Nota

Universidad Nacional de Quilmes - Departamento de Ciencia y Tecnología

20 de Febrero de 2023 | 6 ′ 26 ′′

Estudian el reloj biológico de los estudiantes

Desde el paradigma de la Cronobiología, investigadores demostraron la influencia del cronotipo en el rendimiento académico y en el sueño de estudiantes Adolescentes. Se trata del conocido “Reloj biológico” que reside en el cerebro y es modulado, a su vez, por factores externos como la luz. Participaron de la investigación Diego Golombek y Juliana Leone, referentes del Laboratorio de Cronobiología.

María Juliana Leone y Diego Golombek

“Nuestro trabajo acerca de los relojes biológicos, en principio de laboratorio, nos llevó a plantear algunas hipótesis en el campo, en la vida real. Sabíamos que los adolescentes tienen un desfase en cuanto a su reloj biológico y también que esto ocasiona ciertas dificultades para el turno mañana en la escuela secundaria. Lo pusimos a prueba en un colegio de tres turnos y ahí estamos: jugando con ideas que provienen del pensamiento científico pero aplicadas en la sociedad”, señala Diego Golombek, uno de los autores del paper publicado en la prestigiosa revista Nature (Human Behaviour) y referente del Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).

Sucede que la ciencia, en su afán de estudiarlo todo, ofrece –desde hace tiempo– una clasificación que sirve para comprender cómo afectan las actividades cotidianas a los cronotipos, es decir, las preferencias horarias dictadas por los relojes internos de cada quien. Los más activos durante la mañana son denominados “alondras”, mientras que los que rinden mejor de noche son etiquetados como los simpáticos “búhos”. Aunque la cronobiología enseña que las personas tienen relojes distribuidos por todo el cuerpo, el más importante de todos reside en el cerebro y es modulado, a su vez, por factores externos como la luz. Pero, ojo, que la cosa no se mantiene inmutable; por el contrario, se ajusta

–se sincroniza– a lo largo de la vida, siendo la adolescencia el momento donde la tendencia se inclina más hacia lo nocturno.

Desde esta perspectiva, ¿qué analizaron? La investigación procuró demostrar la influencia del cronotipo en el rendimiento académico y en el sueño de estudiantes adolescentes. Para ello, la muestra fue compuesta de 753 alumnos de 1° y 5° año que asisten en los tres turnos (mañana, tarde y noche) a un colegio de la Ciudad de Buenos Aires. Como referencia, escogieron Matemática y Lengua porque son las dos asignaturas presentes en ambos cursos y transversales a todas las comisiones.

Frente a esta situación desplegaron algunas líneas de exploración. “No es que los matutinos [alondras] son mejores en cualquier momento del día, sino que son evaluados por la mañana cuando su horario interno está mejor alineado con el horario escolar. A los nocturnos [búhos] muchas veces se los toma como ‘vagos’ cuando, en verdad, lo que sucede es que son puestos a examen en horarios que no son adecuados para su cronotipo”, describe a Argentina Investiga María Juliana Leone, también investigadora del Laboratorio de Cronobiología. Y, luego, continúa con el razonamiento: “Sabíamos por estudios previos que el turno mañana no era ideal para los adolescentes porque poseen un cronotipo nocturno. Ello hace que duerman poco y en horarios inadecuados. Nuestra hipótesis era que la interacción entre el horario escolar y el cronotipo modula el rendimiento académico, es decir, las notas que obtienen”.

En primer lugar examinaron cómo el horario escolar modulaba el sueño de los adolescentes: cuánto duermen y el jet lag social, esto es, la diferencia en los horarios del dormir entre días hábiles y libres; un asunto que puede asociarse a problemas de salud y menor rendimiento cognitivo. Si bien todos los estudiantes tienen un cronotipo nocturno, los del turno mañana son más matutinos que los del turno tarde y los del turno vespertino. Sin embargo, esas diferencias no son suficientes para compensar la brecha que existe entre el horario interno y el escolar matutino. “El horario de inicio escolar (7.45) es realmente muy temprano para un adolescente, aun para el ‘más alondra’ de todos. En promedio duermen unas seis horas y quedan lejos del número sugerido (entre 8 y 10 horas). Lo compensan parcialmente con siestas pero no es suficiente”, apunta Leone. Para pasar en limpio: más del 90% de los alumnos del turno mañana duermen menos de ocho horas en días hábiles.

“Si bien los adolescentes son búhos en general, en el turno mañana esperábamos que los más matutinos tuvieran mejor desempeño que los más nocturnos. Efectivamente, comprobamos que ello sucede de este modo pero se cumple mejor en Matemáticas que en Lengua”, relata la científica. Esta conclusión podría explicarse de dos maneras: por el hecho de que los matutinos fueran portadores de una característica que, sencillamente, los hiciera más capaces que los nocturnos con independencia del horario en que sean evaluados; o bien, obtienen mejores calificaciones porque sus trabajos (parciales, trabajos prácticos) son corregidos en su mejor momento. La pregunta es: ¿qué ocurre entonces en los otros turnos escolares? “En el turno tarde el efecto del cronotipo sobre el rendimiento desaparece, excepto para Lengua en los adolescentes de 5° año. Aquí se ve que existe un mejor desempeño de los matutinos; como si el turno tarde todavía fuera temprano para los nocturnos. En el turno vespertino, en los estudiantes de 5°, se observa que los más nocturnos tienen un mejor rendimiento que los más matutinos”, destaca Leone. Estos resultados demuestran que cuando los horarios escolares están mejor alineados con el reloj interno de los adolescentes, el rendimiento académico mejora.

“Entender al mundo y tratar de conocerlo es el proceso que describe a la ciencia. En el camino podemos descubrir aplicaciones y tenemos la posibilidad de volcar hacia la sociedad algunas de las cosas que pensamos”, ensaya Golombek y concluye: “Sobre la base de estas evidencias científicas recomendamos comenzar el colegio secundario un poquito más tarde, entre media y una hora. Estamos convencidos de que las decisiones en políticas educativas se tienen que basar en evidencias científicas”.

María Juliana Leone y Diego Golombek

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Leticia Spinelli
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