Termina el partido y se juntan detrás del arco para decidir cuál es el equipo ganador. Todo suma: goles, juego limpio y solidaridad con los compañeros, entre otros factores. Después de unos minutos, el resultado es anecdótico. Sólo una pequeña instancia de un proceso mucho más amplio, que volverá a repetirse la semana próxima.
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"A partir del deporte buscamos minimizar el impulso violento de los chicos. Pegarse como recurso para solucionar disputas es la primera alternativa, antes que la palabra. Lo interesante es que ellos reconocen la necesidad de cambiar esa actitud, porque les incomoda y, obviamente, no disfrutan de las peleas", indica Feliciano Ulivarri, que junto con su compañero Nicolás Risso ejecuta en la zona una beca de extensión de la UNC.
Los becarios conocen a los adolescentes desde hace algunos años, ya que en ese lugar realizaron sus prácticas con la cátedra Estrategias de Intervención Comunitaria. "Trabajamos con ellos cuando eran más chicos, pero a partir de los 12 años empezaron a perder el interés por las actividades que les proponíamos. Entonces nos invitaron a jugar al fútbol como una manera de no resignar el lugar de encuentro que se había generado", cuenta Nicolás.
Así, los jóvenes de 12 a 16 años empezaron a construir su propio espacio, reuniéndose en la canchita de Villa Costa Canal para jugar y debatir sobre diversos temas de su interés. En tanto, los universitarios aprovecharon el fútbol como motor de convocatoria y como un espacio para ayudarlos a reflexionar sobre el tipo de relación que establecían entre ellos.
A la cancha
“El fútbol ‘callejero’ es un movimiento a nivel mundial que pone en segundo plano la noción de competencia. Las reglas se deben consensuar entre los equipos, no hay árbitro, es un juego mixto, de hombres y mujeres, en el que los goles se suman pero no son determinantes para ganar. Se valora el juego limpio y de equipo", resume Feliciano.
Esta nueva manera de jugar fue implementándose a lo largo de los partidos y, según relatan los estudiantes, los jóvenes se mostraron muy interesados. "Hace unos meses que incorporamos estas normas de juego y vemos que en la cancha se pasan un poco más la pelota entre ellos, se esfuerzan por no cometer fuertes infracciones e intentan resolver los problemas sin apelar tanto a nosotros como si fuéramos los árbitros”, explica Risso.
Es sábado y el partido de fútbol se armó fuera del barrio. Mayoría de chicos, la convocatoria femenina se reduce a Julieta. Hay foules, un penal, un par de goles. Alguien da por finalizado el picadito y entre todos deciden cuál fue el equipo ganador. En los diálogos se percibe lo que los becarios pusieron en palabras momentos antes: los chicos son protagonistas, toman decisiones sobre qué quieren hacer y qué no, eligen estar ahí.
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"Apuntamos a potenciar los recursos que tienen para enfrentar los problemas y encontrar también otras formas de resolverlos. Ejercitar el uso de la palabra para superar las diferencias a partir del fútbol es un comienzo", resume Risso.