Un alumno del Doctorado en Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), dirigido por dos investigadoras que se desempeñan en la Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos (PROIMI-Conicet), busca remediar los suelos contaminados con distintos plaguicidas. Para remover los contaminantes utiliza un consorcio de bacterias. Los ensayos en los últimos meses se centraron en descontaminar suelos con atrazina, un herbicida muy utilizado en la región para combatir las malezas que atacan al cultivo de caña de azúcar.
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Lucas Bazán, Licenciado en Ciencias Ambientales, es dirigido por la doctora en Ciencias Biológicas Soledad Fuentes y por la doctora en Bioquímica Claudia Benimeli, quienes trabajan en el Laboratorio de Biotecnología de actinobacterias del PROIMI. El grupo estudia, desde hace más de cinco años, la acción de un consorcio de actinobacterias, un grupo de bacterias versátiles y ubicuas capaces de vivir en distintos medios como agua, suelo y sedimentos.
Estas bacterias pueden sanear suelos contaminados con plaguicidas, de acuerdo a los ensayos realizados en el laboratorio. Las mismas son del género “Streptomyces” y tienen un aspecto filamentoso.
La doctora Fuentes señaló a Argentina Investiga que las características de las actinobacterias que pueden adaptarse a diferentes condiciones “les permiten usar distintos compuestos, como los plaguicidas, como fuente de carbono. Analizamos las bacterias en el laboratorio para ver cómo actuaban frente a plaguicidas que ya no se usan –como los organoclorados–, pero que siguen presentes en los suelos porque son persistentes. Por ejemplo, estudiamos su acción con suelos contaminados con lindano (se usaba para combatir la pediculosis) y con clordano y metoxicloro (para combatir mosquitos), y vimos que son capaces de disminuir su concentración”.
La investigadora manifestó que los organoclorados pueden seguir en la tierra varios años después de que hayan dejado de usarse. Agregó que antes eran muy utilizados por su bajo costo y que, desde hace algunos años, se prohibieron o restringieron por su toxicidad y persistencia. Comentó que las bacterias que utilizan en los ensayos fueron aisladas de un depósito clandestino situado en una localidad argentina de Santiago del Estero, que contenía varias toneladas de plaguicidas organoclorados. “Las bacterias aisladas de este depósito tienen capacidad para crecer y remover plaguicidas organoclorados. Degradan o rompen las moléculas, para que no queden disponibles en el medio”, puntualizó.
Tanto Bazán como Fuentes comentaron que empezaron a ensayar con el herbicida atrazina con resultados muy prometedores. “Vimos que los consorcios de estos microorganismos generan más rutas metabólicas para degradar o remover el contaminante. Porque si tengo una sola bacteria es difícil que convierta el plaguicida en un compuesto menos tóxico, pero si tengo más bacterias pueden cooperar entre ellas en esa vía de degradación; por eso usamos el consorcio”, detallaron.
En tanto, la doctora Bazán precisó que probaron la atrazina con cuatro consorcios diferentes de bacterias, que antes se habían ensayado para los organoclorados. “Hicimos esto porque la atrazina tiene cloro en su molécula y, aunque no es un organoclorado, tiene el átomo presente. En los ensayos en medios líquidos vimos que estos consorcios tienen capacidad para crecer y remover atrazina en distintas concentraciones, inclusive en las más fuertes”, precisó.
La investigadora comentó que, luego de los ensayos, analizaron el plaguicida residual en un cromatógrafo y detectaron una concentración de atrazina un 70% menor que la versión original. Agregó que el paso siguiente será realizar ensayos de toxicidad, que implican poner en contacto los medios contaminados y remediados con el consorcio de bacterias. Luego, hacer crecer plantas, por ejemplo, de lechuga, trigo y tomate, y evaluar si el medio descontaminado resulta menos tóxico que el medio sin tratar.
Todo se transforma
Los investigadores adelantaron que comenzaron a realizar pruebas combinando el consorcio de bacterias con desechos de la industria (como el bagazo) y desechos caseros (como cáscara de naranja y yerba mate en desuso), para comprobar si se potencia la acción de remediación de los suelos contaminados con plaguicidas.
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Bazán comentó, en tanto, que se busca un doble beneficio: por un lado, darle valor agregado a algo que va a la basura y, por otro, ver si funciona como bioestimulante del suelo, “porque los residuos contienen nutrientes que estimulan el crecimiento de microorganismos nativos”, indicó. Y la meta principal será comprobar si los desechos mejoran el metabolismo del consorcio de bacterias y potencian, de esta manera, la remediación de los suelos.