argumentan que su tema de investigación “es demasiado complejo”. Desde tu perspectiva, ¿cualquier conocimiento puede ser compartido?
-Más allá del nivel de abstracción y los tecnicismos, lo que resulta fundamental es comunicar las preguntas que se hacen los científicos. Sin embargo, es imposible contar todos los detalles porque para poder manejar los saberes de toda una disciplina se requiere de conocimientos muy profundos. El principal conflicto de intentar lo imposible es el peligro de caer en metáforas o analogías que seguramente tergiversen lo que en un primer instante se quería decir acerca del tema de estudio. Si se exagera con los recursos de la divulgación se puede perder rigurosidad.
-¿Qué consejo podés brindar a los científicos más jóvenes que buscan iniciarse en el camino de la divulgación?
-Cuando uno es joven y empieza a dar clases o comienza formalmente a investigar, lo central es observar modelos, mentores que nos marcaron, referencias ineludibles. Con la divulgación no estaría mal hacerlo de la misma manera, esto es, pensar en quienes admiramos. No se trata de imitar a nadie –es imposible copiar a Isaac Asimov o Carl Sagan– sino de advertir qué herramientas emplean y nosotros podemos tomar prestadas. También les diría que aprovechen al máximo los instrumentos de la comunicación que han democratizado muchísimo este mundo, ya sean blogs, podcasts o canales de YouTube que permiten conquistar grandes públicos.
-Por último, ¿para qué se divulga? ¿A la ciudadanía le interesa la ciencia?
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-La primera excusa, por supuesto, es para fomentar vocaciones científicas. A veces no está tan claro pero en verdad funciona: muchos jóvenes investigadores consolidan su carrera a partir de las prácticas de divulgación. Por otra parte, la ciudadanía necesita una mayor circulación de pensamiento científico. Desde mi perspectiva, todavía tendemos a comprender muchos fenómenos a partir del pensamiento mágico. Por último, también, creo que el pensar científicamente nos hace menos prejuiciosos, en definitiva, nos hace mejores personas.
Diego Golombek