Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, el segmento poblacional de los jóvenes es el que tiene la tasa de desocupación más alta y, además, el sector en el que menos mejoró la situación laboral desde el inicio de la reactivación económica. Las dificultades que enfrentan los jóvenes no son sólo para acceder a un empleo, sino también para poder permanecer en el puesto, lo que indica que existe un acceso a puestos de baja calidad.
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Los datos oficiales muestran que cerca del 80% de los jóvenes desocupados tuvieron ya alguna experiencia laboral, en tanto que sólo un 20% busca un empleo por primera vez.
“La posibilidad de conseguir un trabajo estable se enraíza con proyectos de vida o posibilidades de independencia económica de sus padres”, indica la investigación. Sin embargo, “la sociedad tiene una oferta laboral poco diversa, que condiciona estas aspiraciones personales, reflejando grados de certidumbre/inseguridad.”
Los profesionales de la UNR expresaron que el trabajo sigue siendo central en la organización de la vida cotidiana y la construcción de la subjetividad, pero “salvo excepciones, este mundo laboral no tiene otra cosa para ofrecer que diversos grados de vulnerabilidad, sobre todo si se toma en cuenta que las nuevas políticas de empleo desarrolladas por las empresas apuntan a la población joven, considerada como más ‘maleable’ y menos ‘problemática’ que las franjas etáreas, socializadas en el modelo anterior de relaciones laborales.”
Y aquí se puntualizan las diferencias, entre una sociedad salarial con leyes de protección al trabajador y una sociedad de riesgos como la actual. “Toda la legislación laboral, especialmente a partir del neoliberalismo de la década del ’90, apuntó a precarizar el contrato laboral. Antes había un trabajo que preveía vacaciones, jubilaciones y hasta planes de vivienda, pero esto se resquebrajó y hoy nos encontramos con un tipo de trabajo precarizado, fragmentado e informal”, sostiene la investigadora Marta Abonizio.
En el informe se entiende por juventud al proceso de incorporación a la sociedad (adulta) que necesariamente pasa por el mundo del trabajo. Diversos autores coinciden en que son necesarias ciertas "adquisiciones" y responsabilidades para el logro del proceso de inserción en la sociedad de los adultos: la independencia económica, la administración de los recursos para el propio mantenimiento, la autonomía personal y la constitución de un hogar propio, entre otros actores.
“Nuestra sociedad otorga el estatus de ‘adulto’ (independencia) a aquellas personas que tienen la posibilidad de intercambiar su fuerza laboral por una compensación económica que posibilite su emancipación y autonomía: personas que cuentan con un empleo más o menos estable, más o menos seguro”, explican.
En relación a este concepto, los investigadores consideran que las críticas condiciones socioeconómicas de la actualidad sitúan a la juventud en una posición social de marginación y precariedad crecientes, “de resultados cada vez más preocupantes e insospechados.” En una primera etapa, la investigación se centró en los jóvenes en contexto de vulnerabilidad que fueron capacitados por el Estado a través de los programas sociales implementados para paliar la crisis económica.
En la ciudad de Rosario, gran parte de los beneficiarios de los diferentes programas sociales son jóvenes cuya entrada al mercado laboral no fue posible, constituyéndose en este sentido la contraprestación como única experiencia de este tipo y forma de acceder al “derecho de inclusión social”.
Desde la visión de los jóvenes, en la capacitación que reciben por parte del Estado “no se tienen en cuenta sus conocimientos previos, ya que se ofrecen talleres sin posibilidades de elección que no coinciden con sus trayectorias laborales, su estructura económica o su contexto de vulnerabilidad”, explica la antropóloga, y agrega: “Esta respuesta del Estado es un paliativo o un disfraz de la realidad.”
Los profesionales que realizaron esta investigación consideran que las propuestas tienen que radicarse territorialmente, trabajando con la historicidad y ofreciendo capacitación en función del oficio o de la trayectoria que tiene la persona.
En una segunda etapa, el informe se centra en el grupo de jóvenes que están comenzando la Universidad, entre los cuales aparece la figura de la pasantía como iniciación al mundo del trabajo. Pero las pasantías se transformaron en “una nueva forma de relación laboral en negro, sin protección. Se llama ‘pasantía’ a necesidades de empresas telefónicas o de reparticiones municipales, desarticulado de las necesidades del joven”, sostiene Abonizio.
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Uno de los objetivos de esta investigación fue sacar de lo cotidiano el estereotipo de que al joven no le gusta trabajar, que toma un puesto un tiempo y luego lo abandona, que no le interesa. En contraposición a estos supuestos, el trabajo de campo mostró otra realidad: jóvenes en pésimas situaciones salariales, en negro, mucha supervisión, presión y estrés en cuanto al ritmo laboral.