La nutrición de los cultivos suele vincularse con los rendimientos logrados al final de cada campaña, con la calidad de los granos y la fertilidad de los suelos. Sin embargo, poco se habla del vínculo que existe entre el estado nutricional de las plantas y la ocurrencia de enfermedades. Según Marcelo Carmona, profesor titular de la cátedra de Fitopatología de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), hoy existen muchos estudios que advierten sobre esta relación, pero aún están poco difundidos.
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“De manera general, los nutrientes pueden reducir las enfermedades o disminuirlas a niveles de intensidad que, junto con otras prácticas (culturales y genéticas), logran una mejor sanidad de los cultivos. La mejora en la defensa contra las enfermedades estaría fundamentada no sólo por las mejoras en las condiciones de crecimiento del cultivo, sino también por la propia interacción con la biología y nutrición de los patógenos”, señaló el especialista a Argentina Investiga.
Carmona se refirió a los ensayos realizados con macro y micronutrientes sobre cultivos extensivos de la región pampeana, y ofreció un conjunto de recomendaciones para el control sanitario, ante productores y asesores técnicos que recientemente se reunieron en la ciudad de Rosario para participar del XXII Congreso Anual de AAPRESID y del Primer Simposio sobre Defensas Naturales de las Plantas y Micronutrientes.
“Los nutrientes pueden afectar el desarrollo de las enfermedades a través de su impacto en la fisiología vegetal o mediante su efecto sobre los patógenos”, afirmó, y aclaró que los mecanismos por los cuales pueden influir en el proceso de infección son de variada naturaleza: “La interacción nutriente-planta-enfermedad no siempre se comporta del mismo modo. Una determinada situación nutricional o un nutriente en particular, puede influir en la disminución de la severidad de un patógeno, pero también puede incrementar la intensidad de la enfermedad causada por otro patógeno o no generar ningún cambio”.
Al respecto, ejemplificó que los parásitos necrotróficos (que son causantes de manchas) colonizan de mejor manera los tejidos poco vigorosos, débiles o deficitarios de nutrientes. En estos casos, la fertilización con nitrógeno podría detener o disminuir la intensidad de la enfermedad. “Es común observar este efecto en campos nutricionalmente pobres y afectados por la mancha amarilla del trigo, donde luego de la fertilización nitrogenada se observa una recuperación del estado del lote y una disminución de la intensidad de la enfermedad”, apuntó el investigador de la FAUBA.
En un ensayo desarrollado en el sur de la provincia de Santa Fe, el agregado foliar de nitrógeno 6,8% y fósforo asimilable 9,3% (3 l/ha), generó una disminución de la severidad de las Enfermedades de Fin de Ciclo (EFC) y un aumento de 3 qq/ha en el rendimiento. Para el cultivo de maíz -en especial para las pudriciones de raíz y tallo- el agregado de nitrógeno también tendría una importante influencia en el desarrollo de las enfermedades.
Carmona señaló que los parásitos biotróficos (como royas y oídios) muestran una tendencia inversa: “Se estimulan con una mayor actividad metabólica y el retraso de la sencesencia, asociada a la fertilidad nitrogenada. Para la región pampeana, por ejemplo, la roya del maíz y la roya naranja del trigo son importantes enfermedades que podrían verse favorecidas cuando la fertilización nitrogenada es elevada, especialmente en genotipos suceptibles”.
fosfitos antifúngicos
“Los inductores de las defensas de las plantas denominados fosfitos podrían complementar el manejo de enfermedades de raíz y tallo mediante pulverizaciones foliares, generando un aumento de la actividad antifúngica” señaló Carmona. Estos biopesticidas, utilizados como parte del manejo integrado de enfermedades en cultivos como papa, tomate, vid, hortícolas y césped, también estarían mostrando buenos resultados en cultivos extensivos.
Según el docente de la FAUBA, si bien es controversial el uso de fosfitos como fertilizantes, actualmente hay consenso respecto de su rol como inductores de las defensas de las plantas y su actividad antifúngica. “Los resultados del uso de fosfitos en el manejo sanitario de soja fueron promisorios”, afirmó, y ejemplificó con ensayos realizados sobre soja en el norte de Buenos Aires, Entre Ríos y sur de Santa Fe, donde el uso de fosfitos redujo la severidad de las EFC y mejoró el rinde en 2,1-2,7 qq/ha.
Carmona recomendó evitar el uso de fosfitos en suelos con déficit de fósforo, en plantas estresadas y en aplicaciones tardías, y aclaró que, más allá de manejo, no logran obtener un control similar al logrado por los fungicidas: “Estas técnicas reducen la intensidad de ataque pero no eliminan la enfermedad o el inóculo del suelo”.
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Por último, destacó la necesidad de continuar estudiando su comportamiento como herramienta complementaria en el manejo de las EFC y de Mancha Ojo de Rana (MOR) en el cultivo de soja, así como de otras enfermedades presentes en ese y otros cultivos.