“Nuestro trabajo en ballenas es el estudio de mayor continuidad en el mundo basado en la foto identificación de individuos. Los relevamientos empezaron en 1970 y tenemos una muy buena base de datos para saber cuándo empezaron los procesos, comparar situaciones, entender cambios. Con respecto a la mortalidad de ballenas en Península Valdés sabemos que el primer pico se dio en 2005 y en los años siguientes hubo mayor número de individuos muertos, hasta 100 en el año 2008. Eso fue muy llamativo. Encontramos tres veces más ballenas muertas que las que veníamos observando”, explica Mariano Sironi, profesor adjunto en la cátedra de Diversidad Animal II de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
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El investigador es, además, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas, organismo desde el cual hace más de 40 años se viene monitoreando a la ballena franca austral en Península Valdés. “Las mortandades elevadas llamaron la atención de la Comisión Ballenera Internacional que regula lo que tiene que ver con la cacería y conservación de ballenas en el mundo; está formada por más de 80 países. En 2010 se hizo una reunión con especialistas en ballenas de todo el mundo, y surgieron tres hipótesis para explicar las mortandades. Una tiene que ver con la baja en la disponibilidad de alimento, como el krill, que puede hacer que las hembras estén desnutridas. La otra es que existan enfermedades infecciosas que se transmitan en la población, virales o bacterianas, y que muchas veces son difíciles de detectar. Por último, la tercera hipótesis es la relacionada con biotoxinas producidas por ciertas algas que crecen más que antes por el aumento de la temperatura del mar y los residuos que a él se arrojan. Estudiamos estos procesos para comprenderlos mejor” agrega el especialista.
Tres mil fotografías
El trabajo de observación del comportamiento de las ballenas se realiza desde un acantilado con el uso de un telescopio y se complementa con un relevamiento fotográfico aéreo. Cada año se toman unas 3.000 fotografías de alrededor de 400 ballenas. Durante los vuelos, también se registran diversas variables como el número de ballenas fotografiadas, su edad, su distribución a lo largo del perímetro de la Península y la presencia de ballenas muertas en las playas.
Durante las horas que Sironi pasa mirando hacia el mar para estudiar las ballenas, realiza seguimientos que consisten en obsevar a un individuo con un telescopio y registrar cada instante en el que cambia de comportamiento. “Tenés categorías de comportamientos que se pueden clasificar de distintas formas, y lo registrás con el momento en que se producen, anotando la hora. Para mi tesis doctoral utilicé un programa donde estaban codificados los comportamientos en una minicomputadora. Entonces para cada comportamiento como ‘natación’ o ‘salto’, se usan distintas teclas y luego se genera un resumen del tiempo que cada ballena pasó en diferentes comportamientos; por ejemplo, ‘pasó el 27% del tiempo sola; del tiempo que pasó con otros, pasó el 30% con adultos’, y así. Esto permite hacer una descripción bastante detallada del comportamiento animal”, explica el científico.
En esos largos días de observación, cuenta Sironi, algunos animales generan más apego por parte del investigador que otros, y se establece un vínculo con ellos: “Todos los que laburamos en el campo tenemos eso. En algún momento tenés una interacción intensa con alguno de los animales -de cerca o de lejos- y es algo que te une a ese ejemplar de manera particular. En mi caso, esa ballena se llama Mochita, nació en 1999 cuando estaba empezando mi tesis doctoral sobre el comportamiento de ballenas francas juveniles y fue una de las que más observé durante esa etapa. Le puse ese nombre porque le falta la punta derecha de la cola. Yo subía al acantilado para hacer las observaciones y cada día pensaba ‘a ver si aparece Mochita hoy’. Eso te genera una relación que uno siente, aunque el animal no se dé cuenta de que estás ahí”, relata Sironi.
En ese trabajo el investigador concluyó, por ejemplo, que las hembras juveniles pasan más tiempo con hembras adultas y jugando con las crías, probablemente como un modo de aprender el comportamiento maternal, mientras que los machos juveniles pasan más tiempo entre ellos y crean vínculos sociales que quizás serán relevantes durante sus vidas como ballenas adultas.
Cuánto vive una ballena franca austral
La pregunta acerca de la longevidad de la ballena franca austral es difícil de contestar al día de hoy. “Todavía no tenemos esa información porque nuestro proyecto tiene 40 años y las ballenas viven más que ese tiempo. En el Atlántico norte, hay un caso puntual de una ballena franca del norte, que es similar a la austral, que fue fotografiada en los años ‘30 y luego en los ‘90. Como al momento de la primera foto ya tenía una cría, se supone que ya tenía al menos 10 años; entonces esa ballena tendría al menos 70 años cuando se la fotografió por última vez, ése es el registro actual de mayor longevidad de una ballena franca. Otros estudios sobre ballenas de Groenlandia han determinado que algunos machos pueden vivir hasta 211 años”, explica Sironi.
La conservación
“Desde el Instituto, hacemos mucho trabajo a nivel regional en Latinoamérica, somos un bloque de 40 ONG’s que formamos un grupo con fuerte impronta conservacionista, presionando a nuestros gobiernos para que mantengan esta postura ante la Comisión Ballenera Internacional. Representamos un problema para países como Japón, Noruega, Islandia, que tienen otra posición. Por ejemplo, Japón caza ballenas disfrazando la cacería con un programa de pseudos ciencia que consiste en cazar unas 900 ballenas por año con fines supuestamente científicos. El verdadero objetivo es vender la carne”, comenta Sironi.
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El Instituto de Conservación de Ballenas lleva adelante un programa de adopción de ballenas, en el que los usuarios que colaboran pueden seguir sus comportamientos e historias de vida, así como los estudios de los que son parte. Se puede obtener más información sobre el programa en www.icb.org.ar.