Los habitantes de las ciudades usamos el fuego en las hornallas de la cocina, en las estufas o en el asadito del domingo. Un incendio es para nosotros un acontecimiento excepcional: se llama a los bomberos, vienen los medios, se busca el culpable. Cuando en abril de 2008, el humo proveniente de la quema de pastizales invadió Buenos Aires y sus alrededores, nos llegó apenas el reflejo de una situación que ocurre habitualmente en gran parte de Argentina, en otros países de Sudamérica y en muchas otras regiones del mundo: en el campo, el fuego es un suceso habitual.
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Es una herramienta que se usa con objetivos variados: se queman pastizales para un mejor rebrote, se queman residuos agrícolas y malezas, se quema la caña de azúcar para facilitar su cosecha, se quema para deforestar y desmontar por la expansión de las fronteras agropecuarias. El fuego es también un disturbio natural y muchos ecosistemas dependen de él para la conservación de sus especies, hábitats y paisajes.
Las quemas tienen un ciclo anual que depende de variables ambientales: estaciones y condiciones meteorológicas, ya que la vegetación debe estar seca para quemarse, y del crecimiento de la vegetación y acumulación de biomasa muerta, entre otras. Pero también dependen de variables socioeconómicas: los ciclos de los cultivos y sus precios internacionales, la influencia de la legislación, las políticas de control. En épocas de sequía acentuada, muchas quemas se descontrolan y causan los grandes incendios que llegan a los titulares de los diarios.
Desde hace algunos años, por medio de imágenes y datos satelitales, es posible analizar las quemas en escalas regionales. En Sudamérica, al este de Los Andes, entre el centro de Brasil y la pampa argentina, las quemas se producen entre julio y diciembre, con los máximos entre agosto y octubre. Durante estos meses se detectan satelitalmente en Sudamérica entre 1.000 y 5.000 focos calientes por día. En el centro-norte de Argentina y Paraguay se producen también quemas entre enero y abril.
Las quemas producen diversos efectos: daños a los seres humanos, a los animales, efectos sobre los suelos, los ecosistemas y la biodiversidad. Pero cuando el número de quemas aumenta se producen impactos en escalas mayores, que se vinculan con la atmósfera y el clima. Emiten gases de efecto invernadero que aportan al calentamiento global. El crecimiento rápido de la vegetación vuelve a captar una parte de los gases cuando vuelve al mismo estado. Cuando se deforesta, la vegetación cambia y los gases quedan en la atmósfera. Alrededor del 22% de las emisiones globales de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, ocurren por esta causa.
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Las quemas emiten las pequeñas partículas que forman el humo y el hollín. En algunas ocasiones se llegan a formar con el viento norte “ríos de humo” que perduran por varios días, recorriendo Sudamérica desde el sur del Amazonas hasta más allá de la provincia de Buenos Aires. Estos ríos de humo, que se mueven a alturas de 1.000 a 3.000 metros, forman una neblina extraña, que no se disipa con el viento ni al elevarse el sol.