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Universidad Nacional de Quilmes - Departamento de Ciencia y Tecnología

06 de Febrero de 2012 | 6 ′ 19 ′′

Un alumno construye patines a vela

Caio Gómez, estudiante de Arquitectura Naval, decidió fabricar, navegar y disfrutar la embarcación tradicional del Mediterráneo. Se trata del patín a vela, un catamarán de competición con más de cinco metros de eslora que surgió hacia la década del '20 en Barcelona. Se adapta a muchos tipos de agua ya que navega con sólo 30 cm de profundidad, además es cómodo para su transporte porque tiene manijas que permiten moverlo con facilidad.
Un alumno construye patines a vela

El patín a vela es una embarcación muy particular: no tiene timón, ni orza y cuenta con una sola vela sin botavara. Está diseñado para un solo tripulante y es común verlo navegar en las aguas del Mediterráneo. En Argentina fue fabricado por el alumno Caio Gómez, quien cursa la carrera de Arquitectura Naval y se dedica a construir esta embarcación de competición.

Se trata de un catamarán que tiene más de cinco metros de eslora y posee cinco bancadas que unen dos flotadores en forma de cuchilla. Se usa en regatas de competición en Barcelona, Cataluña, Andalucía y Valencia y en algunas costas francesas, belgas y holandesas. Pero este verano Caio estuvo promocionando el patín en Pinamar, Mar del Plata y Rosario.

La embarcación surgió del ingenio de los navegantes -y no sólo de técnicos náuticos- en las costas de Barcelona. Nació en los años ‘20 y fue evolucionando hasta que en 1941 una regata entre los distintos prototipos existentes hizo que el modelo de patín que ganó en aquella prueba fuera el que se fabricase. Ganó el prototipo de los hermanos Mongé y, desde entonces, el patín continúa fabricándose con las mismas líneas de agua y diseño.

Con la idea de traer una nueva embarcación al Río de la Plata, Caio comenzó la construcción del patín y pensó en la fabricación para la venta. “La embarcación es atractiva y hoy en día la navegación de catamaranes tiende a crecer mundialmente”, indica a InfoUniversidades.

Su primer contacto con el patín lo tuvo a través de una revista que le hizo conocer su papá (también egresado de la UNQ y docente de Arquitectura Naval), que quedó maravillado con la embarcación y guardó la imagen en su retina. Un tiempo después pensaron en la idea de fabricarlo, aprovechando la carpintería familiar que tenían y decididos a enfocarla en la construcción naval.

“El trabajo que tenía que encarar era artesanal y fue un impacto muy grande el que tuve”, explica Caio. A partir de ahí se presentaron distintos desafíos: encontrar las reglamentaciones para construirlo, los materiales, los procesos adecuados y poner manos a la obra en el diseño y la construcción del patín a vela.

Una vez fabricado el primer modelo, vino la navegación. “Era algo que nos llamaba la atención, ya que no hay embarcación que se le parezca”, cuenta Caio. Si bien los principios para navegar el patín son los que se utilizan para windsurf (es decir, navegar utilizando su propio peso para dirigir la embarcación) se trata de un catamarán que alcanza los 5,6 metros de largo. “No supimos cómo era navegarlo hasta que terminamos uno de los cuatro patines que tenemos fabricados, y realmente nos sorprendió”, revela el alumno.

Caio cuenta que sus primeras experiencias en la navegación del patín pasaban por la ansiedad y la incógnita sobre cómo navegarlo: “Una vez en el agua, me fui adaptando a él. Primero hice unas navegaciones en la laguna de Chascomús, con poco viento, para ir aprendiendo las maniobras. Me sorprendí a mí mismo, ya que era más sencillo de lo que imaginaba y de lo que habíamos leído e investigado por foros con mi papá”.

Pero todavía no había imaginado que las sensaciones podían ser más intensas hasta que se fue al mar con el patín a vela y descubrió que podía atravesar una rompiente y navegar mar adentro como si la embarcación tuviese un motor: “Ahí sentí el ruido del agua y el viento contra la madera, la vela que me exigía cazar siempre un poco más y mi cuerpo que cada vez estaba contrarrestando peso por la escora. Fue algo impactante y la adrenalina me duró todo el día”.

El patín tiene un mástil de aluminio de casi 7 metros de altura y una superficie vélica de más de 12 metros cuadrados. Se adapta a muchos tipos de agua: se puede usar en lugares con poco calado, ya que no tiene apéndices (no tiene ni quilla ni timón), y también en el mar. “Te permite muchas posibilidades de navegación. En el Río de la Plata, por ejemplo, se puede navegar perfectamente porque podés salir de cualquier lado y navegar por donde sea, sin preocuparte del calado. Navega con sólo 30 cm de profundidad y esto es único”, asegura Caio. Además, la embarcación es cómoda de transportar. Posee manijas que le permiten moverla desde la rampa de un club hasta la orilla de una playa para arrastrarla hacia el agua.

El diseño y la construcción del catamarán siguen los requerimientos que obliga el reglamento para la competición. La construcción se hace íntegramente en Argentina. Caio y su equipo fabrican patines a vela con estructura de madera y también en fibra de vidrio. Pero también cuentan con el trabajo de Mariano Arroyo, egresado de la carrera Arquitectura Naval de la UNQ, quien es el responsable de fabricar los flotadores de fibra que necesita el patín. Los envía desde Rosario, donde vive y trabaja profesionalmente en la construcción de estas piezas.

El catamarán está formado por dos cascos o flotadores que cumplen la función de planos antideriva. Los cascos están unidos entre sí por la cubierta, compuesta de cinco bancadas independientes que aportan rigidez al conjunto y sirven de soporte al aparejo, así como de apoyo al propio patrón.

Producción Periodística:
Producción periodística: Erica Lanfranchi

Responsable Institucional:
Leticia Spinelli
Universidad Nacional de Quilmes

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