Uno de los profesores cuenta que cuando asiste a un congreso científico no toma apuntes tradicionales, sino que prefiere escribir tuits; un resumen que le permite, además, contar lo que va pasando, como un cronista. Otro docente relata que necesitaba una persona para colaborar en su equipo de investigación y que se le ocurrió hacer el llamado a través de una red social, “¿a alguien le interesa el tema?”, preguntó. Ambos profesores comparten la práctica de la investigación científica y la dirección de proyectos. Los dos afirman tener poco tiempo para intervenir en sus redes, que les resulta difícil establecer una rutina de trabajo para difundir lo que hacen. Sin embargo, ambas anécdotas representan un cambio de época.
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Rolando Rivera Pomar trabaja en la UNNOBA, es docente en la carrera Licenciatura en genética y fue director del Centro de Bioinvestigaciones (CEBIO) durante siete años. “Cuando tengo tiempo miro Twitter, no tengo una rutina”, es lo primero que dice y deslizando que no se considera un especialista. Lo cierto es que para el investigador de la genética de los insectos, lo que comenzó siendo un juego para ver a “algunos personajes”, terminó siendo un medio para la consulta y la comunicación con pares: “Empecé a enterarme de montones de cosas, cuestiones que no eran del área propia”. Para él, “Twitter es donde se puede hablar de ciencia, pero también de política o de fútbol: es como el bar de la esquina donde uno va a charlar”. Y también utiliza Instagram, pero con otros fines: “La tengo exclusivamente para investigación, para contar cuestiones de naturaleza, biología; como ahí es todo más gráfico, subimos parte del trabajo que hacemos con los insectos de los glaciares”.
En relación a ese proyecto de investigación para los glaciares, cuenta cómo fue la convocatoria mediante redes. “Yo me siento un usuario más, pero vi todos los contactos y referencias que se iban dando. Entonces, por ejemplo, junto a Pablo Pessacq, un colega y amigo que trabaja en Esquel en el tema de los insectos de los glaciares, dijimos ‘¿por qué no pedimos un becario doctoral para trabajar en este tema?’. Y se me ocurrió contarlo en Twitter. Entrevistamos a una cantidad de gente que nos escribió, hasta que finalmente comenzamos a trabajar con una tesista de la Universidad de Tucumán, ¡algo que salió por Twitter! Muchas veces, cuando uno busca personas para trabajar tiende a terminar con los más cercanos o con sus estudiantes… De este modo, fue algo de alcance nacional”.
Francisco Albarello es docente en la Universidad Austral, secretario de Investigación en la Facultad de Comunicación y director del Doctorado en Comunicación. Nació en Junín, estudió periodismo en La Plata, y desde hace tiempo se dedica a investigar cómo es la lectura en las pantallas. Hoy es una referencia nacional en el tema de la “lectura transmedia”. Sin embargo, en esta ocasión no va a ser él quien pregunte sobre los consumos en las redes, sino que nos interesa él como usuario. ¿Cómo relaciona su actividad académica y de funcionario con el uso de las redes sociales?
“Considero que las redes sociales son una manera de contar lo que uno hace, una ventana de difusión de la ciencia”, define. Y sigue: “Antes estabas limitado a publicar un paper en alguna revista, o un libro y que la editorial lo difundiera, no mucho más que eso. Hoy, todo lo que yo hago lo difundo en las redes, es una manera de hacerlo visible y establecer contacto con otros lectores, y no sólo estudiantes, sino también con otros investigadores”.
Albarello afirma que usa Twitter porque es la red social en la que se siente más cómodo, aunque no deja de lado las demás, como Instagram y Facebook. Aunque manifiesta la dificultad de encarar esta tarea de publicación de modo constante, algo en lo que coincide con Rivera: “El tema es que publicar implica un tiempo que muchas veces no tenés. Produzco bastante, no sólo dando clases, sino escribiendo, investigando; queda poco tiempo para darle toda la difusión que quisiera y de un modo más sistemático”.
Con respecto al tipo de contenidos que publica, cuenta que identifica dos tipos: “En primer lugar están mis propias producciones, que publico con un hashtag que trato de mantener (#lecturatransmedia) que me permite conectar no solamente las producciones propias sino también con colegas, por eso Twitter me parece una herramienta maravillosa para encontrar material”. El otro tipo de contenido que genera el docente de la materia Tecnologías de la Información y la Comunicación es el relacionado con diversas actividades académicas, como los congresos y las conferencias: “Intento ser un cronista, cubrir los eventos científicos a los que asisto pero no de un modo tradicional tomando apuntes en un cuaderno, sino escribiendo tuits. Voy haciendo comentarios, citas, fotos, hilos en Twitter. En ese sentido, trabajo codo a codo con la comunicación institucional y etiqueto generando marca con el lugar en el que trabajo. Creo que en Twitter pude desarrollar una lógica de publicación”.
Del laboratorio a la red de redes
En los últimos tiempos se ha podido acceder a resultados de investigaciones mediante las redes sociales y la inmediatez se impuso como prioridad frente a los temas que preocupan a la sociedad. Esto provocó, además, una relación directa entre investigador y opinión pública. Rivera considera la posibilidad de esta relación como “algo muy importante”. “De hecho, sigo a muchos científicos que van actualizando sus novedades, gente a la que he empezado a seguir durante la pandemia, un momento de desinformación horrorosa –relata–; entonces, sirve tener un grupo de científicos referentes a los que se les tiene confianza. Si uno puede aportar algo, como lo hacés con tu familia cuando te preguntan algo, compartir una información de utilidad y tratar de explicar su importancia, lo tenés que hacer”.
Rivera admite que desde el surgimiento de la última pandemia hay una tendencia a realizar esta tarea por parte de los científicos, algo a nivel mundial. “Por ejemplo, en Alemania, una de las personas más seguidas en redes sociales, y hablamos de cientos de miles de seguidores, es el profesor Christian Drosten, un virólogo, que era la persona que mejor explicaba lo que estaba pasando con la pandemia”. Drosten, además de hacer su trabajo en investigación, “es escuchado por su lenguaje claro a través de podcasts o seguido en las redes sociales por su forma sencilla y rigurosa, algo de lo más difícil de lograr”.
Es un hecho conocido que durante la pandemia se potenciaron de modo significativo las noticias falsas, sobre todo mediante las redes sociales. Pero también, en modo paralelo, se daba otro movimiento, no estructurado pero constante: el de científicos que comenzaron a trabajar de manera colaborativa a partir de la lógica de la red de redes, compartiendo materiales e informaciones. ¿Cómo se experimentó ese tipo de colaboración no estructurada por parte de nuestros protagonistas?
Para Albarello, este tipo de funcionamiento colaborativo se remonta, y tiene relación, con el origen mismo de la web, ya que era un protocolo universal para compartir información académica. “El origen de la web fue ese: compartir conocimiento de modo horizontal; la pandemia lo puso en evidencia, tanto para el desarrollo de las vacunas como para algo tan extendido como realizar nuestras tareas de docencia mediante la virtualización forzada de la enseñanza en 2020”, recuerda. Y agrega: “Fue el año de los webinars, una palabra que se impuso; y luego se compartían en las redes no sólo los recursos, sino también las ideas: había un espíritu colaborativo que explotó entre los docentes, algo altruista, como cuando suceden inundaciones y florece la solidaridad. Fue algo similar”.
“Quedó en evidencia que lejos de las miradas apocalípticas sobre las pantallas, vivimos un escenario contrario a eso”, celebra Albarello. En este sentido, recuerda su propia experiencia con el proyecto “Investigar en red”: “Lo realizamos entre once universidades argentinas, un proyecto de investigación que publicamos recientemente y que da cuenta de cómo leen, estudian y se informan estudiantes de comunicación de las once universidades intervinientes. Este proyecto, con treinta y cinco investigadores, lo hicimos a través de la web y se llevó adelante durante la pandemia. Lejos de obstaculizar, la pandemia lo potenció, porque participamos universidades de varias provincias que de otro modo no nos hubiéramos podido reunir. La necesidad nos movió a desarrollar competencias de trabajo en red: teníamos las herramientas, pero tuvo que suceder algo extraordinario para decidir hacerlo”.
¿Hacia un nuevo tipo de influencer?
¿Las redes sociales habilitarían una nueva era en la cual los científicos tienen la posibilidad de ser celebridades? Rivera cuenta que retoma este tema en sus propias clases. Y afirma que “no es tan así”, ya que la ciencia es una preocupación pública desde mucho antes. “En el siglo XIX, las discusiones de las academias de ciencia salían en los diarios y la gente tomaba partido. Cuando discutían creacionismo versus evolucionismo en la Academia de Ciencias de París se trataba de una pelea como si fuera Chevrolet contra Ford. Están los diarios de la época para consultar. Esos temas formaron parte de la opinión pública, como el libro de Darwin ‘El origen de las especies’, que tuvo un impacto descomunal, ¡y estamos hablando del año 1860! Y Albert Einstein, quien quizás fue el primero en estar en el día a día de los medios”.
Claro que la intervención social de los científicos se ve incrementada no sólo por las redes: muchos medios masivos tradicionales los incluyen en su agenda para tomarlos como referentes de consulta. Esto es así, según Rivera, porque “el científico tiene una credibilidad, sobre todo ahora después de la pandemia. La gente empezó a hablar de cuestiones científicas, ¿te hiciste el PCR? Pero antes, ¿quién sabía lo qué era PCR? O también temas que se hacen populares, frases como ‘está en el ADN de River’. Entonces, si lo dijo un científico vale la pena: pero un científico puede decir tantas pavadas o verdades como cualquiera, si se le consulta más allá de su campo de saber especializado”.
En este sentido, Albarello coincide y marca los riesgos y la responsabilidad que implica ese prestigio para opinar: “Hay una lógica propia en las redes sociales, en la que con pocos elementos y con mucha convicción una persona puede creer que sabe de un tema. Está en la televisión también, por ejemplo, referentes de la nada misma que hablan más o menos bien. Y en las redes pasa lo mismo. Se construye sobre una subjetividad narrativa: cualquiera con ciertos elementos narrativos puede erigirse como un influencer”.
“Por eso mismo creo que hay que estar en las redes sociales”, asegura Albarello. “Tengo la esperanza de que nuestro mensaje tenga una lectura, no porque seamos mejores, sino porque podemos comunicar desde un método, riguroso, sostenido en el tiempo, a riesgo de ser aburridos por hablar siempre de lo mismo, pero justamente es lo que nos convierte en especialistas: alguien que se dedica a un tema sistemáticamente”.
En las redes sociales se puede ir detectando a los referentes. Y ahí viene el llamado de Albarello: “Creo que tenemos que ser referentes de los temas que investigamos, no en el sentido de ser personajes especiales, sino de hacer nuestro aporte”. Se trata, de algún modo, de un llamado a la responsabilidad por la intervención en un escenario que está cargado de ruido y subjetividad.
Y justamente porque son las redes sociales el espacio para la expresión máxima de la subjetividad humana, y la ciencia, supuestamente, el espacio para la búsqueda de la verdad despojada de los prejuicios, es que puede aparecer una simple pregunta: ¿cómo puede dialogar la ciencia con las redes sin abandonar su lógica, sin sopesar lo verdadero frente a lo retórico, lo expresivo, lo individual?
Rivera patea el tablero y arroja su sentencia: “La ciencia puede no ser subjetiva, ¡pero los científicos somos subjetivos! En las redes somos como todos, subjetivos. Yo trato de ser objetivo cuando presento una cuestión científica, y me da igual si el resultado es el que esperaba o no. Pero no todo el mundo es así. Y muchas veces hay límites entre ciencia y política, lo que se vio claramente en la pandemia, en donde los científicos eran capaces de torturar los números para que confiesen lo que ellos querían. Apremios ilegales de los datos, porque había mucha intencionalidad política”.
Para el docente de genética, “el científico es un tipo común, que a la hora de plantear cuestiones no científicas, puede ser tan tonto o tan inteligente como cualquier persona. Hay mucha subjetividad, en las redes y en las no redes”.
La velocidad de la difusión: revistas versus redes
Con la web y las redes sociales no sólo cambió la temporalidad: también cambió el concepto mismo de acceso. La idea de acceso abierto (open access) irrumpe de la mano de un movimiento derivado del espíritu del software libre y las licencias abiertas. La reivindicación del acceso sin restricciones a material de tipo académico y educativo ya tiene un recorrido en el mundo digital (quizás el hito más conocido esté retratado en el film “El Hijo de Internet. La Historia de Aaron Swartz”, 2014). Las revistas científicas, que tradicionalmente se manejaron mediante la suscripción y con tiempos de publicación extensos, se ven seriamente impactadas en este nuevo escenario.
Albarello informa que como editor de una revista académica, la “Revista Austral Comunicación”, ha tenido que asumir el tema. “Precisamente, en el congreso de ALAIC, que se hizo en Buenos Aires, hubo un panel sobre revistas académicas, de modo que esta pregunta es muy pertinente porque hay una problemática en las revistas”, reflexiona. Y agrega: “La movida del acceso abierto al conocimiento va teniendo muchas revistas que se suman, como la nuestra. Es una modalidad con mucha fuerza. Considero que las revistas académicas no deberían ser pagas”.
Para poder difundir materiales que requieren una circulación rápida se ha comenzado a utilizar el sistema de publicación denominado preprint. Además hay revistas que tienen un sistema de publicación continua, con mayor flexibilidad ya que no se ajustan a llamados puntuales. Estos recursos van permitiendo acelerar tiempos y ampliar la posibilidad de circulación de los textos.
“Creo que el sistema de publicación tradicional está en crisis por varios motivos –indica Rivera–, y el principal es el tiempo desde que uno lo envía”. “Algo se ha resuelto con los denominados preprints, que son trabajos científicos sin referato, pero que permiten que la información esté disponible en los repositorios digitales de cada universidad, espacios donde también hay tesis y otros materiales, todo disponible en la red”.
En este sentido, Rivera señala la importancia del acceso: “Con la pandemia hubo mucha información disponible que servía para que el resto pudiera seguir construyendo conocimiento y eso cambió la lógica de la publicación, porque las revistas importantes empezaron a monitorear los repositorios digitales para encontrar trabajos que a ellos les interesaban; así empezaron a comunicarse con los autores. Cambió la relación, eso fue muy evidente”.
Por su parte, Albarello suma otra definición: “Como investigadores deberíamos producir distintos tipos de contenidos, no sólo publicaciones académicas tipo papers”. Esto afecta el núcleo mismo del sistema, ya que sólo reconoce un tipo o modelo de publicación al momento de otorgar puntaje a quienes investigan para continuar con su carrera.
Albarello da detalles de su propuesta: “El libro que publicamos ahora sale con todos los resultados y va a estar liberado en formato PDF mediante una edición de la Universidad Nacional de Rosario, pero a la vez vamos a hacer un White Paper, como un folleto, con los resultados más breves para difundir en medios de comunicación, y también vamos a hacer podcast para aprovechar la diversidad de voces que hay en el registro”.
“Hay que producir microcontenidos para redes también –agrega–; hay que pensar como una especie de ecosistema de productos más allá del típico paper, que queda limitado a un público muy reducido. Si se hace una inversión de tiempo y dinero, eso no puede quedar sólo en la lectura de un puñado de personas. Hay una responsabilidad de los investigadores y la universidad en que el trabajo derrame en la sociedad. Por lo tanto, deberían producirse otros contenidos, más allá de cumplir con los actuales parámetros del sistema”.
Diálogo, interacción y… ¿discusión?
En la interacción en las redes sociales puede encontrarse todo tipo de intercambios: desde preguntas y opiniones hasta ataques o insultos. Los científicos no están marginados de esta regla de funcionamiento, más allá de que su público mayoritario sean estudiantes, docentes y otros científicos. ¿Cómo viven ese intercambio en el mundo virtual?
Rivera afirma que lo vive igual que por fuera de las redes, “no creo que haya mayores diferencias”. El punto en el cual sí las encuentra es en lo que denomina “las malas interacciones, porque la ventaja de las redes es el anonimato”. De todos modos, el profesor de genética afirma fijarse bien antes de responder: “Sólo respondo dependiendo quién y cómo lo preguntan”.
“El intercambio en las redes sociales es muy rico, porque se supone que uno publica para que otros lo lean, comenten, respondan –indica Albarello. Me pasa que leen mis trabajos en otras universidades donde hay colegas que son conocidos, me citan, entonces genera una movida muy linda, de estar en un ambiente donde hay una valoración de tu trabajo”.
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Para Albarello es importante siempre tener presente el ida y vuelta, ya que así como él publica sus materiales y quizás terminen en las clases de alguien, él también utiliza información que publican desde otras cuentas: “Así la web es un gran apoyo para la investigación”, concluye.