En el marco de la 15º Feria Forestal Argentina, realizada entre el 17 y 20 de noviembre en la provincia de Misiones, el Centro Científico Tecnológico (CCT) Conicet Nordeste presentó el proyecto “Biorrefinerías del Norte Argentino (BioNA)” desarrollado por el Instituto de Materiales de Misiones (IMAM, de doble dependencia UNaM-Conicet) y financiado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCYT).
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Participan del BioNA el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la Universidad Nacional de Misiones (UNaM), la Universidad de Tucumán (UNT) y el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). A partir de este proyecto, se construirá en Misiones –de la mano del IMAM–, una planta piloto para el escalado de procesos de biorrefinería, al igual que lo hará la provincia de Tucumán.
La biomasa como materia prima
Las biorrefinerías son estructuras que buscan sustituir todo aquello derivado del petróleo por derivados de biomasa; justamente por ser la biomasa un material renovable, a diferencia del petróleo que es finito y, por lo tanto, un recurso no renovable. “Las biorrefinerías son estructuras que procesan diferentes tipos de biomasa; por eso se enmarcan en el concepto de bioeconomía”, explica María Cristina Area, Directora del Instituto de Materiales de Misiones y directora del Centro Científico Tecnológico CCT Conicet Nordeste.
Además de lo recientemente señalado, la biomasa –que puede provenir de la agricultura o de la industria forestal– tiene otro importante valor medioambiental: es biodegradable, por lo que no se convierte en lo que habitualmente denominamos “basura” ni queda durante miles de años como desecho en el ambiente.
En busca del material lignocelulósico
Si bien es posible generar bioenergía, bioproductos o biomateriales a partir de una diversidad de materias primas, lo que busca este proyecto en particular es que sean residuos con la composición química de una planta leñosa. Sus componentes principales son la celulosa, las hemicelulosas y la lignina, por lo que se denominan materiales lignocelulósicos. Su característica principal es que no son productos aptos para la alimentación y, por lo tanto, no “compiten” con los alimentos, por ejemplo con fines energéticos.
Justamente, uno de los ejemplos contrarios más conocidos es el bioetanol de primera generación, que se obtiene a partir del almidón de maíz, o el biodiesel, que se obtiene a partir del procesamiento de plantas como la soja; alimentos muy utilizados para la dieta humana y animal. Como resume la investigadora Area: “Se está generando un combustible a partir de algo que se puede comer; entonces, es un problema ético, algo complicado”. En ese sentido, el proyecto en cuestión es realmente novedoso: “Hay ya varios emprendimientos que utilizan biomasa para generar productos y combustibles, pero no mucho a partir de biomasa lignocelulósica. Esto es lo que estamos investigando y lo que pensamos que pronto podríamos transferir”, puntualiza la especialista a Argentina Investiga.
Los residuos de biomasa en estos casos son, por ejemplo, aserrines o viruta de eucalipto, de pino o de algarrobo, materiales existentes en la provincia de Misiones debido a la actividad forestal de los aserraderos. La cascarilla del arroz y el bagazo de caña de azúcar son otros residuos también estudiados con estos procesos.
Las investigaciones o tesis doctorales que permiten reutilizar posibles residuos también responden a necesidades locales y territoriales que aportan a pensar soluciones concretas: “En el Chaco hay un problema con la industrialización de los muebles de algarrobo, que dejan el 50% de desperdicio”, explica Area, quien apunta a la posibilidad de encontrar utilidad a ese gran porcentaje de materia que la industria del mueble desecha.
La necesidad de pasar a plantas piloto
Dentro del Programa de Celulosa y Papel, que forma parte del IMAM, se trabaja en diferentes proyectos para la obtención de bioproductos, biomateriales o biocombustibles.
Sin embargo, hoy en día, esos trabajos se encuentran en etapa de laboratorio, lo que es una escala muy pequeña de abordaje. Superar ese nivel –lo que técnicamente se conoce como escalar– implica avanzar a estructuras más grandes, que permitan responder a preguntas técnicas claves sobre un mayor alcance y conocer, a su vez, los parámetros necesarios para un posible proceso industrial.
“Necesitamos tener equipos un poco más grandes, conectados a medidores de diferentes parámetros y a registradores de energía, para saber, por ejemplo, cuánta energía vamos a consumir y así ver la factibilidad de instalar un sistema a nivel industrial” explica la directora del IMAM.
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El paso a una escala intermedia entre el laboratorio y la industria es lo que se denomina planta piloto. “Y una vez que tengamos eso, vamos a poder ver la posibilidad de aprovechar realmente toda la biomasa de desperdicio; todos los subproductos de los aserraderos, como aserrín, virutas o residuos de las podas; todo lo que se genera que no es aprovechado en este momento de la mejor manera” explica Area.