¿Sabía usted que cada vez que se aprieta el botón de descarga de un inodoro se utilizan entre seis y doce litros de agua potable? Agua que, considerando su destino en la planta de tratamiento de líquidos cloacales, se desperdicia. Con el objetivo de capitalizarla para éste y otros usos domésticos como el riego o la limpieza de pisos, un grupo de investigadores de la Universidad de Flores impulsa la instalación de humedales vegetados caseros para tratamiento de agua residual. Si bien el proceso de limpieza no la vuelve potable, la libera de una gran cantidad nutrientes y materia orgánica.
> Leer también: Reducen microorganismos que perjudican el suelo.
Un humedal es un recurso de sencilla elaboración hogareña. Se trata de un recipiente aislado del terreno, construido con plástico o membrana, que evita la infiltración del agua hacia el suelo o hacia la napa. En su interior tiene arena y grava (conjunto de piedras pequeñas) y plantas, y su tamaño dependerá del caudal que reciba. Su función es purificar el agua que atraviesa la arena, por medio de la propia arena, los microorganismos que crecen sobre ésta y las plantas que mantienen la porosidad de ese sustrato.
En esta primera etapa del proyecto, los especialistas experimentan con las aguas denominadas “grises” –de uso doméstico– provenientes del lavarropas y que arrastran consigo partículas de jabón o fibras de ropa que se desgastan con cada lavado. Por su parte, en el caso de aguas con mucha carga orgánica como las “negras” –contaminadas por materia fecal y orina–, debería utilizarse un tratamiento previo, como una cámara séptica o un tanque de sedimentación, para no saturar rápidamente el sistema, y un tratamiento posterior de desinfección. En este caso, el uso posterior del agua es limitado, pero de todas formas el humedal lograría atenuar el nivel de contaminación.
“En este momento –explica Gabriel Basílico, ingeniero en ecología y director de la investigación– probamos un prototipo de humedal cilíndrico de 70 litros de capacidad, cuya mitad está ocupada de arena y grava, y con distintas especies nativas plantadas. Medimos algunas variables de calidad de esa agua gris de lavarropas y la comparamos, antes y después de pasar por el humedal. El proceso es similar a cuando uno riega una maceta: el agua pasa y sale por abajo. Nosotros construimos un sistema que nos permita regular la salida del agua, que ingresa en forma vertical, atraviesa la arena y la grava, y drena por un tubo. Entonces, comparamos el agua ‘cruda’ y el agua una vez que pasó por allí”.
Estas primeras pruebas demostraron la eficacia del sistema a la hora de mover los elementos sólidos que le dan turbiedad al agua. “Estamos con dos formas de operar el humedal. Una, es con un lavado previo con agua de la canilla; el otro, volviendo a pasar por el humedal el agua gris obtenida en un primer ciclo. Lo que vemos en el segundo caso es que el agua no es tan cristalina luego de los dos ciclos, pero desde la parte química y desde las variables que medimos hasta ahora sí notamos que hay una mejora comparable a la calidad del agua obtenida por los dos tratamientos. Por ejemplo, en relación a la demanda química de oxígeno, que indica la cantidad de materia orgánica que consume oxígeno del agua. Esto es lo que sucede cuando el agua está estancada y comienza a tener mal olor: hay un montón de materia orgánica que consume el oxígeno del agua y se produce ácido sulfhídrico, uno de los responsables principales del mal olor”, detalla Basílico.
Humedales a gran escala
Los investigadores también promovieron la implementación de humedales y un sistema de islas flotantes en el Parque Natural Lago Lugano, en el sur de la Ciudad. Este espacio es administrado por la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El objetivo es depurar el agua del arroyo Cildáñez, que recibe efluentes tanto cloacales como pluviales, algo similar a lo que sucede en el Riachuelo.
Aquí, el agua se bombea, pasa a través de los humedales –que están ubicados en la ribera–, quedan retenidos los contaminantes y después, por gravedad, esa misma agua vuelve al arroyo más limpia. En este caso hay que tener en cuenta las precipitaciones, que modifican no sólo el caudal del propio arroyo sino también la depuración dentro del humedal.
Las islas flotantes instaladas en el arroyo Cildañez están hechas de un marco de tubos de plásticos y tela media sombra, y fueron plantadas con especies acuáticas flotantes y palustres que se encuentran en el Delta y en el Río de la Plata, que contribuyen a la limpieza del agua. El diseño de estas islas flotantes se basa en un prototipo elaborado por el Dr. Basílico, que además permite la reutilización de botellas de plástico en lugar de tubos.
> Leer también: Convierten residuos urbanos en abono agrícola.
“La tecnología de humedales construidos se puede aplicar al tratamiento de otro efluente, como el de una textil”, amplía el director del proyecto. “Ya no estaríamos hablando de Aguas grises o negras sino de residuos industriales. El problema aquí sería el color de los efluentes ya que en el proceso industrial se usan colorantes para teñir la ropa y parte de esos colorantes terminan en el río. En ese caso, el objetivo es remover el color de ese efluente, por lo cual también sirve esta clase de humedales. Sería un tratamiento terciario que se le da a los efluentes una vez que ya se eliminó lo grueso de la contaminación, aunque existe la posibilidad de que quede color o alguna sustancia tóxica”, cierra.