El águla coronada es el ave rapaz más grande de La Pampa.
“El Águila Coronada está en peligro de extinción y no se sabe mucho de ella: queremos conocer más sobre sus necesidades de hábitat, desplazamientos y alimentación”, asegura José Hernán Sarasola, vicedirector del Centro para el Estudio y Conservación de las Aves Rapaces en Argentina (CECARA) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de La Pampa.
Este espacio de investigación, creado en 2001, se dedica al estudio de diversas especies y actualmente completa un ambicioso proyecto, que une el esfuerzo de las campañas y los laboratorios, con tareas de extensión y acciones de conservación del medioambiente.
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El ave más grande que pudo verse en los cielos pampeanos -más precisamente en la zona rural del centro y oeste provincial- se denomina “Harpyhaliaetus coronatus” y no es fácil de encontrar, esta ave, perteneciente al orden de los Falconiformes es relativamente grande, alcanzando la hembra 80-85 cm. Y el macho 75.79 cm. De longitud, tiene alas largas y anchas y la cola corta. La cabeza es de color ceniciento, con una cresta prominente y nutrida. El dorso es grisáceo y el vientre gris moteado de pardo. Las alas son gris pizarra, más oscuras que el cuerpo con la punta negra. La cola es oscura con una franja blanquecina bién nítida en la sección media, una banda subterminal negra y la punta blanca. El pico es negro, con la cera amarilla, lo mismo que las patas. El plumaje juvenil es más pardo con el dorso oscuro. La garganta y el vientre blanquecino con estriías pardas.
“Como toda especie de su tamaño, a no ser que tenga un comportamiento social, requiere áreas de territorio amplias y sus nidos se encuentran muy distanciados”, explica Sarasola.
A sus costumbres a la hora de ocupar el espacio, se suma que quedan pocos especímenes: apenas mil individuos en toda su área de distribución, desde el sur de Brasil hasta el Río Colorado, aunque hay registros en Río Negro.
Lo que se sabe
Un ejemplar de Águila Coronada adulto, caracterizado por su color gris, como se mencionó anteriormente, mide unos 80 centímetros y pesa apenas tres kilos, describe el investigador. Incluso, puede ser más liviano que sus pichones, que todavía no han empezado a volar. “Juvenil” es el nombre que se les da a los que todavía no cumplen el año y permanecen en el nido. “Hacia dónde se desplazan, al llegar a los doce meses, es uno de los grandes misterios”, añade.
Sobre su extinción, se conoce que fue perdiendo su hábitat, que puede morir electrocutada en los tendidos de luz donde descansa, o por envenenamiento. Se habla de “persecución” porque algunas personas las matan para cazarlas o, simplemente, porque se encuentran ante un ave que desconocen. “Son muy confiadas y cuando se acerca alguien sólo comienzan a vocalizar un suave silbido porque se ponen nerviosas”, apunta Sarasola.
Otro de los motivos de su desaparición es que, entre muchos lugareños, persiste la creencia de que se comen las ovejas. “Cuando se les pregunta a los pobladores si vieron un águila llevarse un animal de su campo dicen que no, pero que se los contaron”, relata Sarasola. Y aclara: “Es un problema que pudo haber existido en décadas anteriores, cuando La Pampa tenía mayor número de cabezas de este tipo de ganado, pero que no tiene vigencia en la actualidad”.
“Es comprensible que en algunos casos las persigan porque se trata de defender la propia economía, pero en nuestros estudios, en base al contenido estomacal de ejemplares muertos o atropellados, no encontramos rastros de corderos u ovejas dentro de la alimentación del águila”. La dieta se compone de piches, peludos, zorrinos, peces o víboras venenosas.
Trabajo de campo
Junto con un grupo de investigadores mendocinos, el CECARA es de los pocos centros dedicados a este campo de la ornitología en el país. El aguilucho langostero y el halconcito colorado se encuentran entre sus primeros estudios.
La iniciativa tuvo como objeto contribuir, desde la investigación, a la preservación de las aves, amenazadas también por el desconocimiento y la escasa difusión de la información disponible. Otro de los propósitos es instrumentar canales de acción y programas de conservación y manejo de la fauna.
Sólo en enero, para cumplir con su trabajo de campo en torno al Águila Coronada, el equipo de investigadores recorrió ocho mil kilómetros del Oeste Pampeano, una zona muy árida y de poca densidad de población. Todo el recorrido fue acompañado por la presentación en diversos sitios de la región de un corto documental, que Sarasola dirigió junto con el realizador santarroseño Matías Sapegno.
“El águila que llora” (2007), como se llama este filme educativo, cuenta con la participación de los investigadores del CECARA. La obra entrelaza la historia de un chico de trece años que vive en una pequeña localidad del oeste y encuentra un pichón de la monumental ave. A través de un transmisor que se le coloca al ejemplar, los científicos pueden seguir sus desplazamientos y el niño contribuye en su preservación, gracias a su conocimiento del lugar y enorme interés.
Para Sarasola, es fundamental el componente de extensión de este proyecto del CECARA, titulado “Ecología y conservación del Águila Coronada”, porque permitirá que niños y adultos aprendan sobre la necesidad de cuidarla. Cuando terminan los meses de calor, el trabajo de campo del equipo cede paso al de difusión de las maneras de preservar la especie entre los productores y alumnos del colegio, vale destacar la importancia de crear conciencia, en cuanto a preservación de su hábitat, como elemento central en la conservación de esta especie amenazada a nivel mundial .
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“Los chicos transmitirán después estos saberes a sus padres”, indican. Con el documental y otros recursos didácticos, ya visitaron las escuelas de Árbol Solo, La Pastoril, Algarrobo del Águila, Santa Isabel, Victorica, Telén, Jaguel del Monte, pero para este año “quedan un montón”, anticipa el investigador