“Ha llegado el momento de comenzar a adoptar actitudes un poco más racionales; de discutir las instituciones cuando no exista urgencia, fuera de una coyuntura política y de una situación de reforma constitucional". La frase fue una de las primeras que Eugenio Zaffaroni mencionó en su extensa disertación sobre "El ocaso del presidencialismo", donde argumentó de manera contundente en favor del modelo parlamentarista.
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Argentina proviene de una tradición en la que se copiaron instituciones, prácticamente en todos los países de esta región de América Latina, se sancionaron constituciones al término de luchas fraticidas y se proclamaron repúblicas que tomaron la carta magna de Estados Unidos, la copiaron, adaptaron y reformaron. “Nuestras instituciones no son producto de conquistas, lo que permitiría concebirlas como resultado de una lucha en la que se logró autonomía, libertad y bienestar. Sólo vinieron de arriba. Esto, además de dejar su huella en la cultura, conlleva una considerable dosis de desconfianza institucional", apuntó Zaffaroni.
Al analizar cómo Argentina se inscribe en el modelo originado en Estados Unidos, explicó que ese país, tras su revolución de independencia, creó un gobierno federal, depositado en manos de un poder ejecutivo y controlado a través de un parlamento. En este caso, los límites del esquema estaban fijados por el mandato y la imposibilidad de reelección del titular del ejecutivo. Si bien en América Latina el sistema fue calcado, paulatinamente esta imposibilidad fue eliminada por algunos países.
El ministro de Justicia explicó que si bien a comienzos de los '80 en la región se habían logrado estabilizar gobiernos de carácter constitucional y en las últimas dos décadas sólo habían ocurrido dos golpes de Estado -uno en Haití y el otro, un autogolpe de Fujimori en Perú-, hubo más de una veintena de presidencias interrumpidas. "Fueron situaciones graves porque pusieron en crisis el propio sistema. Y en cada una de estas instancias, la solución vino por la vía parlamentaria, con lo que el sistema siempre logró salvarse", remarcó.
A este dato le sucedió una batería de preguntas retóricas: “¿No será tiempo de pensar que estas soluciones parlamentarias pueden funcionar en momentos de normalidad para evitar llegar a estos extremos? ¿No será que estamos ante el ocaso del presidencialismo? ¿No será momento de pensar en gobiernos parlamentarios, dejando de lado el modelo histórico?".
Al analizar las fundamentaciones contrarias el modelo parlamentarista, Zaffaroni descartó la premisa que acota este esquema sólo a estados donde existe una cultura política más asentada que la de Argentina. “No es cierto que carezcamos de experiencia parlamentaria, ya que en cada crisis hemos salido por esa vía. Aun cuando se haya tratado de experiencias mal implementadas, las tenemos", afirmó. Si bien el país no está exento de sufrir un golpe de Estado en algún momento, siempre “resulta más difícil darle un manotazo a un órgano pluripersonal, como un parlamento, que asestárselo a una persona", aclaró. Una crisis política en el parlamentarismo provoca la caída de un gobierno, pero el propio sistema establece cómo reemplazarlo.
La desaparición de los partidos políticos
Actualmente, en América Latina existe una tendencia hacia la desaparición de los partidos, su debilitamiento e incluso el surgimiento de candidatos extra sistema. Esto no es menor porque "es muy difícil pensar una democracia, un gobierno plural, sin partidos políticos y eso conduce a un enorme fraccionamiento de la representación parlamentaria", apuntó el especialista. En materia electoral, Argentina realizó una combinación extraña: mantiene el sistema presidencialista y avanzó a una representación proporcional. "Si bien es cierto que produce una representación más equitativa, plural y abarcativa del espectro político, tiende a fraccionarla", señaló.
Al final de su disertación, se preguntó por qué están desprestigiados los parlamentos. La respuesta que brindó fue contundente: por el presidencialismo. El fundamento de su postura se basó en que "el descrédito se produce porque el superpoder del ejecutivo subestima al poder de los parlamentos y, por ende, manda a los recintos no a los mejores, sino a los más obedientes". Recalcó la necesidad imperiosa de revisar las instituciones porque si bien una Constitución es una ley suprema, no es intocable. La mejor manera de devolver la confianza en las instituciones a las personas es poder discutirlas.
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Zaffaroni compartió su convencimiento de la necesidad de discutir estos asuntos antes de que se abra el espacio político para una reforma constitucional. "Lo importante es que nosotros, como población, como civilidad, estemos suficientemente informados acerca de las alternativas que pueden darse en las instituciones que tenemos y en la forma de perfeccionarlas", concluyó.