En el entorno virtual de hoy, la mayor cantidad de contenidos que recibimos y enviamos a través de las redes sociales son fotografías. Modificadas, retocadas, recortadas, compartidas, comentadas, cuestionadas, se convirtieron en una parte imprescindible de las nuevas formas de comunicación en los medios digitales, transformándose ellas mismas en un mensaje.
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Con el avance tecnológico, el cambio más importante que tuvo la fotografía fue el modo de circulación de la imagen, que llevó también a cambios en la producción y la recepción, así como en su misma concepción, según explica la doctora en Ciencias Sociales y Magister en Estudios Culturales de la UNR, Leticia Rigat.
La investigadora afirma que el valor histórico de la fotografía fue la posibilidad de imprimir la luz en un material fotosensible y esta acción fue interpretada a nivel social como una “huella de lo real”. Es decir, para que la imagen exista, el referente tuvo que estar adelante del dispositivo; hay una continuidad física de la imagen con lo que representa, una huella de la luz. Esto habilitó a la fotografía a muchos usos sociales, pero el más importante en el siglo XX fue su valor documental.
Con la llegada de los medios digitales, el negativo desaparece y, por lo tanto, “hay una desmaterialización de la imagen”. Ahora, esta resulta de una secuencia registrada de información matemática en código numérico-binario. “Dado que no estaba más la cuestión indicial de la huella fotográfica, en los años '90 se habló de la muerte de la fotografía”, señala la docente a Argentina Investiga.
En ese momento surgieron debates acerca de si la fotografía iba a seguir siendo una representación de lo real y dónde quedaba su valor documental. Uno de los puntos en los que se basaba ese pronóstico eran las nuevas técnicas de edición y la posibilidad de crear imágenes por ordenador. Rigat considera que en estos casos no se puede hablar de fotografía porque esta no deja de ser un registro.
“Lo que sí cambó es la materialización de la imagen, debido a que ya no hay un soporte físico sino un código binario pero que registra igualmente lo que tiene adelante”, sostiene la investigadora, quien cree que la fotografía lejos de haber perdido su valor documental, lo expandió. Aquí, lo documental no sólo está pensado en términos del registro de una catástrofe sino también de cómo se va documentando lo cotidiano. “Todo el tiempo estamos sacando fotos y mostrando ese cotidiano”, reconoce.
Asimismo, los actores de los acontecimientos sociales pueden ser productores de imágenes y expandir el valor comunicativo y documental de estas, como ocurrió en las recientes revueltas sociales en Chile, ejemplifica. Y aclara que eso no significa quitar valor al lugar del fotoperiodista pero sí aumentar el flujo de las imágenes y ponerlas a circular en las redes sociales.
Esto se ve potenciado con el conocimiento y la popularidad de las técnicas de edición que ofrecen los propios dispositivos fotográficos. Para la comunicadora, estas posibilidades son utilizadas más por una estetización de lo cotidiano que por una intención de transformación de lo real. Este fenómeno lleva a un descreimiento en la huella fotográfica, lo que el doctor en Ciencias Sociales, Mario Carlón, denomina “indicialidad débil”.
En relación al uso de programas de edición, especialmente en la fotografía de moda, Rigat afirma que siempre en este nicho hubo retoques y trucos, al igual que en la publicidad. “En 1950, las modelos tampoco tenían celulitis y no había photoshop”, dice. Lo que sucede hoy es que existe un conocimiento social acerca de esas posibilidades de modificación. Antes, en el uso cotidiano no podía manipularse la imagen dado que eran los laboratorios los que la imprimían.
Asimismo, había un tiempo entre el obturador que captaba la imagen, el fin del rollo fotográfico que permitía sacar una cantidad determinada, llevarla a un laboratorio y ver el resultado final. En tanto muchos documentalistas para mostrar su obra tenían que esperar una exposición o hacerlo en una reunión afectiva. Ahora, con los dispositivos digitales se pueden sacar muchas fotos y verlas de manera instantánea, así como también ponerlas a circular en un flujo constante. “Es como si todos nos hubiéramos hecho hacedores de imágenes a través de nuestros dispositivos”.
La huella del presente
Roland Barthes en “La cámara lúcida” afirma acerca de la fotografía: “Esto ha sido”, como una conjunción de verdad y de pasado. Hoy, la puesta en circulación en las redes sociales de manera inmediata, hace que adquiera un valor de instantaneidad que antes no tenía. La premisa es: “Esto pasa ahora”, en el momento en que se comparte. “Ya no se trata de un registro para hacer perdurar lo que desaparece, sino la instancia presente de participación y presencia en las redes sociales y adquirió valor no sólo por su imagen sino que se transformó en un mensaje en sí”, explica Rigat.
De todos modos, la investigadora sostiene que la fotografía no dejó de ser un corte espacio-temporal. A diferencia de la imagen en movimiento como la del cine o el video, esta detiene el flujo del acontecimiento, saca un instante. Esto hace que necesite un marco de interpretación a través de la palabra, como lo es el pie de foto en la prensa. Considera que la palabra acompaña a la imagen para interpretarla pero que hay que tener cuidado porque “se puede mentir o hacer decir a la imagen algo que no dice.”
Dado que los nuevos medios generaron una horizontalidad en las comunicaciones que permite apropiarse de los discursos y resignificarlos, cree que es importante corroborar la información cuando se comparten y viralizan las imágenes para no generar desinformación.
En el marco de las redes sociales, el contexto está dado por quién la comparte, en qué sitio y con qué palabras. Y la convierte en una instancia de participación porque requiere una respuesta: “Cuando compartimos, estamos esperando el ‘me gusta’ o el comentario”. En este sentido, “hay un intercambio comunicativo y sensitivo con respecto a las imágenes que antes no se daba, un nuevo rasgo de contemporaneidad que nos empuja a un presente constante en el que todos podemos dejar la huella”, reflexiona.
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Leticia Rigat es doctora en Ciencias Sociales por la UBA. Magister en Estudios Culturales por el Centro de Estudios Interdisciplinarios de la UNR y Licenciada en Comunicación Social por UNR. Actualmente es becaria posdoctoral del Conicet y docente de la materia Lenguajes 1 de la Licenciatura en Comunicación Social. Su proyecto de investigación actual se llama: “Fotodocumentalismo contemporáneo: un análisis sobre la fotografía latinoamericana actual”.