Uno de los primeros reportes sobre el efecto nocivo del arsénico en humanos provino del interior cordobés, donde un dermatólogo trazó el diagnóstico de lo que finalmente denominó “enfermedad de Bell Ville”. Ésta fue caracterizada posteriormente por dos médicos cordobeses -Tello y Bergoglio- como Hidroarcenicismo crónico regional endémico (Hacre), una patología propia de los que ingieren agua contaminada con ese semimetal.
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Aunque en la provincia de Córdoba las mayores concentraciones se ubican en el sureste, el arsénico se encuentra prácticamente en todo el planeta, porque es un elemento natural presente en el suelo y las rocas, que contamina los acuíferos al infiltrarse por las precipitaciones.
Se estima que en Argentina 4 millones de habitantes consumen agua con concentraciones tóxicas de arsénico, principalmente poblados rurales que extraen el líquido de reservas subterráneas. En América Latina la cifra llegaría a 14 millones de personas expuestas.
Sin tratamientos efectivos
El Hacre se manifiesta como un problema dérmico, con manchas oscuras que aparecen inicialmente en las palmas de las manos, las plantas de los pies y se extienden al resto del cuerpo. Eventualmente, y con el tiempo, puede transformarse en cáncer de piel. Por ingresar al organismo en el agua, el arsénico es absorbido por el intestino y luego llega a todas las células a través de la sangre. Esto explica sus efectos nocivos a nivel hepático, renal y neurológico, pero también puede producir hipertensión y diabetes tipo dos.
Aunque la patología está documentada desde hace un siglo, todavía no existen fármacos ni cura. El problema sanitario se agrava porque muchos pacientes diagnosticados con Hacre continúan bebiendo el líquido contaminado debido a la imposibilidad de acceder al agua potable.
En este contexto, Guillermina Bongiovanni, investigadora del Conicet y docente de la UNC, conduce un trabajo de investigación básica en el Instituto de Biología Celular, donde analiza el potencial protector de plantas medicinales autóctonas contra los efectos tóxicos de este metaloide. Se trata de un estudio interdisciplinario donde participan científicos cordobeses de otras unidades académicas y centros de investigación de varios países.
Un tradicional té de yuyos
El trabajo se fundamenta en un dato comprobado: el arsénico produce estrés oxidativo. Al ser expuestas a ese elemento, las células se oxidan y cuando eso sucede envejecen y allí aparece la enfermedad hidroarsenicismo. A partir de entonces puede ocurrir que la célula muera, lo que no tiene mayores consecuencias porque el organismo en general las recambia constantemente; o que se transforme para defenderse y así aparece el cáncer.
“Las plantas son fuentes de antioxidantes y en Argentina existen 602 especies nativas medicinales con potencial curativo. Junto con Elio Soria (médico) y los expertos en plantas nativas, Marta Goleniowski y Juan Cantero, empezamos a estudiarlas para encontrar algún principio antioxidante que resguarde las células del efecto del arsénico”, explicó la especialista a InfoUniversidades.
¿Por qué en las plantas? Porque su adaptación es química. “Si la riegan con arsénico no puede desplazarse para evitarlo, lo único que puede hacer es producir moléculas que la protejan. Las plantas son una farmacia: tienen muchísimos compuestos porque permanentemente se están adaptando a las condiciones ambientales”, agrega. De las 186 especies autóctonas de Córdoba, el equipo que conduce Bongiovanni analizó 17, a partir de las que produjeron y probaron 72 extractos. Así detectaron que algunas de ellas, procesadas como infusión, lograron un efecto protector. Se trata de la Mandevilla pentlandiana (usada como laxante); Eupatorium buniifolium / Heterothalamus alienus (empleadas popularmente contra la infección renal); Sebastiania commersoniana (utilizada como antiséptico); Lantana grisebachii (aplicada contra la fiebre) y Larrea divaricata Cav. Esta última brindó los resultados más promisorios.
“Hicimos una especie de té con la Jarilla (Larrea divaricata Cav.): la secamos en un sótano oscuro y fresco, la molimos y la dejamos reposar 24 horas en agua destilada fría. Probamos ese extracto en células expuestas al arsénico y no se produjo oxidación. También probamos la infusión en células sin arsénico y no observamos efectos tóxicos. Este control es importante porque algunas plantas tienen efectos tóxicos colaterales. En rigor, se trata de un experimento in vitro, no aplicable a las personas enfermas. Todavía estamos testeando muchas más plantas y analizando los extractos. El objetivo es purificarlos y luego probarlos en ratas, hasta llegar a un fitofármaco (remedio obtenido de plantas). Si bien hasta el momento sabemos que protege de la oxidación, aún no hemos identificado qué componente o conjunto de elementos es el que tiene esta propiedad antioxidante”, completa Bongiovanni.
La idea de enfocarse en un té obedece a que su purificación es más limpia -porque se realiza sin solventes tóxicos-, y a que la gente ya está acostumbrada a su consumo. “Cuando se compruebe que ésta u otra infusión ayuda a curar o combatir el hidroarsenicismo, y no es tóxica, se podrá indicar a las personas de las regiones contaminadas que lo tomen, porque sería la vía más simple para que llegue a la población”.
Equipo interdisciplinario
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Para el estudio de los mecanismos tóxicos del arsénico, los órganos más afectados, sus efectos y las posibles formas de combatirlos, colaboran químicos, biólogos, físicos, geólogos, médicos e ingenieros agrónomos de Córdoba (UNC Y Ceprocor), Neuquén, Brasil, España y Alemania. Este equipo integra la Red Internacional Iberoarsen, donde 43 grupos de 17 países trabajan articuladamente para buscar soluciones al problema del arsénico, especialmente en poblaciones aisladas y de escasos recursos.