El investigador Jorge M. Streb, de Universidad del Cema, y Gustavo Torrens, de la University of Washington in St. Louis, llevan adelante un trabajo de investigación donde se indaga en los usos y concepciones del lenguaje según las diferentes visiones de la economía. El trabajo aborda campos como la propaganda política, el uso convencional del lenguaje como vía para favorecer las relaciones sociales, hasta la importancia del lenguaje natural como mecanismo para reducir los costos de transacción en los mercados.
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Los investigadores afirman a InfoUniversidades que “la visión estándar de la economía sostiene que la tergiversación de la información es un problema omnipresente. En los términos de Joseph Schumpeter, en su clásico libro ‘Capitalismo, socialismo y democracia de 1942’, “…lo primero que un hombre hace por su ideal o sus intereses es mentir, por lo que no sólo esperamos, sino que de hecho encontramos, que la información que efectivamente es transmitida, a menudo es adulterada o brindada de forma selectiva…”. Aunque Schumpeter aplica esta idea a la propaganda política, tiene aplicaciones a muchas otras situaciones estratégicas”.
Thomas Schelling, premio Nobel de Economía, puntualiza en su libro “La estrategia del conflicto de 1960” que las acciones tienen un contenido informativo y proveen una evidencia de un carácter diferente a la de las palabras. Éstas últimas pueden ser vacías, mientras que las acciones no lo son, en tanto impliquen incurrir en riesgos o costos explícitos, o un menor rango de alternativas posteriores. Lo explica gráficamente: “Las palabras no son una acción como la de quemar los puentes detrás nuestro para comunicar al enemigo que nuestras tropas no van a retroceder”.
Si bien esta visión es poderosa, y se corresponde con la visión de la calle de que mucho de lo que se dice o escucha es “pura sanata, chamuyo o cháchara”, reducir todo el lenguaje a eso es ir demasiado lejos. En economía, algunos modelos recientes toman en cuenta que no todos somos charlatanes, tanto sea porque no todos somos igualmente buenos a la hora de mentir, o porque nos disgusta ser deshonestos. Como muestran Steven Callander y Simon Wilkie en su artículo de 2006 “Mentiras, malditas mentiras y campañas políticas”, una pequeña probabilidad de que haya candidatos honestos le da contenido informativo incluso a las campañas políticas, donde uno podría esperar sólo promesas que se lleva el viento. Como para ciertos individuos dar su palabra implica comprometer su voluntad, sus palabras tienen el mismo peso que las acciones.
Además de las cuestiones vinculadas a los hablantes que emiten un mensaje, hay una cuestión semiótica de los oyentes, que reciben un mensaje que no había sido hasta ahora incorporado en los modelos de economía. Esta cuestión es el problema del oyente, de cómo decodificar los mensajes si el sentido usual de las palabras no es usado por el emisor. Joseph Farell, en un artículo de 1993, “Significado y credibilidad en modelos que usan palabras vacías (‘cheap talk’)”, distingue entre el significado de las palabras en lenguaje natural y su credibilidad. Un mensaje puede ser perfectamente entendible, por ejemplo, cuando alguien pone un aviso de venta de un auto usado que dice “chiche, joya, nunca taxi”. Aunque el mensaje sea claro, tiene problemas de credibilidad porque el vendedor puede querer encajarle al comprador un auto en mal estado. Por lo tanto, antes de pagar por el auto como si estuviera en excelente estado, le conviene al comprador que un mecánico experto lo revise para verificar el estado efectivo del auto.
Hay muchas situaciones donde no hay problemas de credibilidad, como cuando ambas partes quieren coordinar acciones. Siguiendo con el ejemplo del comprador y vendedor de un auto, las partes típicamente arreglan por teléfono dónde y cuándo encontrarse. Si el lenguaje fuera usado de manera arbitraria por el hablante, o interpretado en forma no corriente por el oyente, la posibilidad de encuentro sería nula. Por tanto, el hecho de que ambas partes usen e interpreten el lenguaje en sentido convencional es lo que permite que el lenguaje sea un mecanismo poderoso para facilitar las interacciones sociales. En las sociedades donde hay mayor confianza mutua, posibilita arreglar muchos asuntos de palabra.
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Esta idea de la importancia del lenguaje natural como mecanismo para reducir los costos de transacción en los mercados está implícita en economía desde los tiempos de Adam Smith, en el siglo XVIII. Sin embargo, no había sido incorporada en las formalizaciones recientes que miran las interacciones sociales a través del prisma de teoría de juegos.