El aislamiento social, preventivo y obligatorio (ASPO), decretado a raíz del avance del COVID-19, trajo aparejado un aumento considerable del tiempo que una persona puede pasar frente a una computadora, ya sea por actividades laborales, de estudio o simplemente recreativas. Y este incremento en la conectividad fue, a su vez, un caldo de cultivo para una problemática que viene acechando las pantallas: el Ciberbullyng. A diferencia del hostigamiento entre pares, por decirlo de algún modo, “tradicional” y conocido como bullying, este tipo de acoso se realiza de manera virtual y algunas de sus prácticas pueden ser el escrache, la divulgación de fotos privadas y la circulación de imágenes ofensivas.
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Una de las particularidades del ciberbulling es que el hostigador puede no reconocerse como tal. Atento a detalles como este, el especialista en este fenómeno, psicólogo y docente de UFLO Universidad, Flavio Calvo, encabeza una investigación que establece cómo el aumento de permanencia online durante la cuarentena es proporcional al incremento del ciberacoso. El estudio está basado en una muestra de 1600 argentinos mayores de 18 años, en la que se busca identificar, a través de un cuestionario, tres roles definidos: hostigador, víctima y testigo.
–¿Cómo pudieron registrar este incremento del ciberbullying en tiempos de pandemia?
–Una de las preguntas que les estuvimos haciendo a las personas en la investigación es cuánto tiempo pasaban frente a la computadora antes del ASPO y cuánto tiempo pasaban después. A partir del aislamiento, un 72,5% de encuestados comenzó a trabajar o a estudiar online. Antes, el promedio frente a la máquina era de una a tres horas, como máximo seis, y luego pasó a diez horas. Esto hizo que el bullying se adapte, por decirlo así, porque todo lo que era tradicional tomó la modalidad de ciberbullying. Al comienzo de la cuarentena, según datos de la Policía Federal, aumentó un 40% el ciberbullying, el grooming y demás delitos relacionados con menores. También les hicimos preguntas sobre situaciones de ciberbullyng desde el lugar del hostigador, del hostigado y del testigo. Y agregamos otras como cuál es la red social más utilizada.
–En general se asocia al bullying con ámbitos escolares, por ende, con menores de edad. Pero en el ciberacoso no parece haber distinción etaria. ¿Es así?
–Justamente, la característica que tiene el ciberbullyng es que excede en un montón de aspectos al bullying tradicional, donde se puede molestar a un compañero en un ámbito de 20, 30 o 40 personas como mucho. En cambio, en el ciberbullyng si una imagen se viralizó la ven millones de personas. Y también lo trasciende en la edad de las personas que lo practican, de hecho la investigación la hacemos en base a adultos. Dentro de la cantidad de personas que encuestamos, un 72% pasó por al menos una instancia de ciberacoso como víctima y más del 75% vivió una instancia como testigo.
–¿Cuáles son las prácticas más comunes del ciberbullyng?
–Dentro de los adultos se da mucho lo que se llama ‘pornovenganza’, que comienza dentro de una pareja como un juego de enviar fotos privadas, pero después esa misma pareja rompe y las fotos se hacen públicas. Esa es una de las formas más comunes. Otra cosa que pasa en los adolescentes pero también en los adultos es lo que se denomina provocación incendiaria, que es ir a llenarle de mensajes el Instagram o la red que sea a alguien. Hay algún influencer famoso que tiene sus fans y, cuando se enoja con alguien, les dice: “Vayan y escrachen a tal”. Dentro del contexto de pandemia también se desarrollaron nuevas formas de ciberbullyng. Por ejemplo, antes no se hablaba del zoombonbing, que es esta modalidad de meterse en encuentros por Zoom y exponer pornografía o tomar el host en una clase y provocar a los alumnos. Por eso se pide guardar ciertas pautas para poder hacer una reunión: que se mande la invitación, que las personas confirmen su asistencia. Porque si no, una vez que el hostigador entró, hace estragos.
–Debe ser difícil que alguien se defina como acosador.
–En el caso del ciberbulling, a diferencia del bullying tradicional, el hostigador no tiene tanta conciencia de su rol. A veces, por ejemplo con esto de la pornovenganza, o de mandar a los seguidores a escrachar a alguien, por ahí en su cabeza se ponen en lugar de justicieros más que de hostigadores. Por otro lado, en el bullying tradicional yo puedo estar frente a la otra persona y ver sus reacciones, si se pone triste o se enoja, y ahí puedo frenar, tener empatía. Pero en el ciberbullying no se tiene feedback, entonces yo puedo estar hostigando a una persona de manera extrema y continúo sin tener conciencia de lo que estoy haciendo. Entonces, en nuestra encuesta, a diferencia de la de las otras situaciones, no es tan alto el porcentaje que se adjudica el rol de hostigador.
–En ese caso, ¿cómo puede indentificárselo?
–Hoy se habla mucho de memes, y hay muchos que son sanos, que no dejan de ser una historieta. Pero hay otros que están hechos con fotografías reales de personas, y si yo le pregunto a cualquiera cuántas veces reenvió en Instagram o en WhatsApp algún meme, la mayor parte dice que sí, sin ser consciente de que está viralizando una imagen que está relacionada con ciberbullying. Hay una oradora motivacional muy conocida, Lizzie Velázquez, que tiene una enfermedad degenerativa. Está ciega de un ojo, tiene un cuerpo muy chiquitito. Y a ella en un momento la etiquetaron en un video de YouTube como la mujer más fea del mundo. Ese video se llenó de mensajes tipo “por qué no se pone una bolsa de papel en la cara para salir a la calle”, y la imagen de ella se hizo viral como meme. También hubo alguno de esos desafíos que se hacen en las redes, que era mostrarle esa foto a un nene y decirle que ella iba a ser su próxima maestra en la escuela, para ver su reacción. Hay mucha gente que se engancha sin ser consciente del daño en este tipo de actividades: me río de esta persona que no sé quién es, qué está del otro lado del mundo, pero no sé cuál es el contexto de la foto y estoy viralizando algo que la daña.
–Uno puede estar hostigando a alguien que no conoce.
–En el bullying tradicional, el espectador sabe que es espectador y puede estar a favor, pero mira desde afuera, mientras que en el ciberbullying el espectador de alguna manera se convierte en cómplice. Es que al excederlo tanto al bullying, el ciberbullying ya sería otra categoría, tomó otra entidad.
–¿De qué manera podría frenarse esta problemática?
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–Yo siempre digo lo mismo: esto es 99% prevención. Una vez que se desató una situación de ciberbullying es muy difícil volver atrás, porque si una imagen negativa de alguien se hace viral es imposible borrar los millones de mensajes que la reprodujeron. Entonces, en primer lugar, prevención y dentro de esto, promoción de conductas saludables como, por ejemplo, hablar. El silencio es el mejor amigo del bullying y del ciberbullying, porque mientras las situaciones se mantengan ocultas a la vista de los demás van creciendo como una levadura. Ahora, cuando alguien se anima a romper el silencio cuando estas situaciones se ponen de manifiesto, puede encontrarse una solución. Cuando con nuestro equipo damos talleres en escuelas una de las preguntas que solemos hacer es: “Si ves o vivís alguna situación de bullying, ¿con qué familiar, compañero o persona de la escuela podrías hablarlo?” Así pueden fomentarse conductas que rompan con el silencio y que permitan que la persona, ya sea alguien que está sufriendo bullying o alguien que es testigo, pueda expresarlo.