El sector energético atraviesa momentos difíciles. Existe incerteza de poder abastecer la totalidad de la demanda de gas natural que se requiere en los inviernos; los picos estivales e invernales de energía eléctrica; y los combustibles líquidos -sobre todo naftas y gasoil- que requieren el transporte, el agro y también la industria. Esta situación -aunque se tomaran hoy todas las decisiones necesarias- nos acompañará en los dos o tres próximos años.
Las causas son variadas y se explican por decisiones erróneas e inoportunas. Y los errores en el sector energético son caros y en gran medida irreversibles.
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Debido a la gran inercia que tiene el sector en este momento, sólo es posible administrar la escasez de la mejor manera posible y esperar que la naturaleza sea benévola con nosotros. Esto significa que no haya días muy fríos en invierno ni demasiado calurosos en verano; que si esto sucediera, al menos no sean consecutivos; que llueva mucho en las cuencas altas de los ríos Paraná y Uruguay o bien, que nieve temprano e intensamente en Los Andes andino-patagónicos. Como puede imaginarse, es altamente improbable que todo esto acontezca a la vez.
Una de las razones más importantes de esta situación de escasez de energía es que hemos abandonado la planificación del sector y esto es imperdonable.
Las transformaciones efectuadas durante la década del 90 adjudicaron al “mercado” la responsabilidad de tomar todas las decisiones. Se suponía que dichas decisiones resolverían el problema de cómo abastecer las necesidades actuales y futuras de energía. No fue así y no es casual. El sector energético es altamente capital-intensivo y con largos períodos de maduración de la mayor parte de los equipamientos (como las centrales hidroeléctricas, nucleares, destilerías, gasoductos). Además, utiliza recursos naturales no renovables como los hidrocarburos y tiene fuertes repercusiones ambientales con altos costos de mitigación. Estas y otras características impiden que los actores privados -cuya lógica es maximizar su beneficio- puedan tomar decisiones adecuadas y convergentes con el interés de la comunidad o del país todo.
Por eso, desde la UNL hemos armado una Maestría en Gestión de la Energía, en Convenio con la CNEA, con el fin de formar recursos humanos capacitados para tomar decisiones de mejor calidad en los distintos ámbitos del sector y con ello mejorar la eficiencia global del mismo.
Es necesario tener un enfoque integral y sistémico de la energía que tienda a remplazar el análisis por industria y los compartimentos estancos; considerar de manera explícita los aspectos de largo plazo y adoptar herramientas modernas de planificación; internalizar las repercusiones ambientales que genera el sector -que en determinados casos son severas- a fin de minimizarlas, mitigarlas o adaptarnos a ellas. Debemos analizar las fuentes renovables y las tecnologías más adecuadas para aprovecharlas y así poder contribuir al progresivo reemplazo de las energías fósiles.
También debemos adoptar una nueva forma de toma de decisiones: un sistema mixto que incluya la planificación participativa para los temas que involucran el largo y muy largo plazo (como las decisiones sobre el uso de los recursos agotables y aquellos que comprometan desarrollos tecnológicos críticos, como la tecnología nuclear) y las decisiones descentralizadas tomadas por los “actores del mercado” para que comprometan el corto y mediano plazo.
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Creemos que con ello mejorará el comportamiento del sector, que podrá abastecer con mayor calidad, seguridad y menores costos a las actividades productivas nacionales y, además, permitirá garantizar a todos los argentinos sus necesidades de energía para una vida más digna.