Una investigación del departamento de Termodinámica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Nordeste y la Universidad Tecnológica Nacional General Pacheco demostró que los excrementos de perros pueden ser aprovechados para la generación de biogas. Este combustible está formado por metano y dióxido de carbono y puede ser utilizado para calefacción, cocción de alimentos y generación de energía eléctrica.
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Los excrementos caninos abandonados en la vía pública son un factor de contaminación urbana porque “se trata de un residuo infeccioso que, además de ser transmisor de enfermedades que afectan a la salud humana y a la de animales, afecta también a otros aspectos que hacen a la calidad de vida de la población, dado que son fuente de malos olores y efectos visuales, provocan conflictos entre vecinos, favorecen el desarrollo de moscas, etcétera”, señaló a InfoUniversidades el licenciado Martín Calandra, a cargo del proyecto de investigación. “Con el tiempo, las heces se secan y se dispersan y ya no las vemos ni las olemos. Sin embargo, la contaminación persiste, ya que los huevos de parásitos transportados por ellas pueden llegar a vivir por varios meses”, agregó.
Las pruebas fueron desarrolladas en el laboratorio de Ensayos del Grupo de Investigación de Energías Renovables (GIDER), que trabaja en el tema de digestión orgánica desde hace casi una década, y depende del departamento de Termodinámica de la Facultad de Ingeniería de la UNNE, de reconocida experiencia en trabajos sobre biodigestión.
“Se utilizó el biodigestor plástico de carga única tipo batch de 20 litros de capacidad, calefaccionado mediante serpentina externa de agua caliente -explica el ingeniero Martina, integrante del GIDER-, se cargó el biodigestor con 730 gramos de heces de perros alimentados con alimento balanceado (condición para llevar adelante el ensayo) y con agua. Se cerró el tacho y enseguida comenzó el proceso de biodigestión, produciéndose una cantidad apreciable de biogas”.
Con respecto a cómo la materia fecal canina se convierte en biogas, Martina señaló que “las bacterias anaeróbicas (sin oxígeno) y que son las que se encuentran dentro del biodigestor, descomponen la materia orgánica y la transforman en metano y dióxido de carbono. Este proceso físico-químico es muy complejo, tarda varios días, es gradual y depende de varios factores, como la temperatura; el ph; el tipo de materia orgánica (carne podrida, bostas, orines, restos de comida, etcétera)”, enumeró. Las heces caninas mantienen una buena relación de carbono-nitrógeno, lo que generó la posibilidad de usarlas como materia prima para la elaboración del combustible.
Realizado entre el 26 de octubre y el 10 de noviembre de 2009, el ensayo fue sólo uno y, durante esos días, el biodigestor se llenó con heces y agua, se cerró y empezó a generar gas, hasta el 10 de noviembre que no produjo más. Como resultado de la prueba, se logró la producción de 55,58 gramos de biogas por cada kilo de bosta canina. “Este valor se considera satisfactorio ya que el insumo -heces del perro- es abundante y gratuito”, resaltó el investigador. El primer ensayo permite ser optimista y abre las puertas a otros de mayor duración y envergadura.
La zona de estudio elegida fue la Ciudad de Buenos Aires. “Nuestro primer objetivo fue estimar el nivel de contaminación actual, por lo que, además de relevar las estadísticas disponibles, nos apoyamos en encuestas y mediciones que realizamos en el ámbito de esta ciudad”, recordó Calandra. Las encuestas también permitieron saber el grado de conocimiento de los propietarios sobre las enfermedades asociadas a la materia fecal de sus mascotas; sobre la legislación vigente al respecto; su percepción acerca de si cree que va a ser controlado o multado; su predisposición a participar en campañas que promuevan la recolección de este residuo, entre otros puntos.
La ciudad metropolitana fue seleccionada para el análisis debido a su alta densidad de población, una gran cantidad de mascotas (1 perro cada 7,4 habitantes, siendo lo aconsejado por la OMS 1 cada 10 habitantes) y muy pocos espacios con zonas verdes, donde las heces se concentran. Con este escenario, la población más vulnerable son los niños, en especial, en edades que rondan los 4 años, por los hábitos propios de jugar al aire libre la mayor parte del tiempo y mantener un estrecho contacto con el suelo.
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A partir de que los resultados obtenidos en el ensayo fueron óptimos se analiza la posibilidad de presentar este proyecto al ministerio de Ambiente y Espacio público de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.