La función fisiológica y anatómica de todos los seres sexuados, animales no humanos y animales humanos, es el sexo. La genitalidad existe, los miembros sexuales diferenciados para un sexo y el otro, y también los sexos extraños -como por ejemplo, Alexina, que era hermafrodita y fue estudiada por Foucault-, además de las relaciones sexuales y la función de la fecundación. Eso es el sexo, explica la doctora en Filosofía Esther Díaz y realiza una diferenciación detallada sobre lo que es la sexualidad: “Todo lo que se genera conceptualmente y a nivel del imaginario individual y colectivo a partir del deseo, no necesariamente sobre la genitalidad”.
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Abordar la sexualidad como experiencia históricamente singular requiere de desentrañar los saberes que a ella se refieren, indagar en los sistemas de poder que regulan su práctica, y sobre todo, comprender cómo los individuos se conciben y se declaran como sujetos de esa sexualidad. En ese marco, resalta la investigadora, puede haber sexualidad aunque no haya genitales. Por ejemplo, hay músicas sensuales que pueden excitar el deseo sexual, el chat o el teléfono pueden ser otra forma en la que se tienen orgasmos, se enamora o desenamora y hasta se odia.
Ahora, la invariante a través de los siglos es el deseo, según lo plantea Foucault. Los seres humanos siempre tuvieron deseo, pero se orientaron de diferentes maneras según la época social. Foucault encontró que el volumen histórico que en la modernidad está ocupado por lo que se llama “sexualidad” antes lo ocupaba el concepto cristiano de “carne”. Por el sólo hecho de vivir en una sociedad cristiana se sabe perfectamente a qué se refieren los católicos cuando hablan de “los pecados de la carne”: no son sólo los que tienen que ver con lo genital, sino también comer mucho, beber mucho; hasta ser avaro es un “pecado de la carne”. El concepto de ‘la carne’ incluye todo lo que sea algún placer para el cuerpo. Ahí se ve más claramente cómo esto que hacemos con el deseo, la mayoría de las veces incluye a los genitales, pero muchas otras no. Hay personas a las que, aunque tengan una genitalidad totalmente normal, no les interesa tener relaciones sexuales. Incluso, hay algunos que pueden enamorarse pero no les interesa tener relaciones sexuales, y por ahí se encuentran con personas que tampoco se plantean el sexo porque no les interesa. Hay otros que disfrutan no consumando las relaciones sexuales. Y esto sucede en la actualidad. Es decir, que el deseo tiene recovecos y miles de formas, continuó Díaz.
La sexualidad hoy
Siguiendo los lineamientos de Foucault -pero actualizando su obra- Esther Díaz afirma que la sexualidad continúa refiriéndose a todo un aparato conceptual alrededor de “hacerse los ratones”, a lo que denominó “la sexualidad: esa estrella apagada” y publicó un libro con ese nombre.
Cuando Foucault escribía, todo esto estaba todavía muy reprimido. No existía internet, la TV no era tan zarpada como ahora, no había enseñanza sexual en los colegios, y todavía corría el “de esto no se habla”. Es preciso pensar cómo ha cambiado desde la época en la que él investigaba hasta la actualidad. Hay una frase que dice “una imagen vale más que mil palabras”, pero yo creo que es exactamente al revés: hay palabras que valen mucho más que una imagen. Nadie se escandaliza de que todas las noches haya un programa que tiene 35 puntos de rating donde salen mujeres desnudas, hombres casi desnudos, haciendo, incluso, simulacros de relaciones sexuales. La tesis de Foucault era que, como en la época victoriana estaba prohibido hablar de sexo, nada atraía más que lo prohibido; del sexo se hablaba, pero sotto voce. Foucault dice que se da una reproducción de los discursos sobre el deseo justamente cuando “de eso no se habla”. Esto era válido hasta la época en que él publicó.
En estos 50 años todo cambió radicalmente. Todo está mostrado, todo está dicho. Desde esa perspectiva -continuó Esther Díaz- es que afirmo que la sexualidad está muerta, pero que si seguimos teniendo el mismo tipo de relaciones sexuales y los mismos estereotipos de muchas cosas, es porque pasa como con una estrella que se apaga, a la que se sigue viendo durante mucho tiempo porque su brillo continúa. Hasta que se encuentre otra palabra, u otra se imponga, por el momento yo la llamo “postsexualidad”.
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Díaz interpreta que, en la actualidad, se da lo contrario a lo que pasaba en la época victoriana: como estaba prohibido hablar del sexo, lo que estaba prohibido producía mucho deseo. En cambio ahora, ni siquiera es preciso comprar un video porno como diez años atrás: navegando por internet, incluso, se encuentran cosas mucho más explícitas. Por lo tanto, ante semejante mostración se da el fenómeno contrario.