La imagen del hombre de las cavernas que trae y lleva de los pelos a una mujer sintetiza, como ninguna otra, la relación dominante entre los sexos que ha predominado a lo largo de la historia. La reproducción de esa interacción desigual en algunas obras de la literatura universal fue analizada por un grupo de investigación de la UNCuyo, que concluyó que muchos de los libros con los que nos educamos en la infancia ubican a la mujer en un lugar secundario y sometido frente al hombre.
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El equipo de investigadores dirigido por la profesora Gladys Lizabe explicó a InfoUniversidades que el trabajo aborda la violencia femenina según los discursos históricos y míticos de la antigüedad clásica, textos literarios de la España medieval y producciones artísticas del barroco italiano.
“A mí me impactó la ingenuidad con la que leemos los textos literarios, que abordamos con la mirada que nos enseñaron a tener. Y yo aprendí a tener varias miradas, por ejemplo, cómo las mujeres hemos sido construidas desde la cultura”, dice Lizabe, y pone como ejemplo “El poema del Mío Cid”: “Siempre me impactó mucho el lugar que tenía la mujer en la épica. En el Cantar hay una golpiza contra las hijas del Cid, por una venganza contra su padre. Es un episodio que se naturalizó y no tiene que ser así”.
Bajo este precepto, indagaron en otras obras clásicas de la literatura y confirmaron que la violencia contra la mujer se instaló y se naturalizó. “Por ejemplo, Aristóteles tiene una de las actitudes más misóginas que uno se pueda imaginar. Considera a la mujer como un hombre carenciado, y como somos carenciadas la cultura nos ha ubicado en un ámbito inferior. O “Don Juan Manuel”, del conde Lucanor, que también es sumamente misógino”, agrega la investigadora y docente. Por eso, advierte que a los alumnos en las escuelas se les hace leer textos míticos “llenos de violencia, de misoginia y de violación. Y son textos que seguimos utilizando”.
Una historia violenta
Los estudios sobre las mujeres hicieron eclosión en Estados Unidos y en Europa en los ‘60 y ‘70. A través de distintos enfoques, demostraron que el “estilo masculino” derivaba con frecuencia en violencia, específicamente, sexual. Tomando como referencia estos análisis, los investigadores de la UNCuyo no dudan en afirmar en su trabajo que “la historia de las mujeres es también, en cierto sentido, la historia de la violencia que diversos discursos históricos, míticos, literarios y artísticos de la Europa clásica, Medieval y Barroca han ejercido sobre ellas”.
Así, analizaron obras literarias desde los albores de la civilización hasta la actualidad, y se sorprendieron por el impacto que esos textos tienen sobre los chicos. “No podemos tener esta lectura naif e ingenua. Corroboramos que los chicos se educan con textos donde la violencia es una norma común”, sintetiza Lizabe.
“Yo analicé los textos de noveno año -prosigue la investigadora- y los que hablan de la mujer todavía dicen ‘Mamá amasa la masa y Papá fuma en pipa’. Vos les das a los chicos los manuales de Lengua y la mujer tiene ese rol establecido. Así se puede explicar por qué uno acepta situaciones de violencia: los textos que nosotros promocionamos están promoviendo esta forma de ser, la situación de la inferioridad biológica, de la incapacidad. Así es difícil tener una educación con equidad”.
Parte de la solución a esta “naturalización” de la violencia femenina está en tener “una mirada crítica” de los textos literarios que los alumnos leen en las escuelas. “El problema de la violencia es que la naturalizamos. Esto no se aborda en la escuela, porque depende de los hábitos lectores que tenemos. Yo pertenezco a una generación donde ha habido modos de lectura y cosas que se han descubierto, huecos que los textos han tenido, pero nunca se ha abordado la violencia”, reflexiona Lizabe. “Yo soy una profesora y estoy dando un contenido que habla de la inferioridad de uno de los grupos humanos, entonces es un tema que hay que abordarlo en la clase. En la medida en que se lo visibilice, se toma una actitud seria ante el problema”, propone.