Nota

Universidad Nacional de Lanús - Departamento de Salud Comunitaria

23 de Agosto de 2021 | 14 ′ 34 ′′

Las narrativas de la pandemia de las y los trabajadores de la salud

Los trabajadores de la salud antes de la pandemia ya sopesaban experiencias complejas, no sólo por la labor que realizaban sino por las condiciones en las que tenían que ejercer la profesión. En la actualidad, a dieciocho meses del comienzo de la pandemia, investigadoras de diferentes universidades trabajan con las narrativas de estos trabajadores.
Las narrativas de la pandemia de las y los trabajadores de la salud

Resulta difícil comenzar a escribir/hablar de la pandemia sin caer en expresiones que se han convertido en sentido común: “evento extraordinario” o “nueva normalidad”, entre otras, como puede ser el hecho de haber visibilizado problemas y dificultades que ya existían pre-pandemia y que se acentúan o se tornan visibles en este contexto particular. En el caso de quienes se desempeñan en hospitales y centros de salud, la proliferación de sentidos sobre su trabajo se ve multiplicada exponencialmente; la imagen de los héroes o superhéroes en la trinchera, librando una guerra contra el COVID es una. Nuestro interés es apartarnos de los prejuicios o estereotipos construidos, para recuperar las experiencias, los sentidos y los significados elaborados por las y los trabajadores de la salud.

De este modo, en el marco de la convocatoria PISAC-Covid-19 “La Sociedad Argentina en la Postpandemia”, realizada a fines de 2020 por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i), investigadores/as pertenecientes a universidades e institutos localizados en diversas regiones de la la Argentina nos encontramos desarrollando una investigación orientada a registrar las narrativas de la pandemia, desde la perspectiva de las y los trabajadores de la salud[1].

El proyecto "Transitar de la pandemia a la postpandemia, desafíos y posibilidades de los nuevos escenarios en la salud pública desde las narrativas de sus trabajadores/as" se propone caracterizar las prácticas de cuidado desplegadas por quienes se desempeñan en el ámbito de la salud durante la pandemia, identificar las principales dificultades, los problemas y los desafíos al transitar hacia una nueva normalidad, así como las oportunidades que se avizoran, orientadas al fortalecimiento de intervenciones que se han mostrado productoras de cuidados para la salud colectiva.

Narrar es un modo de dar significado a la experiencia social. Cuando narramos, la experiencia se ordena decodificando y dándole un marco al pasado, otorgando sentido al presente, además de proveer y prever información sobre el futuro. Desde esta perspectiva, las narrativas obtenidas a la fecha condensan cierta cronología de eventos que dan cuenta de enormes transformaciones del trabajo cotidiano, la emergencia de nuevos desafíos y estrategias desplegadas para su resolución, emociones y reflexiones, así como intervenciones que revelan nuevos interrogantes y desafíos futuros.

Cuando todo era nada

Durante la pandemia, las temporalidades de las narrativas no siempre se corresponden con las narrativas que se construyen desde las políticas públicas. En marzo de 2020, cuando se dispone el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio -con la interrupción de la atención en centros de salud, postas o unidades sanitarias-, el desconcierto fue unánime. En ese momento en los territorios “todo era nada”, se esperaba algo que tardaba en llegar y se postergaba una demanda que es siempre continua en estos espacios de atención primaria de la salud.

A menos de un mes del aislamiento, por el carácter inédito y desconocido de lo que ocurre, con las dimensiones de peligrosidad que eso representa para las y los trabajadores de la salud, la sensación fue: “Nos vamos a morir todos”, “es la primera vez que nos enfrentamos a un virus que mata al tipo que te va a curar”, “cuidarnos nosotros de los pacientes, eso nunca había pasado”, “nos dimos cuenta de que nos podemos morir”.

Pero ese desconcierto y ese temor, que repercuten con una enorme incertidumbre a nivel local, no encuentra sólo cuerpos dóciles, dispuestos a acatar las normas, sino también trabajadores y trabajadoras que advierten la imposibilidad y las dificultades de discontinuar los tratamientos, los cuidados, las medicaciones de las y los usuarios del sistema público de salud. ¿Dónde irían aquellas personas con enfermedades crónicas? ¿Cómo garantizar el acceso a la medicación y al tratamiento psicológico? ¿Qué pasa con el seguimiento de los embarazos? ¿Y en situaciones de violencia? Así como múltiples dimensiones que van desde la salud sexual, reproductiva y no reproductiva, hasta las urgencias por infecciones odontológicas, o la necesidad de acompañar a niños y niñas con problemas de desarrollo (sea psíquico, motor o fonoaudiológico), entre otras.

Cambia, todo cambia

En algunas localidades se comenzó a salir del centro de salud, a llegar a los hogares de las personas que antes se atendían en el centro. Se habilitaron teléfonos personales para llamar, recibir llamados, comunicarse por WhatsApp o por videoconferencia con los pacientes. Quienes comenzaron a realizar ese trabajo desde el propio hogar plantean la dificultad de poner límite a los horarios de trabajo, en muchas situaciones “termina siendo a demanda” cuando ésta no tiene límites porque “las necesidades (en este contexto especialmente) son infinitas”. Esto plantea de manera inevitable conflictos con la dinámica familiar; especialmente en el caso de las mujeres, conduce a una doble responsabilidad (laboral/doméstica): “Nadie se acordó de nuestros hijos, mi nena está en segundo grado ahora y no sabe leer ni escribir, porque yo no puedo acompañarla con las clases”.

Estas transformaciones no ocurren sólo a nivel de los centros de salud. En el ámbito de los hospitales, los escenarios de trabajo se transforman, se organizan “áreas sucias” (COVID) y “limpias” (no COVID), que imprimen una dinámica singular en el hospital, aunque no siempre la disposición o los recursos permiten sostener esta circulación “cuidada” y “todo se mezcla”. Y esa mezcla contribuye al cóctel de emociones que se tensan entre el deber hacer y lo que se puede hacer o lo que sale.

El espacio laboral es vivido en muchas oportunidades como un peligro “a nosotros, el personal de salud, sentimos que nos mandaron al matadero”, “estamos muy expuestos”. Luego, la información, los protocolos, el conocimiento y la disponibilidad de elementos de protección personal habilitaron otras referencias sobre el lugar de trabajo, como un espacio “seguro” respecto de otros ámbitos fuera del hospital: “Tengo más miedo afuera que adentro”, “tengo más miedo cuando salgo a comprar algo por acá en el barrio que en el hospital”.

Para que este espacio de salud sea seguro, cada acto rutinario se convierte en un cuidadoso ritual sometido al más riguroso escrutinio personal: colocarse y sacarse la bata, la cofia, los barbijos es objeto de un cuidado que “bordea la locura”, es un “estado de alerta constante”, se siente “agotamiento físico y mental”, “uno vive pasado de vueltas”.

Al mismo tiempo, los rituales del almuerzo o las charlas de pasillo desaparecen. Los vínculos y las relaciones entre las y los trabajadores, así como de los trabajadores con sus pacientes, exigen el seguimiento de rígidos protocolos que regulan las conductas, las distancias y los afectos, o al menos la posibilidad de expresarlos.

No te olvides de mí

Son múltiples las emociones que atraviesan a las narrativas y conmueven, nos conmueven también como investigadoras/es. Ha sido más de un año de mucha “incertidumbre”, “miedo”, “angustia y ansiedad”. Temor de contagiarse y contagiar a seres queridos. Discriminaciones por ser trabajadores, acusaciones culpabilizantes y auto-incriminaciones por haberse contagiado, por la propia enfermedad. Ansiedad e “impotencia” ante la muerte que se vuelve un evento próximo, cotidiano, “injusto” y “previsto” e “inevitable”, de manera simultánea.

Si bien en algunos casos aparecen expresiones de “miedo” o “terror” que paraliza, en otros fue referido como un sentimiento que moviliza acciones de cuidado y prevención. Las claves para organizar la “nueva atención” son el “el trabajo en equipo”, “la información, la capacitación y el asesoramiento” y, en muchos casos, la desobediencia a las normas o la insubordinación: “Es como que hay una disociación entre las normativas y los protocolos, y cómo funciona realmente una institución; ¿se entiende, no?”, “nosotros armamos nuestros protocolos acá”.

En muchas localidades el ya precario sistema de referencia y contrarreferencia, o las redes entre hospitales y centros se vieron debilitadas. Eso impulsa el establecimiento de algunos circuitos alternativos, estrategias artesanales que apelan a vínculos informales entre instituciones, relaciones personales y profesionales, donde también fuimos incluidas cuando recibimos el mensaje: “¿Tienen algún contacto de salud mental de ahí? Es para una paciente que tenemos internada nosotros pero es de allá, para que pueda seguir el tratamiento ambulatorio cerca de su casa”.

Las y los trabajadores coinciden al señalar que, en este contexto, el trabajo en equipo, los “espacios de diálogo y discusión” en torno al propio trabajo y “el compañerismo” son fundamentales, tanto en la organización de la “nueva atención” como ante la necesidad de recibir o dar soporte y sostén a quienes se angustian o sienten temor. Sin embargo, en simultáneo, los equipos fueron cambiando con horarios rotativos y organigramas de trabajo que buscan suplantar a quienes se toman licencia o se enferman. En este contexto, se multiplican las contrataciones precarias (que pre-existían a la pandemia) y se posterga la certidumbre sobre la posibilidad de efectivizar un puesto de trabajo en el sector que otorgue cierta estabilidad en tiempos difíciles.

Todo pasa y todo queda

El lugar secundario que tuvo el primer nivel de atención a la salud al inicio de la pandemia fue motivo de malestar entre las y los trabajadores, se vivió como “un retroceso de la salud pública”, se plantea el hecho de que “se fortaleció el paradigma biologicista”, “Desde la APS se ha retrocedido, se ha biologizado aún más la atención. Ante el miedo, se vuelve a lo seguro, las prácticas biologicistas”.

En muchos casos se vive como un error o equivocación, algo que no fue una decisión personal: “Nos equivocamos en resentir la atención el primer tiempo. No nos permitió seguir el contacto con familias vulnerables. No pudimos anticipar situaciones.”

La directiva de no atención en el primer nivel derivó, además, en algunos lugares, en falta de insumos: no sólo la no disponibilidad de elementos de protección personal, sino también de leche o anticonceptivos. Actualmente se evidencian los efectos de haber suspendido la atención el año pasado: cánceres muy avanzados, descompensaciones psíquicas o de personas con padecimientos crónicos como diabetes o hipertensión, entre otras: “Las personas llegan con complicaciones muy agravadas de su enfermedad”. El balance unánime es: “Hay cosas que no se pueden dejar de atender”, “no se puede cerrar el centro de salud”.

Están a la vista las consecuencias negativas a corto, mediano y también muy a largo plazo de esta pandemia. Las sensaciones de injusticia, angustia, sobrecarga, soledad, cansancio, miedo y culpa, no cesan. Aun así, quienes se desempeñan en salud remiten a “la recuperación del sentido” y a entender “para qué estamos donde estamos”, aparece una “revalorización del sentido de trabajar en salud”, si bien en algunos casos aparece también el sentimiento de haber sido “excluidos” del proceso de toma de decisiones.

Las y los trabajadores señalan: “Tuvimos que reinventarnos” con toda la densidad que eso conlleva, en esta transición hacia una nueva realidad socio-epidemiológica. Quienes se desempeñan en el ámbito de la salud vivieron experiencias de enorme imprevisibilidad, transformaron su trabajo y al mismo tiempo se transformaron ellas/ellos como trabajadores. Como nunca la salud estuvo en la agenda de la política pública, y las políticas en estrecha vinculación con el trabajo en el ámbito de la salud. Si bien “sigue siendo complicado hacer grandes balances cuando todavía se está en el baile”, pueden extraerse algunas líneas.

La primera, que preexiste a la pandemia y re-emerge como problema en este contexto, es la necesidad de garantizar derechos laborales, muchos vinculados a la precariedad de las contrataciones de trabajo, especialmente preocupante en ciertas localidades y para sectores como el de enfermería y el de limpieza, ambos puestos desempeñados por mujeres en su mayoría.

La necesidad de sostener y fortalecer el trabajo en los territorios y del primer nivel de atención en y desde los centros de salud hacia afuera, en red o vínculo con otras organizaciones territoriales o barriales como el comedor, la escuela o la radio local.

El fortalecimiento de espacios que habiliten la reflexión sobre el propio trabajo como espacio de cuidado, auto-cuidado. En estas circunstancias, donde los sufrimientos, los padecimientos, la sensación de injusticia y soledad son recurrentes, la atención a la salud no puede quedar de manera exclusiva en la iniciativa personal de “hacer terapia”, “yoga”, “medicarse”, automedicarse, o en la “consulta con el servicio de salud mental”. Todo eso puede ocurrir, pero el lugar donde se observa la potencia sanadora a la vez que transformadora es en los espacios donde se puede “parar” para pensar, hablar y discutir sobre el trabajo diario, expresar emociones sobre experiencias compartidas y sentirse parte de un equipo que se acompaña y se sostiene en el trabajo cotidiano.

Por último, encontramos fundamental continuar recuperando las narrativas de las y los trabajadores que nos orienten para proponer medidas, acciones e intervenciones de las políticas públicas basadas en la experiencia, el saber y las necesidades sentidas por quienes cada día trabajan en hospitales y centros de salud, esto es, quienes serán encargados de llevarlas adelante.

[1] A la fecha hemos relevado experiencias urbanas, y los resultados que presentamos tienen sus matices al colocar el foco en cada localidad. Conforme avance nuestra investigación hacia espacios rurales, en diferentes puntos del país, pueden preverse también otras características de las aquí consignadas.

Producción Periodística:
Anahi Sy: Instituto de Salud Colectiva UNLa, CONICET Jacinta Burijovich: Facultad de Ciencias Sociales Universidad Nacional de Córdoba Lia Mónica Zóttola: Facultad de Humanidades, Cs. Sociales y de la Salud, Universidad Nacional de Santiago del Estero

Responsable Institucional:
Marcela Repossi
Universidad Nacional de Lanús

Secretaría General, Comunicación
cienciaunla@gmail.com
www.unla.edu.ar


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