“Bolitas”, “chilotes”, “paraguas” o “brasucas” suelen ser calificativos difundidos en el lenguaje cotidiano de los argentinos para referirse a los inmigrantes de los países limítrofes. Su uso contribuyó a crear un imaginario de rechazo y discriminación. Si bien es cierto que en las grandes ciudades suelen llegar a ocupar los trabajos menos calificados, en condiciones muchas veces denigrantes, no siempre ocurre así. En las zonas rurales su inserción es mayor y llegan a conformar verdaderas comunidades socio-productivas.
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Así lo afirman investigadores del Departamento de Geografía y Turismo de la UNS, que se dedicaron a analizar las condiciones y los efectos de la migración boliviana en el valle inferior del Río Colorado (provincia de Buenos Aires). El análisis fue realizado por la licenciada Rosa Fittipaldi, el magíster Esteban Galassi y la alumna Yezabel Franza.
El estudio de este fenómeno es de gran interés, porque se trata de una corriente importante, que se ubica en segundo lugar en cuanto a la cantidad de personas residentes en la Argentina, con unos 230 mil miembros. Sólo la supera la migración de paraguayos, y desplazó al tercer puesto a la chilena. Casi la mitad de estos individuos se localizan en zonas fronterizas, y la mayoría se desplaza hacia la provincia de Buenos Aires y Córdoba.
La inmigración boliviana en Argentina se remonta a la época colonial. Tanto nuestro país como Bolivia se encontraban bajo control español, como parte del Virreinato del Perú y luego del Virreinato del Río de la Plata hasta las guerras de independencia hispanoamericanas. Durante esta época había muchos enlaces entre Buenos Aires y el Alto Perú (actual Bolivia). En un principio, los bolivianos llegaron para trabajar en labores rurales, específicamente en áreas de agricultura especializada de las fronteras (cosechas de caña de azúcar, tabaco, tomates y frutales). Luego devino su instalación en las ciudades, y fue entonces cuando llegaron familias y los varones comenzaron a emplearse en el sector de la construcción, mientras que las mujeres se dedicaron a la venta callejera de verduras y condimentos. Estas fueron sus primeras adscripciones laborales.
“Los inmigrantes bolivianos en el sudoeste bonaerense llevan décadas de permanencia, conformando grupos compactos de relaciones sociales y territoriales estables, donde interactúan con reglas de juego propias”, cuentan los docentes. Según amplían, la vida en un medio hostil lleva al grupo a reafirmar su cultura en el país extraño, pero esta situación se flexibiliza en aquellos que llevan varios años de permanencia y logran una efectiva inserción.
“En mi trayectoria hay buenos y malos; por ejemplo, en aquellas épocas (refiriéndose a fines de la década de ’80 y comienzos de los ’90) no nos sentíamos muy cómodos, éramos discriminados, y hoy se puede compartir más. Es mucho mejor, ya que la gente nos va aceptando. Eso es fundamental porque a veces a uno le duele recordar”, relató a los investigadores Guido Flores, un peón cebollero que lleva casi dos décadas en la Argentina.
El área de estudio se localiza dentro de los partidos de Villarino y Carmen de Patagones, ubicados al sur de la provincia de Buenos Aires. Su composición demográfica es muy particular, integrada por importantes grupos de pobladores bolivianos que comenzaron a radicarse en forma estable en la zona, a partir de la década del ‘70, alentados por referencias de familiares y amigos. Este grupo social representa una alta proporción en el total de los habitantes, y además es un sector muy importante por el aporte al producto bruto agropecuario de la región.
Tal como cuentan los investigadores, “las características de un sistema laboral informal favorecieron, en su momento, la aparición de diferentes tipos de acuerdos de trabajo, generalmente de palabra”. En este sistema, el dueño aporta la tierra, el peón el trabajo y dividen el rinde en porcentajes variables. Sin embargo, explican que en la actualidad este modelo mutó a otro, basado en el contrato de alquiler por períodos más prolongados. Si bien esto traslada el riesgo productivo hacia el trabajador, el estudio determinó que la aparición de contratos estables fue el puntapié inicial para el afincamiento de los trabajadores, que además pasaron de residir en el medio rural -en muchos casos en condiciones muy precarias- a ubicarse en alguno de los pueblos cercanos, donde tienen acceso a la educación y a la salud.
“Los procesos de apertura e integración económica trajeron nuevas formas de precariedad laboral y pobreza. El retiro del Estado de su función de protección social, creó indefensión y vulnerabilidad en la población, y legitimó la búsqueda de oportunidades en otros países a través de la migración”, explica Fittipaldi. El testimonio de Guido, quien actualmente reside en el pueblo de Pradere, parece confirmar lo dicho: “Las escuelas para los chicos están todas en el pueblo; vivimos todos en el pueblo. En el campo, cuando estábamos en las colonias (como ellos llaman a los asentamientos de pocas familias) iban a las escuelas de las colonias. Allá en Bolivia, antiguamente en nuestros pagos no había nada, ni doctor ni enfermera, nada… si te enfermabas tenías que juntar el yuyo en el campo, hacerlo hervir y tomarlo”.
Argentina, lugar de prestigio
La investigación señala que este tipo de migración no responde a criterios clásicos usados para definir estos procesos: la migración definitiva, cuyo patrón de referencia es la migración europea de principios de siglo XX; y la migración estacional o temporaria, ligada a los movimientos fronterizos y vinculada con los ciclos de cosecha y producción, donde el principal criterio es el económico, por la posibilidad de obtener ingresos y enviar remesas al país de origen. “Entre los motivos de estos desplazamientos, al económico debemos agregar no sólo las condiciones de vida que no tienen en su lugar de origen, sino también aspectos subjetivos de fuerte arraigo en muchos bolivianos de que Argentina es un lugar desarrollado, y vivir en nuestro país implica ganancia de prestigio ante el grupo de referencia”.
En los últimos años, la expansión de la producción de cebolla incrementó la demanda de mano de obra, lo que se reflejó en una nueva corriente migratoria.
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“Son varios los aspectos que contribuyen en la estructuración de las decisiones individuales y familiares de migrar, y en la promoción y dirección de los flujos totales de inmigrantes: el papel de la familia en el asentamiento y en la integración en el lugar de destino, el acceso a la salud y la educación, y la posterior aceptación social”, explica Fittipaldi. “La posibilidad de configurar estos espacios condiciona la probabilidad de retorno. En la mayoría de los casos analizados, la probabilidad de retorno es muy baja, casi nula, pudiendo afirmar que se trata de flujos irreversibles”, concluye.