Silvana Lerma es investigadora de la Facultad de Psicología y desde hace veinte años trabaja en el área de violencia contra la mujer de la Residencia Clínica de esa Facultad. De esa experiencia surgió su inquietud por estudiar esta problemática. Cuando comenzó su labor con los estudiantes de sexto año de la carrera, no había tantos programas y este tipo de agresión quedaba invisibilizada dentro de la violencia familiar. Luego, surgió la perspectiva de género para tratar el maltrato en el hogar, en el trabajo y en los efectores de salud, y es cuando comienzan a advertirse “relaciones asimétricas de poder entre varones y mujeres dentro de un contexto sociocultural”, explicó.
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El eje de esta mirada no está puesto en la problemática individual de una relación de pareja, sino que está determinado por una sociedad que transmite el femenino y el masculino con modalidades estereotipadas: los varones con ciertos roles y las mujeres con otros que son complementarios. “Hay hipótesis que plantean que la complementariedad está aceptada y bien vista en la sociedad y se reproduce hacia adentro de las relaciones de pareja. También hay revisiones críticas que indican que no hay identidades masculinas y femeninas cerradas sino heterogeneidad”, indicó la profesional a Argentina Investiga.
Luego, aparece desde el psicoanálisis un cuestionamiento al concepto de identidad: no existe la mujer como única, sino que la constitución psíquica de cada una se da a través de identificaciones revestidas de dinamismo y contradicciones.
El estudio toma aportes de la semiótica, del psicoanálisis y la perspectiva de género para analizar los relatos orales y escritos que las mujeres usan para referirse a sí mismas en el contexto de sus propias historias. Para el estudio la investigadora analiza dos autobiografías: “La energía del alma”, de Laura Villar y “La boluda. Psicología de la mujer de un militar”, de Silvia Kandela Matus. Ellas cuentan retrospectivamente sus relaciones matrimoniales de larga data, a partir de la separación de sus esposos que las maltrataban.
La intención de la psicóloga no es producir un resultado cuantificable, sino formular categorías que surjan de los propios dichos de las mujeres, para realizar algún aporte a los espacios de práctica y políticas públicas.
Justificación y culpa
La investigadora contó que en los relatos se observa una oscilación entre los momentos de justificación del maltrato del varón y otros en los que las mujeres se culpabilizan por lo que sus parejas les hacen. “Justificar el maltrato y culpabilizarse demuestran que no hay una misma manera de sentir y significar el maltrato para una mujer en distintos momentos de la relación y etapas de su vida”, explicó. Y afirmó que esto va a producir diferentes posicionamientos y maneras de nombrar episodios de maltrato, aunque sean visibilizados socialmente como iguales.
“Desde donde habla” nos remite a una posición en el discurso y, por lo tanto, a una hipótesis de que “nada es para siempre”, sostuvo y comentó que en los relatos hay un punto de inflexión en el que las mujeres pueden pasar del mecanismo de justificación y culpabilización a una revisión crítica de la posición anterior, en la que se interrogan acerca de la permanencia durante tanto tiempo en ese estado. También aparece una sensación de implicancia novedosa, de que podría haber otra manera de posicionarse frente al padecimiento. En este sentido, las mujeres mencionan algunos recursos que siempre tuvieron para salir de la situación, como la rebeldía.
“Las dos desean que sus experiencias les sirvan a otras mujeres como ejemplo de que se puede vivir de otra manera, que esa sensación de desaparición que las invade cuando piensan en la separación, no es tal”, expresó.
La ilusión de la completud
La psicóloga detalló que este tipo de relaciones se sostiene en la ilusión de una completud con el varón, como si éste pudiera darles aquello que les falta. Y como el psicoanálisis considera que la falta es el motor del deseo, “estos vínculos son mortíferos”.
Lerma comentó que en los relatos hay referencias al ejercicio de la maternidad: por un lado, una gratificación por ser madres y, por otro, una preocupación por el destino no sólo material, sino psíquico de sus hijos, y por la mirada de éstos sobre la relación. Paralelamente al crecimiento de los hijos, “aparece un fuerte interrogante sobre aquello que quedó pendiente como expectativa personal. Dadas las características de la pareja, esos intereses propios quedaron limitados a los roles de esposa y madre, y en esa etapa surge un deseo de retomarlos”.
Estas mujeres aceptan que la salida de la relación no significó un pasaje a la felicidad y realización personal, sino que implicó “la aceptación de la imposibilidad de la completud”.
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La psicóloga indicó que el punto de inflexión no fue un hecho puntual sino un proceso en el que ellas llegan a aceptar esa imposibilidad y a pensar que el sufrimiento no debe ser eterno, lo pueden elaborar y poner en palabras. “La posibilidad de haber salido fue aceptar que esa completud es imaginaria, no existe, que habrá momentos de mayor acercamiento al bienestar o malestar, pero recuperando la esperanza de establecer relaciones menos mortíferas de intercambio”, concluyó.