Ricardo Melchor no sólo sabe cómo pudieron haber sido los tiempos del cenozoico en el norte de la Patagonia, sino que guarda varias pruebas en su oficina de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UNLPam. Allí investiga desde principios de los ’90, cuando consiguió su doctorado.
“Mi línea de trabajo es la sedimentología y la icnología, una disciplina que se ocupa del estudio de las evidencias de la actividad orgánica que se conservan en algunas rocas luego de millones de años”, aclara.
Primitivos caracoles, diminutos panales de abejas o escarabajos que no llegaron a nacer -llamados “pupas”- representan algunas de las especies que atesora en las cajas de su biblioteca. Son el resultado de varias campañas por el interior pampeano y dan cuenta de la más reciente de las edades de la Tierra, que comenzó hace 65 millones de años.Esta era es conocida como la era de los mamíferos, animales, que al extinguirse los Dinosaurios a fines del Cretásico sufrieron una extraordinaria radiación adaptativa y pasaron a ser la fauna característica, también comenzó a haber un aumento en las especies de aves, insectos y plantas con flores.
Unicos en el país
La investigación sobre los ambientes cenozoicos en La Pampa, que dirige y comparte con su colega Jorge Genise, abarca cinco sitios en la provincia. “Se realiza de forma complementaria con un equipo de biólogos, con el propósito de vincular los resultados a los estudios de otros grupos que trabajan sobre la misma temática en el país”, añade Melchor, también docente de la UNLPam y científico del Conicet.
En la pantalla de su computadora están las imágenes de la “perlita” de este proyecto que comenzó en enero de 2005. Fue hallada por otros investigadores hace alrededor de dos décadas, en Salinas Grandes de Hidalgo, cerca de Macachín, una localidad próxima a Buenos Aires, la primera escala de este fascinante recorrido por la última era geológica en el centro de la Argentina. “Son hormigueros fósiles, correspondientes al Mioceno tardío -una etapa intermedia del Cenozoico, entre cinco y once millones de años atrás-, que ahora están siendo revisados en el marco de este nuevo estudio”.
A simple vista, pocos podrían reparar en estas esferas de barro que, desparramadas en el desértico paisaje pampeano, albergan la arquitectura de un complejo y arcaico hábitat. “No se encontraron evidencias similares en otros sitios del país”, apunta. Si bien no hay registros de sus habitantes, se cree que eran ocupadas por hormigas constructoras de “hongueras”, aquellas que acumulan materia orgánica y crían setas, para luego alimentarse de ellas.
Con esta investigación, se espera conocer más sobre la estructura interna de estas minúsculas organizaciones, su distribución en cámaras, así como las características de su entorno y la relación con los demás hormigueros con los que compartían el terreno. ¿Son difíciles de hallar? “Están en la superficie y son tan numerosos y accesibles, que los lugareños juegan con ellos a las bochas”, relata Melchor entre risas.
El perfil de este “paleo” ecosistema se completa con la presencia de cuevas de mamíferos de un metro y medio de altura y rastros fósiles de raíces sobre las rocas. “Era un lugar de llanuras, con muy poca agua, vegetación escasa y un clima semiárido, parecido al actual”.
Más escenarios
Un poco más al sur, también sobre el este pampeano, aparece el segundo escenario de este viaje a través de la última era geológica del planeta: La Adela, una pequeña localidad en el límite con Río Negro. En 2004, se descubrieron huellas de aves playeras, tipo “chorlos”, correspondientes a un intervalo más moderno del Cenozoico, específicamente del Mioceno y el Plioceno, entre once y dos millones y medio de años atrás. “Son rocas más nuevas que Hidalgo, con ambientes similares, pero asociadas a planicies y ríos, que bajaban y subían su caudal”.
Puelén, un pueblito en el extremo suroeste de la provincia, nuclea a los otros tres yacimientos cenozoicos encontrados hasta hoy. Dos de ellos, muy próximos entre sí, son los más antiguos del grupo y pertenecen al Eoceno, la segunda etapa de esta era, con fósiles datados en 54 millones de años.
Entre este lugar y la ruta 20, que conduce hacia Bariloche, la meseta “El Fresco” ha dado muestras de la existencia, en épocas anteriores, de un entorno totalmente diferente al desierto pampeano que la rodea. “Localizamos cuevas de crustáceos en depósitos de origen lacustre”, señala Melchor. Los científicos piensan que posiblemente haya existido en este sitio un lago, poco profundo, pero de aproximadamente 700 kilómetros cuadrados de superficie.
Este ambiente está vinculado a otro ecosistema vecino, en las inmediaciones del “Gran Salitral”, que aporta nuevas pinceladas a esta postal de tiempos remotos. “Es una depresión muy grande, con bardas y pequeñas mesetas en la costa, donde hay fósiles de agua dulce, como nidos de abejas, avispas, coleópteros, entre otros insectos, y caracoles continentales, que vivían allí cuando el nivel del lago descendía”.
La comparación de estos rastros de vida orgánica con las especies actuales es fundamental para reconstruir el hábitat adonde se pudieron haber desenvuelto. Por ejemplo, se encontraron numerosos nidos fósiles de abejas y se sabe que ellas sólo levantan estas moradas en suelos muy insolados, secos y desprovistos de vegetación. “Esta información permite componer el esquema total”, advierte Melchor.
Otra zona cercana y lindante con el arroyo Puelén representa el último enclave del Cenozoico, con material del “Pleistoceno” o más moderno. “Dimos con huellas que podrían ser de guanacos o mamíferos más grandes, que ahora están en proceso de estudio”. Un río cruzaba el lugar y había pequeños lagos. También se ubicaron fósiles de algas microscópicas e invertebrados, que aún no ha sido posible identificar. El proyecto se encuentra en un 75 por ciento de avance de su desarrollo y resta una campaña a esta zona de la provincia antes de diciembre.