El trabajo, comandado por la doctora Marcela Polimeni de la carrera de Geografía, incluye el análisis de la capacidad de resistencia y equipamiento de los diferentes grupos poblacionales del territorio mendocino y la elaboración de una cartografía que refleje los resultados finales.
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Según indicó Polimeni a InfoUniversidades, los distintos índices de vulnerabilidad no sólo dependen de las características geográficas de una zona, sino también de variables socioeconómicas. “La importancia de este trabajo radica en la necesidad de contar con un instrumento para la mitigación del riesgo, que hasta ahora la provincia no tiene”, dice la investigadora y agrega: “El crecimiento de la población y la expansión de diferentes usos del suelo en Mendoza permiten prever que un mayor número de habitantes y bienes serán afectados”.
En general, los diferentes riesgos climáticos a los que ha estado expuesta la provincia desde 1960 son heladas, vientos intensos, lluvias extraordinarias, granizo, incendios naturales, nevadas extraordinarias y aludes, olas de calor y de frío. Todos responden a ciertas características físicas de la región. La Cordillera de los Andes impide el ingreso de las masas de aire del Pacífico, “y a tan sólo 500 km de distancia, la humedad que traen consigo hace que queden a barlovento de la montaña y lleguen a la planicie mendocina totalmente secas” señala Polimeni.
Por otro lado, la distancia al océano Atlántico determina que las masas de aire del anticiclón ubicado allí, en la desembocadura del Río de la Plata, sean las responsables de las lluvias de verano en Mendoza (entre 200-250 mm anuales). “Los inviernos son secos y fríos. Las amplitudes térmicas, tanto diarias como estacionales, causadas por la extrema continentalidad, son una constante en el clima. Son típicas las heladas en esta época debido también a la inversión térmica que es frecuente desde abril a octubre. Las tardías, es decir, las que ocurren en septiembre-octubre o las tempranas antes de la fecha indicada, son extremadamente perjudiciales”, detalla la investigadora.
Y otro aspecto particular de Mendoza es el viento Zonda, cálido, seco y violento, frecuente desde abril a septiembre con algunos tardíos fuera de época, sumamente perjudicial para el ser humano y para la actividad agrícola, ya que es el período de floración de los frutales. La intensidad de este viento muchas veces provoca grandes pérdidas de vidas humanas y económicas.
Por otro lado, en alta montaña, también durante el invierno, se producen intensas nevadas que bloquean el paso fronterizo a Chile y son frecuentes los aludes que ya han cobrado muchas vidas en la historia de la cordillera mendocina.
De la investigación surge que los departamentos más castigados son San Rafael y Malargüe, en el sur provincial; Las Heras y La Lavalle, al norte; Luján de Cuyo, al oeste, y Junín, Rivadavia y San Martín, al este. En tanto, la población más vulnerable al riesgo climático es, claramente, la de menores recursos y la que se dedica a la actividad agrícola, debido a que depende directamente del clima.
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Pero no sólo la geografía juega su parte, también entran en juego factores humanos en el riesgo climático. “Específicamente, la falta de conciencia y de prevención”, dice Polimeni. “Por ejemplo, en países como Alemania, cuando ocurre el viento Fhöen, más conocido en nuestro medio como Zonda, se toman ciertas precauciones, como no realizar cirugías (por los corte de luz y por la falta de estabilidad de la presión sanguínea, tanto del enfermo como del profesional que la realiza). Tampoco se toman decisiones importantes porque hay una modificación en la carga eléctrica de nuestro organismo que altera el sistema nervioso. También es frecuente ver en esos días un aumento en los accidentes de tránsito. En general no se aconseja realizar actividades físicas, por los probables ataques al corazón”, completa la investigadora.