“Batalla de Tucumán”. Óleo del pintor, dibujante e ilustrador Francisco Fortuny (España, 1865 - Buenos Aires, 1942)
A comienzos del 1800, en el contexto de un Río de La Plata revolucionario, un detalle resultó determinante para el éxito de los ejércitos libertadores: cambiar el uso de armas de fuego por armas blancas y preferir la caballería por sobre la infantería, a contramano de lo que sucedió en Europa. A esta conclusión llegó el estudio realizado por Alejandro Rabinovich, investigador adjunto del Conicet, con lugar de trabajo en el Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa (IEHSOLP) de la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam.
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Según la investigación, al finalizar la Guerra de la Independencia se instaló un nuevo modo de hacer la guerra en las fuerzas del Río de La Plata. El uso del fusil fue reemplazado por el de la bayoneta, y la tercerola o la carabina dejaron lugar al sable, en primer lugar, y a la lanza, posteriormente. Lo mismo sucedió con los ejércitos: mientras que en esos años en Europa predominaba la infantería, armada de fusiles cada vez más sofisticados, en el sur de América los jefes militares aceptaban presentar en batalla ejércitos principalmente ecuestres y armados con armas blancas. La unidad táctica dominante la constituía el escuadrón de lanceros de caballería. Fue el tipo de arma que mejor se adaptó al terreno, a la población y a los recursos existentes en una situación concreta, concluye el estudio realizado por Alejandro Rabinovich, doctor en Historia y Civilización por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París.
El artículo, que fue publicado en la revista “Diferencia(s)” del Instituto de Investigaciones Gino Germani, destaca que estos cambios en los armamentos y en el uso de unidades tácticas se produjeron luego de un largo proceso de experimentación en el que participaron estrategas europeos, oficiales de carrera americanos, jefes milicianos autodidactas y la tropa en todas sus formas.
“En este contexto revolucionario es interesante ver las prácticas de los distintos actores porque hay una variedad de tradiciones y mentalidades militares que se van mestizando. Muchos militares formados en Europa vienen a aplicar el reglamento a rajatabla. Pero se encuentran con un escenario diferente al europeo: hay población indígena y mestiza muy importante, una tradición miliciana adaptada al terreno, y un contexto geográfico, climático e institucional diferente. Entonces, cuando adaptan la forma de hacer la guerra surge algo nuevo, que es lo que hay que investigar”, afirma Rabinovich.
El análisis se focalizó en los ejércitos revolucionarios que actuaron en distintos frentes de conflictos entre 1810 y 1820. En este sentido, menciona que en los regimientos revolucionarios de 1810 predominaban las unidades de infantería en la que cada hombre portaba un arma de fuego, específicamente un fusil. Incluso la caballería utilizaba el fuego como arma principal; estaba armada de carabinas, tercerolas, pistolas y cañones de campaña.
“Los parámetros militares de la época indicaban que todo ejército civilizado debía usar un arma de fuego. Sin embargo, en la práctica, el fusil presentaba deficiencias técnicas y en combate no fue decisivo”, explica el investigador, y detalla: “El examen de los cadáveres tras las batallas confirmaba una y otra vez que la mayoría de los caídos presentaban heridas de arma blanca y las bajas por bala de fusil eran escasas”.
La poca efectividad del fusil condujo a los jefes militares a buscar alternativas. Y la encontraron en la bayoneta. En este sentido, el trabajo señala que el problema al inicio era que los batallones debían avanzar bajo fuego enemigo sin perder el orden de la formación y luego luchar cuerpo a cuerpo. Según Rabinovich, esto requería modificar la sensibilidad de la tropa. Usar la bayoneta implicaba un acto brutal (había que atravesar al adversario repetidas veces y verlo agonizar), y los soldados no estaban preparados para ese acto tan extremo. Cuando se implementó, en los primeros combates se observó que “tenían una tendencia a quedarse clavados en su lugar, disparando hasta agotar sus cartuchos”. Era necesario, entonces, que los soldados prefirieran la lucha cuerpo a cuerpo. Los primeros intentos en 1810 y 1811 fallaron. Recién en 1812 se consagraría como el arma principal de la infantería.
Según Rabinovich, la mirada de los estrategas consistía en simplificar las tácticas y limitar, en lo posible, el uso del fuego; mientras que para los soldados, en cambio, se trataba de una cuestión simbólica fundamental: el ataque con arma blanca era digno de los ejércitos de línea, mientras que toda maniobra sofisticada o evasiva constituía una muestra de cobardía.
La caballería
El artículo determina que esta unidad también encontró problemas a la hora de implementar el arma de fuego. Usaban pistolas, carabinas y fusiles, pero peleaban como infantes. El manejo de estas armas era incómodo e inútil en un jinete. Entonces, tuvieron que reaprender cómo hacer la guerra a caballo. Fue así como se introdujo el sable. Los primeros en usarlo fueron los Granaderos a Caballo, un regimiento creado a fines de 1812, que pretendía erigirse como un modelo de caballería en los ejércitos. Usaron el reglamento francés y el primer enfrentamiento empuñando el sable fue en el combate de San Lorenzo, en 1813. El triunfo sobre la infantería realista usando esta arma blanca “conquistó inmediatamente la imaginación del público local. Los detalles del ataque fueron difundidos por la prensa hasta los últimos rincones del territorio y se cantan en los colegios argentinos hasta la actualidad”.
Esta victoria marcó, a nivel discursivo y táctico, el triunfo del sable como arma privilegiada en el Río de La Plata. Era sinónimo de “coraje y ardor revolucionario”. Tan así, añade Rabinovich, que el mismo San Martín prohibió el arma de fuego en las contiendas. Así fue como la caballería se extendió a los ejércitos revolucionarios del Cono Sur americano. En poco tiempo “la carga frontal y el combate cuerpo a cuerpo” se usaban como tácticas de pelea. El arma de fuego era vista como un gesto de “indecisión y de debilidad”.
Y llegó la lanza
El uso de esta arma blanca se introdujo debido a la escasez de sables. La lanza era eficaz: en la carga frontal, su largo “podía dar al jinete la posibilidad de golpear a un infante armado de fusil y bayoneta antes de que este clavase su arma en el pecho del caballo”, describe el historiador. Sin embargo, generó resistencia entre los soldados revolucionarios. Aunque el estudio dice que es difícil probarlo, el motivo de tal resistencia es que era considerada un “arma de salvajes, indigna de un verdadero militar”. Rabinovich apunta que “a los gauchos de Salta, al principio, les daba vergüenza usar la lanza. Hay relatos de soldados que lloran cuando los obligan a usarla porque la ven como un elemento de indio, de salvaje, como poco noble. Era un baldón para su carrera militar por lo que representaba para su honor”.
Belgrano y San Martín, los dos generales más importantes del Río de La Plata, pensaron en cómo contrarrestar la situación y en medios pedagógicos para poner en acción. Belgrano y Balcarce recomendaban, a través del ministro de guerra, “armar de lanzas a todos los cuerpos de caballería, incluidos los carabineros, de modo que los lanceros no se sintiesen disminuidos. Proponía, incluso, que los jefes de cada ejército portasen la lanza para dar el ejemplo”. Recién en 1827, en la guerra contra Brasil, la lanza pasó a ser un arma honorable. “El ejército que conforman Rivadavia y Alvear para pelear en Brasil es irreconocible. Estaba compuesto en un 75% por la caballería, casi toda armada con lanza. Fue el fin del proceso en el que se invirtió completamente la forma de hacer la guerra. Al abandonar las armas de fuego y privilegiar el sable y la lanza se dan cuenta de que la tecnología no determina cómo se comportan los actores, sino que los actores determinan cuál es la tecnología apropiada para cada caso”, asegura.
Los soldados de la guerra
En la entrevista realizada para Argentina Investiga, Rabinovich aclara que en este punto hay una gran diferencia con Europa: “Ya existían allí grandes ciudades o una gran cantidad de población urbanizada que era apta para el servicio de infantería o caballería. En nuestras tierras les cuesta mucho encontrar reclutas para infantes. El reglamento de infantería o el de caballería, que era complejo y con una extensión de 400 páginas, implicaba un reentrenamiento del cuerpo a cero. La gente de la ciudad se adaptaba a ese tipo de entrenamiento, pero la del campo lo rechazaba y no funciona. Los soldados se escapan. Los jefes militares se dan cuenta de que la población del campo sólo tolera el servicio a caballo. Y de hecho, lo hacen bien porque es una población que vive a caballo”.
“La relación antropológica entre el gaucho de esa época, el caballo y el cuchillo es muy profunda, es muy densa; no lo podés hacer servir a pie”, continúa Rabinovich. “Los paisanos prácticamente no caminaban en todo el día. Hay cadáveres que se han estudiado y tienen las piernas ‘chanfleadas’ por estar todo el día sentados en el caballo. Los europeos les decían que eran centauros. Además, era un desperdicio no usarlos a caballo porque eran increíblemente hábiles. San Martín rápidamente lo observa y recluta a muchos para la caballería, incluso hubo voluntarios. Nunca le alcanzan para la infantería porque en las ciudades vive poca gente. Entonces, lo que cuentan es que la población negra esclavizada era más apta para la infantería, para ese tipo de disciplina”. Esta se va transformando en una infantería de negros, esclavos libertos, o liberados por el ejército o incorporados al ejército, mientras que la población criolla se va más para la caballería. Es una adaptación clara a nuestra demografía”.
Hacia una antropología histórica
El artículo plantea un enfoque de la antropología histórica, cruzado con el de la nueva historia social y cultural de la guerra, que es una corriente que ha crecido, particularmente en la Argentina. Durante mucho tiempo, los estudios sobre la historia militar habían quedado en manos de especialistas militares. Rabinovich afirma que la indagación sobre la guerra había quedado desligada de la academia y que, de este modo, se desaprovechaba una de las maneras más fructíferas de investigar las sociedades del siglo XVIII y XIX.
Las herramientas que propone la antropología histórica permiten abordar las prácticas concretas del combate con las experiencias, las representaciones, los valores y las sensibilidades de quienes luchan en el frente de batalla, que van más allá del reglamento militar y que hacen al resultado concreto de una contienda. “Se trata de seres humanos que están insertos en esa experiencia extraordinaria que es un combate; entonces, hay herramientas de la antropología y de la Etnología que son muy útiles para entender lo que está pasando con esas personas; por qué actúan de la manera en que lo hacen. La idea es recuperar eso como un espacio humano donde una sociedad se expresa”.
Para sustentar este análisis Rabinovich recurrió a sumarios militares, memorias, documentos que no eran muy utilizados hasta el momento. La historia militar se basó más que nada en los partes de la batalla, que eran escritos por el general en jefe. “Cuando nosotros podemos acceder a visiones, discursos, perspectivas de otros actores que están peleando (excluye a soldados rasos porque la mayoría eran analfabetos) la variedad y la riqueza que aparece es extraordinaria. Es allí donde emergen estas actitudes sobre el uso de las armas”, manifiesta.
Nuevas preguntas de investigación
Rabinovich sostiene que “los historiadores vamos afilando y renovando las preguntas en función de que nuestra sociedad se va transformando. En los últimos años hay una explosión de preguntas sobre la cuestión de género en la guerra: ¿dónde están las mujeres en todo esto? También se pregunta por las masculinidades. En este paper es importante cómo ciertas armas, ciertos usos de esas armas, te hacen hombre y otras no. Hay una sensibilidad nueva sobre este tipo de preguntas”.
También está abocado a ensayar lo que se llama la historia conectada y global para estudiar la guerra en América del Sur. Concretamente, está investigando una unidad de llaneros colombianos reclutados en el Orinoco, en Venezuela, que hacen toda la guerra con Simón Bolívar y terminan en el norte argentino, diez años después, a 5.000 kilómetros de donde salieron. “Junto con otros colegas, intentamos reconstruir la perspectiva de esos soldados de origen indio, negro y mestizo que vieron a América con otros ojos. Y con sus experiencias tuvieron que ir haciendo política, comerciar, negociar, cazar y matar a lo largo de todo este vasto continente que estaba revolucionado. Plasmar esas miradas desde abajo, populares, que ven la revolución desde una perspectiva distinta a la de Bolívar y San Martín, a mí me parece fascinante”.
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Alejandro Rabinovich es autor de La société guerrière. Pratiques, discours et valeurs militaires dans le Río de la Plata, 1806-1852 (Presses Universitaires de Rennes, 2013); Ser soldado en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824 (Sudamericana, 2013) y Anatomía del pánico. La batalla de Huaqui o la derrota de la Revolución (1811), (Sudamericana, 2017).