Marcelo Perillo, profesor de Finanzas, reflexiona sobre los aportes y las limitaciones de este nuevo enfoque teórico. El trabajo da cuenta de la contribución de esta nueva disciplina al conocimiento de la complejidad de los procesos decisorios y el rol de los factores biológicos y psicológicos que intervienen en ellos.
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El investigador retoma las palabras de uno de los padres fundadores de esta nueva posición, Richard Thaler, quien resumió sus diferencias con los tradicionalistas de la siguiente forma: “La diferencia entre nosotros es que ustedes asumen que la gente es tan inteligente como ustedes, mientras yo asumo que es tan ‘tonta’ como yo”. En opinión de Thaler, la denominación ‘Finanzas del Comportamiento’ resultará, en un futuro no muy distante, una frase redundante.
Diversas anomalías y resultados que parecen contradecir la hipótesis de la racionalidad apoyan la posición de los “behavioralistas”, pero ello no resulta todavía suficiente para un cambio de paradigma. Es conocido el argumento de Milton Friedman ante similares cuestionamientos formulados a la teoría económica, esto es, su posición respecto de que una teoría debe ser juzgada por su poder predictivo y no por la realidad de sus supuestos. En la misma línea, uno de los fundadores y más acérrimos defensores de la Hipótesis de los Mercados Eficientes (EMH), Eugene Fama, le plantea a los behavioralistas el desafío de proponer un mejor modelo predictivo sobre el funcionamiento de los mercados y el proceso de formación de precios de los activos, que tenga la propiedad de ser potencialmente comprobable mediante tests empíricos.
Dejando de lado tal desafío, que la nueva propuesta teórica todavía no está en condiciones de enfrentar, es necesario reconocerle el potencial de contribuir al mejoramiento de los procesos decisorios.
Neuroeconomía y neurofinanzas es la denominación que se le asigna a una de las diversas áreas de investigación dentro del nuevo paradigma del Homo Sapiens, emocional y propenso a error. Su propósito no es sólo el de documentar las violaciones al paradigma de racionalidad, sino encontrar sus conductores biológicos y psicológicos. El funcionamiento de nuestro cerebro, la influencia de sus distintas zonas sobre el pensamiento abstracto, cuantitativo, el aprendizaje, las motivaciones y emociones, incluidas la excitación y el pánico, forman parte de la investigación en el área.
Los estudios revelan que numerosos factores sesgan las decisiones de los agentes a través de su influencia sobre cada nivel anatómico de la función del cerebro, proceso que, por razones obvias, no puede ser directamente observado por el agente mientras actúa, pero sí comprendido y manejado en algún grado.
Diversas investigaciones muestran que los inversores más exitosos sistematizan su proceso de decisión, están mejor preparados para contingencias y enfrentan los resultados inesperados con interés y madurez, antes que con negación, miedo o pánico. Demuestran también que los profesionales son psicológicamente reactivos a la volatilidad del mercado, liberando hormonas que aumentan su nivel de estrés y afectan su proceso decisorio. Para mejorar sus decisiones, tal reactividad debe ser mejor monitoreada, controlada y manejada. La experiencia demuestra actuar como defensa contra emociones abrumadoras o que amenazan bloquear el proceso de decisión racional. En este sentido, se comprobó que la memoria emocional proporciona una mejor protección cuando el estímulo se experimenta directamente, que cuando es observado en otros.
Es ampliamente reconocida la importancia de una temprana educación financiera y experiencia en el área de las inversiones, a fin de que la persona pueda alcanzar suficiente madurez emocional e inversora al momento de encontrarse ante la responsabilidad de administrar el ahorro o la riqueza familiar. El planeamiento anticipado de potenciales crisis ha probado mejorar las decisiones en los momentos en que tales crisis ocurren, disminuyendo la influencia de los sentimientos e incrementando las de la competencia y el control.
Investigaciones más controvertidas indican que algunos individuos están biológicamente mejor predispuestos que otros para desempeñarse en determinados contextos financieros y que, en tal sentido, las pruebas biológicas podrían contribuir a mejorar el desempeño corporativo.
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El contexto institucional en el que se desarrolla la actividad tampoco debe ser ignorado. Una dimensión adicional del análisis es la vinculada con la interacción entre el marco institucional y el concepto de racionalidad, en cuanto ésta permite comprender por qué la racionalidad de los agentes no conduce siempre a materializar las elevadas esperanzas que en este concepto depositan ya no la teoría financiera o económica, sino la sociedad en general. En este contexto, la asociación entre racionalidad y burbuja financiera podría no resultar tan incomprensible o inconsistente como parece.