Según indicó a InfoUniversidades Federico Zeballos, el autor del trabajo, de los casi 50 millones de libros impresos en 1974 se pasa a 31 millones en 1976 para llegar a editar sólo 17 millones durante el período 1979-1982. Estas cifras tienen su correlato en el descenso drástico del promedio anual de libros leídos por habitante en Argentina: tres libros para el período 1973-1974; dos en 1976; uno en 1979 y menos de un libro leído por habitante por año en 1981, según el informe de la UNESCO “El Estado de la Educación en América Latina en la década del noventa”.
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Otro dato interesante que recoge el trabajo es la consecuencia directa de la férrea censura operada sobre los libros: la preocupante caída del bagaje lingüístico que padecieron los argentinos. Entre 1973 y 1974 el número de palabras promedio por habitante era de 4.000 a 5.000 para descender a un promedio de 1.500 a 2.000 en el período 1976-1980.
“La quema de libros fue el último eslabón de la cadena represiva sobre la cultura. Tenía un fuerte mensaje intimidatorio dirigido a la comunidad e incluía la exposición pública de los libros secuestrados, el discurso de alguna autoridad castrense, la toma de fotografías antes y durante la quema, y la posterior publicidad de lo sucedido en diversos medios de comunicación”, relata Zeballos.
Varios siglos atrás, el creador de la imprenta, Johannes Gutenberg, en referencia al poder de su invención, decía que había formado un ejército de veintiséis soldados de plomo, capaces de conquistar el mundo. “El sentido y alcance de esta frase fue entendido por todas las dictaduras del mundo que intentaron arrasar con la ideología disidente.
La dictadura diagramó un sistema de censura que conjugaba la intervención de numerosos organismos oficiales y una serie de disposiciones. Los canales televisivos fueron repartidos entre las fuerzas armadas: los canales 7 y 9 para el Ejército, el canal 13 para la Armada y el canal 11 para la Fuerza Aérea. Además, estaban los llamados ‘operativos de control’ llevados a cabo sobre diversos ámbitos, y las quemas públicas de libros”, comenta Zeballos.
La pira bibliográfica más grande que perpetró la dictadura militar en Argentina se produjo el 30 de agosto de 1980. En un baldío de Sarandí, provincia de Buenos Aires, se quemaron más de un millón y medio de libros y fascículos del Centro Editor de América Latina. El trabajo de Zeballos señala que se decía que la hoguera ardió durante tres días seguidos.
En la Universidad
El 13 de septiembre de 1976, los bibliotecarios de la facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba recibieron la orden del delegado militar impuesto por el régimen de que se retiren de la biblioteca las obras pertenecientes a Georg Friedrich Hegel, Ludwig Feuerbach, Karl Marx, Friedrich Engels, José Stalin, Valdimir Lenin, Mao-Tse-Tung, Ernesto Che Guevara, Györzy Lukacs, Ernst Bloch, Herbert Marcuse, Roger Garaudy, Lewis Althusser, Paulo Freire, y cualquier otra obra que pertenezca al mismo corte ideológico.
“El genocidio, con su plan sistemático de exterminio de personas, tuvo su paralelo, salvando las distancias de su gravedad, con la ejecución de un plan de persecución y destrucción bibliográfica. Las listas negras de libros, los controles de las actividades de extensión de las bibliotecas, el seguimiento de los lectores y las quemas de libros eran prácticas recurrentes”, explica Zeballos.
Así, según consta en la resolución citada en el trabajo, el dos de abril del año 1976 el delegado interventor militar en la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano, teniente primero Manuel Carmelo Barceló, recorre la biblioteca de la Escuela y requisa 19 títulos, entre los que se encontraban obras de Aguirre, Marx, Engels, del Centro Editor de América Latina y Martí. Luego, incinera los textos en presencia de testigos.
El dos de abril del año 1996, al cumplirse veinte años de aquella quema de libros, la comunidad de la Escuela colocó en la biblioteca una placa donde se lee: “Hermosos tiempos aquellos en que podemos pensar lo que queremos y decir lo que pensamos. 1976-1996”.
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El trabajo realizado por Federico Zeballos y dirigido por Marta Palacio tiene un carácter exploratorio-descriptivo, con una interpretación valorativa de informaciones históricas, y se nutre de fuentes testimoniales y documentales.