Si bien la violencia de género es una constante que atraviesa todas las épocas, en los últimos años se produjo un recrudecimiento de la violencia machista. Según datos del Ministerio Público de la Defensa, desde 2009 y hasta octubre de 2017, la Defensoría General de la Nación asistió a 17.680 personas por violencia de género. De ellas, 4.592 mujeres fueron patrocinadas gratuitamente durante la tramitación de las medidas de protección frente a la violencia de la que son víctimas.
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En esta dirección, entre septiembre de 2016 y el mismo mes de 2017, la Oficina de Violencia Doméstica, dependiente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, atendió a 15.246 personas, de las cuales el 76% fueron mujeres y niñas. Cabe recordar que, luego de la primera marcha del colectivo "Ni Una Menos", realizada el 3 de junio de 2015, la problemática logró mayor visibilidad y comenzó a ocupar más espacio en los medios de comunicación.
Ivana Alochis es profesora en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba, especialista en lengua castellana y lexicología. Se doctoró en estudios de género en el Centro de Estudios Avanzados de la UNC, con una tesis que aborda las representaciones sobre la violencia sexual presentes en las noticias publicadas por la prensa gráfica de Córdoba, entre 1983 y 2013.
Su trabajo implicó el análisis lingüístico de 328 noticias de diarios de Córdoba, que abordaron el tema de la violencia sexual no seguida de muerte contra las mujeres y niñas.
“Examiné cómo los productores de noticias predican sobre los distintos actores incluidos en los textos, les atribuyen acciones y, a veces, emiten calificaciones inadecuadas, a través de procesos sintácticos y léxico-semánticos que enfatizan, focalizan, ocultan –y hasta invisibilizan– sujetos y roles”, explica. Y remarca que, en ocasiones, se llega a anular mediante numerosas estrategias discursivas el abuso sexual como herramienta de poder sobre las mujeres.
Frente a esta coyuntura, Alochis opina: “Estamos en una etapa crítica, de absoluta emergencia, y los periodistas también son responsables de visibilizar la violencia de género. Hay que nombrar las cosas como son, sin eufemismos ni metáforas: el abuso es abuso y debe tratarse como tal. La presencia de la mujer no tiene que ser denigrada ni estereotipada”.
El término "víctima" es uno de los más discutidos por la investigadora, al punto de que evitó usarlo en su tesis y en cambio aludió a “mujeres agredidas” y a “agresores”. Según explica, "victimario" y "víctima" son términos propios del léxico jurídico, que todavía tiene fórmulas muy estructuradas y del siglo anterior. Algo similar ocurre con el léxico policial. Para ella, el periodista debe tener cuidado, porque "en esos discursos están anquilosadas cantidades de estructuras patriarcales que se reproducen sin que reparemos en ellas".
“Referenciar a la mujer utilizando únicamente el término “víctima” no hace otra cosa que estatizarla en una condición de la que jamás podrá escapar”, afirma la especialista, perteneciente a una corriente ideológica para la cual las mujeres abusadas tienen capacidad de resiliencia y pueden devenir en mujeres empoderadas, capaces de vivir una vida digna, a pesar del abuso.
El poder de la palabra
En su tesis doctoral, Alochis aplicó una metodología cualitativa, anclada en el análisis crítico del discurso (ACD), que se centra en problemas experimentados o sufridos por grupos dominados o colectivos vulnerados, en este caso, las mujeres y niñas agredidas sexualmente.
Este abordaje examina y analiza los mecanismos sociopolíticos, históricos y culturales que contribuyen a la reproducción del poder, y focaliza su atención en el análisis de las huellas lingüísticas que lo alimentan, reproducen y legitiman. “En este caso, los estereotipos de género propios de la ideología patriarcal”, apunta.
“Nos guste o no, la palabra instala realidades. La palabra escrita sigue siendo rigor de verdad para el público lector y, cuando la dicen los medios, se instala, se vuelve poderosa”, asegura. Y recomienda: “Las posibilidades de incurrir en estereotipos y en clichés se reducen en la medida en que seamos más claros, llanos y directos a la hora de informar sobre abusos”.
La elección del período analizado no fue arbitraria. La primera etapa del estudio abarca desde la recuperación democrática en Argentina (1983) hasta la reforma del Código Penal (1999). La segunda contempla desde la puesta en práctica de esa reforma hasta 2013. Se trata de dos períodos marcados por un cambio de paradigma jurídico en relación con el abuso sexual que, tras la sanción de la Ley 25.087, cambió la denominación de los delitos de índole sexual de “delitos contra la honestidad” a “delitos contra la integridad sexual”.
“Desde lo jurídico se decía abuso deshonesto, una terminología de la Edad Media, porque la palabra abusar significa actuar violentamente contra alguien, sin su consentimiento y deshonesto implica que va contra el propio honor. Quiere decir que si hay abuso deshonesto, existe la posibilidad de que haya abuso honesto, lo cual es una contradicción insalvable”, ilustra Alochis.
Continuidades, retrocesos, falsas rupturas y rupturas
A lo largo de su trabajo, Alochis utilizó diversas categorías para detectar los prejuicios léxicos presentes en los titulares de los diarios. Identificó algunas continuidades como la mención del término “abuso deshonesto” aun después de la reforma del Código Penal.
También identificó continuidades en el vocabulario elegido para nombrar el abuso sexual: en la mayoría de los casos, se siguieron utilizando atenuaciones como “acto”, “caso”, “episodio” o “situación”, haciendo referencia a estos delitos como meros acontecimientos.
Respecto a los retrocesos, el uso de metáforas y eufemismos son cuestionados por la investigadora. A su criterio, son “estrategias discursivas que posibilitan la reproducción de creencias, modelos mentales y prejuicios legitimadores de caracterizaciones negativas o discriminatorias sobre las mujeres agredidas sexualmente”.
Alochis se encontró, por ejemplo, con el eufemismo “someter a sus bajos instintos”, que denota una actitud instintiva de los agresores, propia de un animal que comete un acto irrefrenable. “Lo mismo sucede con el vocablo ‘bestia’, ‘monstruo’, o con los términos patologizantes como ‘perverso’, ‘depravado’ o ‘degenerado’. El léxico seleccionado ayuda a suavizar la violencia, la traslada al ámbito de lo irracional y exime de responsabilidad a los agresores”, puntualiza.
“La utilización de metáforas es por demás llamativa: fiesta, incursión, método, drama, estigma, son apenas algunos ejemplos”, enumera, y afirma que esos recursos "atenúan y hasta llegan a negar la violencia de las perpetraciones sexuales, neutralizándola, banalizándola y presentándola ante el lector como inocua o circunstancial”.
En los treinta años que la investigadora analizó, hubo una etapa que atendió particularmente. “La cobertura de los abusos cometidos por Marcelo Sajen, conocido como “el violador serial”, fue el mayor retroceso en el tratamiento de estos temas. Ante la falta de noticias concretas, se difundieron todo tipo de hipótesis, que formaron parte de una gran saga que nos mantuvo a todos pendientes de la figura del abusador y no de las mujeres agredidas”, señaló.
Para señalar falsas rupturas, Alochis menciona la utilización de cintillos o volantas con las frases “violencia de género” o “violencia familiar”. Para ella, si bien se trató de un recurso exitoso, que sirvió para instalar la temática, el problema era que el cuerpo de la noticia seguía presentando los estereotipos de siempre.
Aproximadamente a partir de 2010, fueron quedando de lado algunas ocurrencias léxicas como “ultraje” o “vejámenes”, para nombrar las agresiones sexuales. Eso significó una ruptura en los modos de producir este tipo de noticias. “A partir de 2012, sobre todo, comenzaron a detectarse trabajos muy interesantes de los periodistas que se destacaron por su formación en género. Esta característica se observa cuando se encuentran, además del hecho noticioso, datos para consultar ante casos de violencia de género”, ilustra la investigadora.
Mucho camino por delante
A través del exhaustivo análisis del vocabulario utilizado por la prensa gráfica de Córdoba, Alochis considera que los desafíos pendientes aún son muchos.
“La intención de la tesis está lejos de ser una crítica de la labor periodística. Se trata de aportar y reflexionar sobre el uso del lenguaje. Con poco trabajo discursivo pero con mucha conciencia de género, se pueden hacer excelentes notas periodísticas”, considera la especialista. Y agrega: “Hay que instalar en los medios el concepto de violencia sexual contra las mujeres y las niñas como un atentado contra los derechos humanos. Hay que apelar a la conciencia de género, al respeto de la condición femenina y, fundamentalmente, a nombrar a las mujeres como lo que son: personas”.
El gravísimo avance de la violencia machista genera la necesidad de periodistas especializadas y especializados en las redacciones, que conozcan y tengan una visión integral de la temática y que se conviertan en referentes para los demás a la hora de abordar informativamente el problema, y sepan cómo afrontar el tratamiento.
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“Es indispensable una formación en violencia de género y, para lograrlo, hay que revisar trabajos extraordinarios hechos por colectivos feministas de Córdoba y del país, por ejemplo, la Red PAR (Periodistas de Argentina en Red por una Comunicación no Sexista), que tienen decálogos sobre el tratamiento de la violencia contra las mujeres con cantidades de elementos fundamentales a la hora de hacer una noticia sobre la temática”, recomienda Alochis.