Pablo Pellegrini explora las tensiones, husmea los bordes, se cuela por las rejas, atraviesa las fronteras. Es una especie de corresponsal de guerra que se para en el preciso punto donde se cruzan los fuegos, justo allí donde el anhelo de verdad que persigue la comunidad científica se pone al desnudo y exhibe sus verrugas. El entrevistado es biotecnólogo, magíster en Ciencia, Tecnología y Sociedad y doctor en Ciencias Sociales, egresado de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Desde el seno del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología (IESCT) toma el casco del ropero y descubre sus armas en el campo (siempre minado) de las controversias científicas. A continuación, algunas ideas al respecto.
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–Sos biotecnólogo, ¿por qué culminaste dedicándote a cuestiones que, en principio, son ajenas al campo?
–Luego de recibirme de licenciado en Biotecnología y de trabajar en algunas cosas referidas a la disciplina, advertí que no me interesaba tanto como creía. Por ello, en paralelo al trabajo de laboratorio, comencé con la maestría en Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS); un espacio híbrido –quizás más permeable– donde especialistas de distintas disciplinas interactúan con total naturalidad. Poco a poco, la biotecnología pasó de ser una ocupación a convertirse en un objeto de estudio y empecé a preocuparme por los aspectos sociales que traían aparejados temas de agenda como pueden ser los cultivos transgénicos. Siempre me había llamado la atención el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil y pensaba que podía funcionar como un buen ejemplo para reflexionar sobre las controversias científicas.
–¿Cómo podría definirse una controversia?
–Remite a aquellas situaciones en que la verdad de la ciencia queda en suspenso, es decir, circunstancias en que no está consolidada. Asuntos sobre los cuales la comunidad de especialistas no logra ponerse de acuerdo. Me refiero a fraudes, a la asignación arbitraria de recursos por parte de los Estados, a la configuración de agendas de investigación según criterios específicos y a otras controversias públicas propiamente dichas.
–Qué interesante esto de “verdad no consolidada”. A veces, pareciera que las verdades científicas fueran definitivas…
–Muy por el contrario, en la comunidad científica también hay muchos disensos y desacuerdos. Cada uno de los conflictos prevé escenarios distintos que plantean, a su vez, mapas de comprensión diversos. Por ejemplo, una controversia que he analizado se vincula con Pangea: la idea de que hace mucho pero mucho tiempo todos los continentes estaban unificados en una misma placa continental. Esta teoría, cuando fue propuesta hace un siglo por el científico alemán Alfred Wegener, no fue aceptada por la mayoría de los geólogos de la época y fue validada recién cincuenta años después. Si bien cuando fue reconocido, como siempre, comenzó a decirse que era “un adelantado para la época”, o bien el clásico “un genio incomprendido”, la propuesta de que los continentes habían estado unidos era bastante anterior, ya que pertenecía al siglo XVI.
–¿Y entonces? ¿Por qué fue aceptada tantos siglos después?
–Durante 400 años la comunidad había considerado que los continentes habían permanecido fijos. Bajo este contexto, pensé que un debate como este –entre los que sostenían la inmutabilidad de los escenarios continentales y los que creían en sus transformaciones– podía resolverse si se tenían en cuenta los estilos de pensamiento que conviven dentro de ese grupo heterogéneo que constituyen los científicos. Para decirlo en pocas palabras, las controversias nunca se resuelven con la razón, ya que las pruebas pueden ser contundentes pero no siempre alcanzan para convencer a la sociedad.
–¿Qué sucede cuando se plantean como controversias discusiones que, por la cantidad de evidencia científica disponible, parecían saldadas? Me refiero a los terraplanistas, los antivacunas…
–Efectivamente, al interior de la comunidad científica no hay ningún debate que dar al respecto. Sin embargo, ello no quiere decir que esta postura se reproduzca en todos los ámbitos sociales. Una cuestión interesante a considerar es el rol de los medios de comunicación y el espacio que le asignan a uno y a otro polo discursivo. Esta idea de representar a “las dos campanas” muchas veces genera en la población la ilusión de que los argumentos de la ciencia están repartidos cuando en verdad no es así. Otro asunto es que estos movimientos suelen apelar a un lenguaje repleto de tecnicismos que toman prestados de la ciencia para revalidar sus propios argumentos. Como sabemos, la ciencia se construyó como fuente de legitimidad a lo largo de su historia.
–Recuperar los matices sociales de la dinámica científica y sus actores necesariamente contribuye a la creación de un abordaje político de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad.
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–Sí, claro. Es que la ciencia es un producto cultural y, como tal, está atravesada por intereses, desacuerdos y tensiones. El enfoque CTS busca incorporar la reflexión respecto de las diferentes clases de experticia que ingresan en los procesos de construcción de los conocimientos. Del mismo modo, contempla los intereses y las necesidades de poblaciones que muchas veces resultan afectadas con determinados avances y desarrollos tecnológicos, al tiempo que recupera el interés por analizar la voracidad de las corporaciones que, en un marco de capitalismo salvaje, avanzan con agresividad con la única premisa de obtener mejores márgenes de lucro.
Pablo Pellegrini