La ciencia y la metafísica tienen, nuevamente, según dos filósofos mendocinos, su punto de encuentro en el siglo XXI. El epistemólogo Juan Manuel Torres, y el filósofo y psicólogo Raúl Milone investigan cómo, a través de un proceso histórico, la filosofía de la ciencia y la ciencia misma han llegado a necesitar de la que a partir del siglo XVIII pretendió ser su mayor enemiga: la metafísica. “Información biológica, conflicto mente-cuerpo y los límites de la ciencia natural” es el nombre del proyecto de investigación que llevan adelante estos especialistas.
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¿Cómo pueden relacionarse estos tres temas? Fue principalmente a partir de la Teoría Evolutiva de Charles Darwin, que se inició una sonora discusión sobre el origen de las formas de vida y, posteriormente, sobre esta última. Un debate que aún no se da por terminado y que, más bien, recién comienza.
Así como en las escuelas se habla del Holocausto, en el que se exterminó a los judíos de la mano de Hitler en la década de 1930, nunca escuchamos una sola palabra sobre el Genocidio Armenio de 1915. Hay, por lo menos, cinco teorías alternativas sobre la evolución distintas a la de Darwin, de las que no se habla o maliciosamente se oculta su existencia: simbiótica, neutralista, auto-organización y estructuralista. Torres indicó a Argentina Investiga que opta por destacar la Teoría del Diseño Inteligente, cuya principal premisa es que debido a su complejidad –hoy matemáticamente mensurable– la vida y sus formas sólo pueden atribuirse a la acción de una inteligencia, aunque ésta permanezca desconocida e intangible. Estas ideas no son religiosas y fueron promovidas, por primera vez, por el premio Nobel Francis Crick, quien fue uno de los descubridores de la estructura del ADN y enunció, en 1957, el Dogma Central de la Biología Molecular. Es decir, en la inspiración no hubo ningún trasfondo espiritualista y su respaldo son los cálculos de los matemáticos sobre los recursos probabilísticos del universo, por caso E. Borel, B. van de Sande o S. Loyd.
Torres dice que para explicar cómo en los 4.500 millones de años que se le adjudican a la Tierra se creó una complejidad como la que exhibe la vida y sus formas, la teoría darwiniana es ya totalmente impotente y por eso han surgido otras teorías evolucionistas alternativas. Por la misma razón emergió la Teoría del Diseño Inteligente, originada alrededor de la década del noventa, cuando pudo medirse la complejidad contenida en el genoma de los seres vivos. Aquí es donde surge el límite de la ciencia, al menos de la ciencia natural: los datos nos remiten a algo que está más allá de la experiencia empírica, esto es, al campo de la metafísica. Eso es lo que muestra la Teoría del Diseño Inteligente, especialmente, sobre bases físicas y matemáticas.
Lo mismo sucede con la dualidad mente-cuerpo, que podría entenderse mejor con la dicotomía mente-cerebro, cuando se llega a la conclusión, como han hecho varios autores de la neurociencia, de que la mente no es lo mismo que el cerebro. Éste puede modificarse, extraerse del cuerpo, cortarse, ser intervenido, pero no así la mente, que se nos presenta como una realidad intangible. Importantes pensadores contemporáneos, como el premio Nobel John Eccles o el británico John Searle, sostienen –con diferencias– la naturaleza intangible de la mente y muestran bien por qué no es reductible al cerebro. Naturalmente, también sobre este punto hay fuertes posiciones naturalistas, como las de Patricia Churland o Jerry Fodor.
La mayoría de las personas damos por hecho que los dragones jamás fueron reales, que sólo son criaturas mitológicas a las que se rinde homenaje en gran parte de la literatura fantástica, y hasta el más realista de los humanos sabe, a través de esos libros, qué y cómo es un dragón. Lo que está sucediendo entre la ciencia y la metafísica es como si ese realista anunciara que los dragones sí existen y todos comenzáramos a preguntarnos por qué no lo supimos antes. Entonces, nos damos cuenta de que nunca compramos un pequeño y barato libro que contenía una foto de un dragón real en su interior, sino que siempre preferimos esos cuentos fantásticos que creíamos inverosímiles.
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Algo similar pasa con el darwinismo: estábamos seguros de que era la única teoría sobre el origen de la vida y sus formas, porque es lo que nos han enseñado de generación en generación, en un traspaso ciego de tradición cultural. Es como la primera marca que nos venden en los supermercados porque, según los empresarios que los manejan, es la única “de calidad”. En la actualidad, la ciencia se encuentra con obstáculos, como en el caso del origen de la vida, sus formas y la naturaleza de la mente, que no puede resolver por sí misma, salvo que lo haga volviendo sobre sí y acuda a teorías y escritos que, por intereses ideológicos o económicos, deja empolvarse en las bibliotecas.