Eduardo Galeano recibió el facsímil del Manifiesto Liminar de la Reforma del ‘18 con la misma emoción que el título de Doctor Honoris Causa, y dedicó la mención a los estudiantes de aquella gesta que “sacudió a toda América Latina, medio siglo antes del estallido estudiantil de París y México”.
La presentación estuvo a cargo del vicerrector de la UNC, Gerardo Fidelio, que lo catalogó como el “escritor de la memoria” y uno los mejores historiadores de esta parte del continente, por su capacidad de rescatar las voces acalladas en los discursos sesgados y hegemónicos que configuran una única mirada de los hechos y el pasado.
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“Nos escribía mientras dormíamos, vivíamos o simplemente sobrevivíamos”, indicó en referencia a los diferentes momentos históricos que atraviesan las narraciones.
La rectora, Carolina Scotto, fue la encargada de darle el diploma, y luego el escritor se dirigió al auditorio para compartir un breve discurso. En el inicio, rescató la gesta de los estudiantes cordobeses de 1918 como el movimiento que marcó el camino para “fundar una cultura propia” en América Latina.
También recordó a Simón Rodríguez, un venezolano que recorrió América predicando la ruptura respecto de la dominación de Europa y Estados Unidos para que el continente americano sea verdaderamente libre.
Según Galeano, Rodríguez fue el fundador de la “nueva educación americana” y, por lo tanto, padre de los revolucionarios del ‘18 que “quizás no lo conocían, pero estaba vivo y coleando en la explosión cordobesa que ocurrió un siglo después de sus andares por los caminos americanos”, señaló.
Luego, durante más de 30 minutos extasió al auditorio con la lectura de una decena de textos que forman parte de su nuevo libro, “Espejos, una historia casi universal”.
La historia en doce relatos
“Como hay tanta gente y están todos apretados voy a aprovechar para atormentarlos leyendo algunos relatos del último libro que cometí”, bromeó Galeano, antes de compartir fragmentos de su última obra, que cuenta “modestamente la historia del mundo, a través de 600 microhistorias”.
Con pasajes en broma y reflexiones que se hicieron colectivas, habló a través de sus escritos del racismo, la mujer, los exterminios en diferentes épocas pero bajo el mismo sesgo de la intolerancia, y rescató la voz de los protagonistas del pasado condenados por el discurso oficial a ser siempre secundarios.
Asimismo, aprovechó la ocasión para sincerar su lenta incorporación al mundo de la computación, luego de haber sido durante algún tiempo un detractor de privilegio del avance de Internet y la tecnología informática.
Fascinado en la lectura, como él mismo expresó, hiló las historias que recopiló durante años y que formaron ese cúmulo de páginas que considera un “homenaje a la diversidad humana”.
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“Los hombres son los únicos que matan por placer, los únicos que violan. Pero también los únicos que ríen, los únicos que sueñan despiertos, los que hacen seda de la baba del gusano, los que convierten la basura en hermosura, los que descubren colores que el arco iris no conoce, los que dan nuevas músicas a las voces del mundo y crean palabras para que no sean mudas la realidad ni su memoria”. El final del relato marcó también las últimas palabras de Galeano, que se quedó saboreando un aplauso que se prolongó durante varios segundos, para luego entregarse, por otros tantos, a firmar los libros que le acercaron al escenario.