Las ovitrampas utilizadas para este estudio, sirven como sensores de oviposición para detectar la puesta de huevos, pero no para capturar mosquitos, y no representan ningún riesgo para los vecinos. Foto: Exactas Comunicación
Luego de décadas de haber sido erradicado de la Argentina y sus países vecinos, el Aedes aegypti, mosquito transmisor de los virus dengue, Zika, Dolores articulares.">Chikungunya y, también, de la fiebre amarilla urbana, reapareció en Misiones y Formosa en los años ’80 y, en 1995, se detectó nuevamente en la Ciudad de Buenos Aires.
Desde entonces, el proceso de colonización de la gran urbe ha sido incesante y, de acuerdo con los resultados de un trabajo científico que acaba de publicarse en el Bulletin of Entomological Research, va en aumento.
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“Estudiamos doscientos sitios que abarcan toda la ciudad de Buenos Aires durante dieciséis años, entre 1998 y 2014, y encontramos que, a lo largo de ese período, cada vez hay más abundancia del mosquito y, también, que cada año el número de lugares en donde se detecta su presencia es mayor”, informa Sylvia Fischer, investigadora del Grupo de Estudio de Mosquitos (GEM) del Instituto de Ecología, Genética y Evolución, perteneciente a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires - UBA y al CONICET.
“Si uno acumula todos los años que analizamos, comprobamos que el mosquito estuvo al menos una vez en todos los lugares estudiados, lo que significa que ya colonizó toda la ciudad”, alerta.
Pero los resultados del trabajo dan cuenta de un hecho aun más preocupante: “Hace dieciséis años teníamos alta abundancia del mosquito recién a fines de enero o principios de febrero, y ahora tenemos abundancias altas desde mediados de diciembre. Es decir, se amplió en más de un mes la ventana de tiempo en la que hay alto riesgo epidemiológico”, subraya Fischer, y advierte: “Si no hacemos nada, esto empeorará, no es que queda igual”.
Buscando causas
Debido a que el mosquito es originario de climas tropicales, existen pocos grupos de investigación en el mundo que analicen la dinámica del Aedes aegypti en climas templados, como el de la Ciudad de Buenos Aires: “En casi ningún lugar del mundo tienen tantos datos de tantos años en climas templados”, comenta Fischer.
Para la realización de este trabajo -que también firman María Sol De Majo, Laura Quiroga, Melina Paez y Nicolás Schweigmann- los investigadores debieron reunir los datos de todos los estudios anuales que, mediante un convenio con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, efectúan desde 1998.
Dichos datos están conformados por el número de huevos depositados por las hembras del mosquito en cada una de las “ovitrampas” distribuidas por toda la ciudad. “Estas trampas sirven como sensores de oviposición para detectar la puesta de huevos, pero no para capturar mosquitos, y no representan ningún riesgo para los vecinos”, aclara Fischer.
Cada semana, los científicos recorren más de 200 kilómetros para recolectar los sensores y remplazarlos por otros nuevos. “Para este trabajo en particular, no tomamos en cuenta el registro del número de huevos, sino la presencia o ausencia de los mismos en cada ovitrampa”, consigna.
De esta manera, construyeron una base de datos que contiene las semanas en que los sensores tenían huevos (“semanas positivas”) en cada sitio en estudio y para cada año.
“En 1998, durante el pico máximo de mosquitos, el 40% de las ovitrampas fueron positivas y en 2014 ese número creció al 80%”, ilustra la investigadora (ver ilustración). De acuerdo con esta información histórica, en estos días de marzo los porteños estaríamos conviviendo con el pico máximo de abundancia de mosquitos.
Cierto aumento de la temperatura y las lluvias puede favorecer la velocidad de desarrollo del Aedes aegypti pero, según los resultados del trabajo, la causa de este problema creciente no sería un cambio de las condiciones climáticas.
“Analizamos los registros de temperatura durante el período estudiado y comprobamos que el número de ciclos de reproducción que podían completar las hembras en las distintas temporadas no cambió”, señala Fischer. “Tampoco la lluvia parece ser una explicación, porque tanto al comienzo como al final de nuestro monitoreo tuvimos años muy lluviosos y años muy secos”, añade. “Ni la temperatura, ni la lluvia, ni la combinación de ambas parecería ser una explicación”, completa.
La investigadora plantea dos hipótesis –no excluyentes- para explicar este fenómeno. Por un lado, que el estudio arranca cuando el mosquito estaba casi recién llegado a la ciudad: “Probablemente abarcamos la etapa de plena expansión”, indica. Por otro lado, Fischer propone una hipótesis preocupante: “Otra explicación posible es que el Aedes aegypti esté empezando a adaptarse para poder completar su ciclo de desarrollo a temperaturas más bajas, es decir, estaría pudiendo sobrevivir en condiciones que en otras partes del mundo no lo está haciendo. Eso lo estamos viendo a partir de una línea de investigación que iniciamos hace poco”, revela. “De hecho, lo hemos encontrado en San Bernardo, en Villa Gesell y en Dolores, lugares cuya temperatura media anual está varios grados por debajo de la de Buenos Aires”.
Sea cual fuere la causa biológica del crecimiento y expansión de la población de este mosquito, lo que queda en evidencia es que las medidas de control implementadas a lo largo de los años no funcionan. “Son todas medidas fragmentadas”, opina Fischer.
Por otro lado, gran parte de la responsabilidad para frenar al mosquito le cabe a cada uno de los habitantes del Área Metropolitana de Buenos Aires, que deberían eliminar todos los elementos que puedan juntar agua: “El momento ideal del descacharrado es durante el invierno, momento en el cual sólo hay huevos y no hay mosquitos adultos. No obstante también es importante hacerlo ahora”, avisa.
Al riesgo de Dengue, Zika y Chikungunya, ahora se agrega el de la epidemia de fiebre amarilla en Brasil, donde ya se notificaron más de mil casos y casi una centena de muertes debidas a esta enfermedad. Hace pocos días, en Paraguay se declaró la alerta sanitaria por la aparición de casos de fiebre amarilla.
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“A principios del 2016, le mostramos a las autoridades recién asumidas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires los gráficos del aumento de abundancias, y seguimos trabajando con ellos durante todo el 2016 y continuamos haciéndolo”, comunica Fischer.