La época que se extiende desde el siglo III hasta el VI, es denominada por los historiadores “período de integración regional”. En aquellos tiempos, el noroeste argentino fue ocupado por grupos que conformaron la llamada “cultura de la aguada”. En el valle de Ambato -actual provincia de Catamarca- se puede encontrar la manifestación más antigua de esta civilización, materializada en restos fósiles, construcciones y piezas de cerámica conservadas (algunas de ellas se exhiben en el Museo de Antropología de la Universidad Nacional de Córdoba).
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Según contaron los investigadores a InfoUniversidades, hacia el siglo VI, en Ambato, las sociedades que habitaban la zona “se presentan como una nueva forma de vida, distinta a otras anteriores, alcanzando todos los ámbitos sociales y configurándose como una organización en torno a la diversificación de los roles sociales, el mantenimiento de desigualdades económicas y políticas, la intensificación del uso y explotación del ambiente, junto con un aumento en la diversidad de la cultura material y en la cantidad de habitantes, concentrados en varias aldeas”.
Este intervalo, que muestra el salto hacia una forma de organización más compleja y el surgimiento de una sociedad diversificada en roles y posiciones de poder, es el que estudian los investigadores del Museo de Antropología de la UNC, por medio del análisis arqueológico.
Las comunidades del Valle de Ambato se caracterizaban por su labor en alfarería. La cerámica, su calidad y las imágenes impresas en ellas son el elemento distintivo de esta cultura y, al mismo tiempo, el material empírico más importante para indagar sobre su forma de vida. Con esta evidencia, junto al trabajo de campo, los científicos plantearon cuatro dimensiones de análisis: el ámbito espacial, la producción tecnológica, el trabajo y la economía de recursos. Pero ¿qué pistas brindan estos ejes de estudio?
La configuración del espacio
La metodología en este punto es locacional: implica la búsqueda, clasificación y análisis de los sitios para encontrar patrones. Así se detectó que el valle se dividía en tres aldeas de similar extensión. Mientras los sitios más pequeños estaban más pegados y agrupados, los de mayor tamaño se encontraban más distantes y diferenciados, en estos últimos, si se quiere “residenciales”, se realizaban las ceremonias. “El grado de vecindad coincide con una jerarquía en la dimensión de los sitios, como si el tamaño, las asociaciones en el espacio y la distancia se combinaran en la construcción cultural y definieran un espacio jerarquizado e internamente diferenciado”, apuntan los investigadores.
La huellas de la cerámica
El consumo de bienes cerámicos era generalizado, “distinto a lo esperado en un contexto social desigual”, sostienen los autores del estudio ya que no se encontraron variedades restringidas a los sitios más pequeños, pero sí en cuanto a la acumulación. En los lugares más pequeños, el porcentaje de cerámica no superaba el 10% de lo acumulado, en tanto que en lo sitios ceremoniales se encontró la mayor parte (entre 60% y 65%).
Otro rasgo diferenciador era la iconografía impresa en las vasijas y los objetos encontrados. Los mensajes representan la diferencia de jerarquía entre las personas, como la estampa de “señores sentados”, que era un conocido símbolo de estatus en el mundo andino. También pueden verse guerreros, chamanes, sacrificadores, seres fantásticos, hombres-felinos. La simbología alrededor de la muerte, la violencia y lo salvaje abunda, “aspectos éstos, quizás, manejables por gente especializada en el ritual o con prestigio y poder”, interpretan los antropólogos de la UNC.
División social del trabajo
También a través de la cerámica se encontró otro aspecto de diferenciación social que se dedujo a partir del elevado nivel de elaboración y “maestría” que presentaban algunos objetos cerámicos, evidenciando la existencia de “especialistas”. En ciertos sectores de menor rango se encontraron espátulas de hueso, alisadores, cinceles de metal, cerámica cruda, panes de pintura, planchas de mica y muchos desechos acumulados de cerámica rota, que indicarían la localización de “artesanos alfareros”. A su vez, en los sitios más grandes y espaciados, se halló un fogón para laboreo de un metal, probablemente para recocer el cobre, y una estructura de barro en forma de aro donde había restos de un esqueleto de camélido. Los antropólogos comentaron: “Este sector se destaca del resto por estar sobre elevado, presentar dos muros revestidos con piedra y un contexto material vinculado con entierros de niños sacrificados y ofrendas”.
Alimentos
El principal componente en la dieta de las comunidades de la Aguada eran los derivados de la llama y el guanaco. En los sitios indicados como de menor rango social, los cortes de carne son los de menor contenido alimenticio (patas, extremidades e inclusive huesos con poca carne), a diferencia de los sitios de mayor dimensión donde se encuentran los restos de partes de animales con mayor masa muscular. A ello se le suma el rol que los animales tenían en cada sector social. En los más altos, eran medios de acumulación de prestigio y capital social, mientras que en los sectores restantes eran principalmente un medio de subsistencia, un recurso alimenticio, sin que los hicieran participar en sacrificios u ofrendas, como si se careciera de los recursos económicos y sociales suficientes para ello.
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“Las diferencias entre las personas se mantenían principalmente por el volumen de las distintas clases de capitales manejados, bajo distintas formas de recursos y junto con una estructura que establecía una distribución diferencial de distintas especies de capital”, apuntan los investigadores. Es dificultoso plantear cuál de estos capitales era considerado más relevante, pero aseguran que desde lo arqueológico “el espacio y los contextos construidos podrían concebirse como los de mayor peso en la materialización de la desigualdad social, en tanto que simultáneamente son objeto, vehículo, símbolo, escenario y materia de las interacciones entre las personas y su mundo”.