Aunque la violencia en la escuela no es un fenómeno nuevo, sí es propia de estos tiempos su relevancia pública, a partir de un sinnúmero de casos que llegaron hasta los medios de comunicación y de allí, a la opinión pública. Uno de los ejemplos que más se recuerda es el episodio de Carmen de Patagones, en el que un alumno disparó contra sus compañeros y mató a tres de ellos.
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Pero a la hora de analizar el fenómeno, los especialistas se preocupan en caracterizar a éste y otros casos como de “violencia en la escuela” y no de “violencia escolar”. Y las clasificaciones no son caprichosas según el Obervatorio Argentino de Violencia en las Escuelas (OAVE). Mientras la primera hace referencia a la violencia que se produce en el marco de los vínculos propios de la comunidad educativa, la segunda señala a aquellos hechos que tienen a la escuela como escenario pero que no son producto de las prácticas que se desarrollan en ella.
Teniendo en cuenta esta diferenciación, un equipo de investigadores de la UNCuyo, encabezado por la profesora María Teresa Lucero, indagó acerca del papel que cumplen los docentes en la violencia escolar. “Los actores institucionales somos también generadores de violencia”, reconoce la docente.
La violencia como forma de comunicación
“El docente siente la crisis de un modelo pedagógico dominante, que tenía la visión de la función docente como factor de disciplinamiento para normalizar el comportamiento de los alumnos. Y también la falta de un nuevo modelo pedagógico en el marco de crisis social, económica y cultural de la sociedad actual”, dice Lucero para explicar por qué la violencia escolar se traslada a la práctica docente.
¿En qué tipo de escuelas han investigado?
-Elegimos escuelas con culturas diferentes, situadas en distintos contextos de Mendoza, tanto públicas como privadas.
¿Por qué cree que la escuela como institución genera violencia?
-Los alumnos viven las normativas escolares como un modo de violencia, de amenaza, en tanto sólo “satisfacen” el deseo de los profesores de “ejercer su poder”. Naturalizan algunas “formas de relación violenta con sus pares”, en tanto no lo consideran expresión de violencia tanto verbal como física o gestual. Son, dicen, una forma de “comunicarse”. También afirman que “viven como una pérdida de la propia identidad” en la escuela, en tanto tienen que comportarse de manera diferente a como lo hacen en su vida cotidiana. Aparece como una forma de violencia contra ellos “la rutina”.
El abordaje del equipo de investigación rompe con el enfoque tradicional sobre la problemática, al identificar como un actor más de la violencia escolar al propio sistema educativo.
¿Cuáles serían los principales factores de violencia desde la institución?
-Por ejemplo, hay dispositivos de disciplinamiento que se vuelven expulsores del alumno. Y además, se toman decisiones políticas que impactan en la vida escolar, que afectan la vida de docentes y de alumnos, de manera arbitraria e inconsulta.
¿Y qué otras causas de violencia “desde arriba” identificaron?
-Las causas son múltiples y muy complejas. Podemos señalar, entre otras, diferencias culturales que no son aceptadas, lo que lleva a marginar a alumnos que no responden a la “cultura dominante”. Y relacionado con esto, la estigmatización de alumnos que vienen de determinados sectores sociales. También existen prejuicios: “Éstos no van a aprender”, se dice, y no se les permite el acceso a ciertos conocimientos. Se naturaliza lo social y lo cultural. Por último, vemos que hay una vinculación permanente de la violencia con clase social y cultura popular. Se significa la violencia como un sentimiento propio de los alumnos más pobres hacia los alumnos menos pobres.
¿Por qué hay mayores índices de violencia en el nivel primario que en el secundario?
-Por que la primaria es expulsiva y selectiva. Al secundario llegan “los mejores alumnos”.
Pero si violencia suele relacionarse con la marginalidad, ¿por qué se da en escuelas privadas con alumnos de sectores económicos más altos?
-Esta pregunta refleja una realidad: la violencia de la sociedad está presente en la escuela. Una sociedad que arregla sus diferencias con insultos, agravios (la campaña electoral es un reflejo de esto) y golpes, alcanza con su violencia a todos los ámbitos, incluida la escuela, cualquiera sea el sector social que asista.
Tiempo de soluciones
“Estamos en una época de crisis de los modelos o paradigmas pedagógicos tradicionales”, analiza Lucero. Se refiere a que se ha diluido la oposición entre el docente como autoridad indiscutible de la clase, transmisor de conocimientos, poseedor del saber y el alumno “tábula rasa”, vacío de conocimientos que deben ser absorbidos a partir de lo que “enseña” el docente.
“Hoy este modelo, aún muy vigente en nuestras aulas, promueve la resistencia de los alumnos y en esta lucha encontramos mucho de la violencia que está vigente en la escuela y que las políticas educativas alimentan con decisiones que no cuentan con la consulta necesaria a los docentes”.
Para empezar a cambiar esta situación, el equipo comandado por Lucero propone crear espacios institucionales en las escuelas para el trabajo en equipo entre docentes y personal directivo, donde se puedan “plantear los problemas cotidianos del aula y buscar las soluciones adecuadas al contexto de la escuela en la que está trabajando”.
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También consideran que debe darse una lectura más “política” de la realidad educativa, para poder comprender lo que está pasando y por qué está pasando. Todo esto llevará al docente a recuperar su autoestima y su responsabilidad en las tareas que le competen. “Hay que desarrollar herramientas para leer la realidad social, económica y cultural de sus alumnos para poder realizar la práctica pedagógica -opinan-. El docente tiene que recuperar la función fundamental de un profesional de la educación: enseñar conocimientos y distribuirlos de manera equitativa, cualquiera sea la condición social de sus alumnos”, concluyen.