¿Es posible mejorar la calidad de vida de las personas por medio de la creatividad? La pregunta por el vínculo entre arte y sociedad es recurrente, sobre todo en una actualidad -globalizada y excluyente- constructora de realidades que vulneran las relaciones de cohesión entre las personas. En este contexto de crisis, el arte aparece como una herramienta apropiada para restaurar estos lazos, una respuesta para la transformación y la integración que se refleja en grupos de plástica, música o teatro comunitarios que ya cuentan con cierto recorrido, como colectivos artísticos en nuestro país.
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Es en función de la potencialidad del arte en tanto instrumento para la inclusión que surge “Bailarines Toda la Vida”, un proyecto de extensión del IUNA que se propone reformular el imaginario social acerca de la danza como disciplina estética.
Dirigido por la profesora Aurelia Chillemi, el trabajo de “Bailarines Toda la Vida” como grupo de danza comunitaria es una alternativa a la danza académica, que propone una búsqueda amplia e inclusiva, tanto desde las instancias creativas como de la producción de cada obra. Esta perspectiva es novedosa porque inaugura la posibilidad de establecer una función social de la danza. “Bailarines Toda la Vida” es el primer y único elenco de danza comunitaria, que entiende al arte como una herramienta fundamental para el desarrollo social. “En mi opinión, la danza comunitaria es un fenómeno grupal que elige un camino diferente, parte de creaciones colectivas y aporta otra mirada al hecho estético. La interacción del grupo da lugar a producción de obras con fuerte sentido comunicacional y estético que responden a un contexto socio-cultural y espacio-temporal determinado”, señala Chillemi.
“Bailarines Toda la Vida” nace en el año 2002, en un escenario de crisis coyuntural. Como proyecto de extensión de Arte Comunitario, este taller coreográfico se instala en la fábrica Grissinópoli, un ámbito público no convencional desde el que establece vínculos con la comunidad. Aurelia Chillemi cuenta a InfoUniversidades que “Grissinópoli era un espacio muy significativo, se trataba de una fábrica recuperada por sus trabajadores; en ese momento se estaba legalizando la cooperativa de obreros y funcionaba el Centro Cultural Grissicultura. Allí, entre cuadros y esculturas, comenzó a funcionar el grupo”.
Como taller integrado y heterogéneo, está conformado por bailarines profesionales, estudiantes, niños, adolescentes, adultos y hasta adultos mayores de orígenes y clases sociales diversos. Para Chillemi “el intercambio generacional es maravilloso: se dan situaciones de soporte mutuo, todos comparten cosas y, en este contacto, cada uno se redescubre. Yo trabajé con la idea de taller integrado, pero con grupos cerrados. Al ser éste abierto a la comunidad creció de una manera impresionante, por lo que hubo que modificar la dinámica para llevarlo adelante, ya que siempre se incorpora gente. Para motivar a quienes están más o menos estables, es importante que sientan que forman parte, no de un elenco sino de un proyecto; esto les resulta muy movilizante porque se enraízan con lo que estamos llevando a cabo y, más allá de la producción de la obra o de su contenido, experimentan un vínculo de pertenencia”.
Grissinópoli, como espacio de trabajo no convencional, se conecta directamente con una historia de lucha y de restitución de los derechos, y determina en cierto modo la temática de las obras del elenco. “Es inevitable que nuestro trabajo tenga una temática dirigida a los Derechos Humanos. “La oscuridad” está dedicada a los desaparecidos durante la dictadura; “El baile” hace referencia a los ‘bailes’ a los que eran sometidos los conscriptos en el servicio militar; “La pluma al viento. Metáfora de una locura” es una historia sobre un ‘loquito’ de la calle; “Nuestros recuerdos” parte de la memoria de los integrantes del grupo y fue muy hermoso para ellos que sus propios recuerdos fueran interpretados en danza por otras personas”, añade Chillemi. El ejercicio de la memoria, individual o colectiva, se articula con la creatividad en cada una de estas obras que tienen un proceso de creación y producción grupal, convirtiendo al arte en herramienta de transformación.
Las posibilidades de la danza comunitaria son poco exploradas, a pesar de sus rasgos comunes con otras disciplinas que cuentan con una vasta trayectoria en el trabajo de esta articulación con la sociedad. El virtuosismo, asociado a la danza desde el imaginario social -cuerpos elásticos y ágiles que puedan reproducir elaboradas coreografías- es un factor que la hace autoexcluyente.
“Bailarines…” busca la ruptura con estos presupuestos desde una perspectiva amplia y de inserción. “Pareciera que el teatro tiene otras herramientas para poder funcionar de manera tan poco formalizada, mientras que la danza se basa en una complejidad que pasa por poner el cuerpo, recordar secuencias y situaciones coreográficas; más allá de que en las artes siempre hay una exigencia previa que está ligada con el talento, la danza plantea además la necesidad de un cuerpo determinado, una especie de doble exigencia. Romper con esta estructura y estas barreras no es sencillo pero, a pesar de eso, lo estamos haciendo y con mucha alegría”, concluye Aurelia Chillemi. Este enriquecedor intercambio de experiencias entre los integrantes del elenco les permite descubrir a sus propios cuerpos como instrumentos de expresión a través del movimiento.
En el 2007 la propuesta es acreditada por el Área de Investigación del Rectorado del IUNA, convirtiéndose en el eje del proyecto “El desarrollo de espacios comunitarios de creatividad a partir de talleres coreográficos de expresión corporal danza, en ámbitos no convencionales de la ciudad de Buenos Aires, y en su relación con la mejor calidad de vida de las personas”. “Nuestro proyecto se propone darle un marco de investigación y teórico a la actividad de “Bailarines Toda la Vida” utilizando la parte práctica, que es de por sí exitosa, para realizar observaciones y plantear la construcción de algún modelo, o indicadores que sirvan para replicar la dinámica del grupo de manera sistemática”, indica el licenciado Daniel Sánchez, director del proyecto de investigación.
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“Bailarines Toda la Vida” funciona en la fábrica recuperada Grissinópoli, Charlone 55 (Chacarita). El taller es abierto y se ofrece en forma gratuita los viernes de 18.00 a 20.30hs. Se presentarán todos los viernes de junio a las 21 en el Centro Cultural Carlos Gardel (Olleros 3640) con entrada libre y gratuita. Más información en www.bailarinestlv.blogspot.com.