El 20 de febrero de 1909 el diario “Le Figaro” publica el “Manifiesto Futurista”, firmado por el poeta italiano Filippo Marinetti. En él se establecen los fundamentos de un nuevo movimiento de vanguardia, que plantea la ruptura con todo rastro del pasado para abrirse a “una belleza nueva: la belleza de la velocidad”. El comienzo del siglo XX, signado por la creciente industrialización y las agitaciones sociales y políticas, sirve como telón de fondo de las revolucionarias propuestas del futurismo, que responden a un nuevo orden en el que se modifican también las nociones de arte y cultura.
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Filippo Marinetti lanza los principios fundantes del futurismo, un activismo encendido que proclama la necesidad de una renovación absoluta de las artes y de la vida: no se trata de combatir sólo el museo y la academia sino también el moralismo, la inmovilidad y hasta el feminismo. Todo tiene un ritmo dinámico, vigoroso y potente y en el deseo de tomar distancia del anquilosamiento y estatismo del pasado, se promueve la exaltación del mundo moderno y sus invenciones. En correlato con los nuevos tiempos, las máquinas y sus atributos (fuerza, velocidad, energía) son celebradas por los artistas que se unieron al movimiento. Y aunque el documento inaugural del futurismo se publicó en París, la base del movimiento estaba en Italia.
“El futurismo es un movimiento que funciona como una especie de Jano. Por un lado, sus planteos generales se refieren a problemas genéricos de la estética, lo que hace a su carácter de universalidad, pero en la otra cara tiene un carácter muy localizado, ligado a la contingencia social, política y estética del universo italiano. Esta característica del futurismo lo lleva a definiciones en el campo de la política que son contingentes a la realidad de la Italia de la época”, explica a InfoUniversidades el director del Área Transdepartamental de Crítica de Arte del IUNA, Oscar Traversa.
El período de auge del movimiento futurista coincide con la irrupción de la fotografía y la tecnologización del sonido. Según Traversa, “en el escenario en el que se instala el futurismo se produce la emergencia de las novedades que reconfiguran el espacio de las relaciones sociales y de la cognición, de nuevos dispositivos radicales, ya que no son variaciones de otros que ya existían, sino que no tienen precedentes”.
Ese primer Manifiesto Futurista firmado por Marinetti inaugura una metodología de la fundamentación, tradición que reproducen las vanguardias que le siguen. Tras el manifiesto fundacional se conoce el Manifiesto de los Pintores Futuristas y el de los Músicos Futuristas (1910), el Manifiesto Técnico de la Literatura Futurista (1912), el de la Arquitectura Futurista (1914) y más tarde, los de la Escultura, la Danza, el Teatro, el Cine, la Fotografía y la Escenografía, entre muchos otros. Para Oscar Traversa, “lo interesante es que el primer manifiesto no haya sido la finalización acabada del futurismo sino que sus consecuencias resuenan en los manifiestos posteriores”.
El Manifiesto de la Pintura pone de relieve la representación del movimiento. A partir de entonces, “el gesto ya no será un momento fijado del dinamismo universal: será la sensación dinámica eternizada como tal”. Son los principios de la fotografía como registro del movimiento los que permiten a los pintores plasmar en simultaneidad vistas de un objeto en desplazamiento. “La preocupación por representar en dos dimensiones algo que tiene cuatro, el esfuerzo por representar la dimensión temporal, el movimiento, es una problemática que resuena en la historieta y en la pintura de todos los movimientos, en las publicaciones literarias poéticas y, más recientemente, en el arte digital. Ésta era una problemática central en la producción de Marinetti, un poeta visual, pintor, dibujante y artista del collage, que incorpora el signo lingüístico dentro de la organización plástica agregándole la dimensión temporal y la presencia del sonido. Al incorporar letras en la organización plástica, quien lee esas letras es capaz de sentir en intimidad el sonido. Éste es un hallazgo fundamental”, reflexiona Julio Flores, decano del Departamento de Artes Visuales.
La glorificación de la industrialización y la alabanza a las máquinas de guerra son la inspiración de Marinetti para Zang tumb tumb, una “artillería onomatopéyica” que inaugura el arte del ruido. A partir de entonces, la música futurista incorpora todo tipo de sonidos procedentes de las máquinas como nuevo material. En 1913 Russolo escribe “El arte de los ruidos”, en el que propone combinar los ruidos de los tranvías con el de los automóviles de la ciudad en desarrollo y las multitudes en las calles. En su manifiesto hace una clasificación de los distintos tipos de sonido y, para plasmarlos, plantea la construcción de los intuonarumori, aparatos sonoros con los que podían producirse familias de ruidos. Según el Director del Área Transdepartamental de Artes Multimediales Carmelo Saítta, “a fines del siglo XIX y principios del XX hay un proceso de disolución de la tonalidad, una gran revolución en el campo musical, con movimientos de gran proyección como el impresionismo, que tiene importantes exponentes (Ravel, Debussy) o el atonalismo de la Escuela de Viena. Es debido a esos cambios que el futurismo, en lo que a la música se refiere, queda un poco al margen. Sin embargo, es posible hacer una proyección teniendo en cuenta la necesidad de encontrar nuevos sonidos, inarmónicos o ruidos, y la construcción y uso de aparatos electroacústicos para crear estos sonidos y armar lo que yo llamaría un sonomontaje”.
Esta música de ruidos se aplica a las performances iniciales, cuyos principios también estaban especificados en un manifiesto que propone pautas para el movimiento del cuerpo inspiradas en el funcionamiento de las máquinas, como la Danza de la Ametralladora. “La explotación maquinal o instrumental del cuerpo, o la preocupación por la cuestión del tiempo y el espacio en la danza, no serían atribuibles directamente al futurismo. Creo que el planteo que el futurismo hace con la descripción de los principios de la danza es conservador, por la separación forma-contenido. Marinetti desplaza el referente: en lugar de imitar a un cisne, propone imitar a un avión o una ametralladora”, señala la profesora e investigadora Susana Tambutti. “Una actitud revolucionaria hubiera sido preguntarse cómo capturar el movimiento, una cuestión básica del futurismo para las artes plásticas o el teatro. Es posible que su impacto se haya sentido a lo largo del siglo XX a través de distintos hitos; el primero, Loie Fuller, la Bauhaus y las innovaciones de Oskar Schlemmer, Alwin Nikolais y el ingreso de elementos fílmicos e iluminación especial y, hoy en día, en todas las posibilidades tecnológicas puestas en la danza y que tienen un gran despliegue. Pero los manifiestos del futurismo no se hacen la pregunta adecuada en cuanto a la danza, con respecto a la representación del movimiento”, opina.
La actividad teatral futurista comienza con las veladas en el Teatro Costanzi de la ciudad de Roma, donde se presentaban las composiciones musicales de los intuonarumori de Russolo, o las creaciones de Loie Fuller. Marinetti era un dramaturgo que había escrito “Le Roi Bombance” y “Poupées éléctriques” y, con el manifiesto del teatro futurista, lanza la idea de teatro sintético, un teatro “muy breve, que condensa en unos pocos minutos, en unas pocas palabras y unos pocos gestos, innumerables situaciones, sensibilidades, ideas, sensaciones, hechos y símbolos”. El teatro sintético futurista se orienta hacia el absurdo, la crueldad y el extrañamiento, poniendo el germen para los trabajos posteriores del dadaísmo, Ionesco, Artaud y Brecht.
Señala Yamila Volnovich que “para comprender la importancia del futurismo en el campo teatral hay que pensarlo en el marco de la transformación que toda vanguardia produce en el arte moderno. La valorización de la escena y del espectáculo en detrimento del teatro de texto, la crítica radical al psicologismo del actor, la fascinación por la tecnología y los rasgos característicos de la vida urbana, fueron los aspectos más relevantes que caracterizaron a la concepción futurista del teatro, pero que también compartió con la tradición de la vanguardia teatral que, desde el otro polo del espectro político, venían desarrollando Meyerhold, Piscator y Brecht, y también Craig, Appia y Artaud, entre otros”.
Después de este recorrido y a cien años de su creación ¿qué queda del pensamiento futurista en la actualidad, de sus propuestas revolucionarias, de su intento de ruptura con toda tradición academicista? El futurismo pareciera estar resonando sobre todo en la preocupación por las nuevas tecnologías aplicadas al arte. Para Susana Tambutti, “la inclusión de las innovaciones tecnológicas en el campo de la danza aparece hoy bajo diversas formas, desde coreografías pensadas a partir de programas computarizados hasta la utilización de proyecciones en video”.
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También está presente en las performances como nueva corriente para las artes de acción, en la música creada por medio de la digitalización y en las tendencias actuales del diseño gráfico y el net-art. “Hay una evidente recuperación de la preocupación por la tecnología. Marinetti le canta a las máquinas en 1909, pero ¿cuántos le cantan hoy a las computadoras, a las infinitas posibilidades de lo digital? Y la preocupación por las cuestiones del espacio y del tiempo o por romper la estática de las dos dimensiones, están presentes a cien años, y a menos también. Creo que se ha perdido la visión romántica de la utopía, que para Marinetti era fundante y para nosotros, tras la caída del muro de Berlín y las crisis mundiales, ya no parece posible”, concluye Julio Flores. A pesar de su corta existencia, el movimiento futurista deja como testamento vital la preocupación por la transformación, por la novedad y por la necesidad de encontrar siempre una nueva belleza en cada campo del arte.