Dentro de las nuevas líneas artísticas (tanto visuales como sonoras) que iniciaron su desarrollo en la segunda mitad del siglo pasado, existe una corriente estética que se refiere a las obras en sitios específicos. Entendemos como creación en sitios específicos a aquellas que toman en cuenta en forma integral el espacio elegido para su presentación. Según Liut (2009a) esta integralidad implica no solo atender aspectos topológicos de un espacio sino también su carga simbólica y la relación que este lugar tiene con la comunidad que lo habita o transita. Sin duda, las características acústicas de un lugar específico serán parte importante de esta integración del espacio, más aun si se trata de una obra que utiliza el sonido como actor principal.
Cada espacio tiene una arquitectura sonora característica (Blesser y Slater 2006), la cual se convierte en uno de los materiales a trabajar, controlar, analizar y modelar. En muchos casos se trabaja directamente con las cualidades que estos espacios imprimen en los sonidos, pero otras veces se intenta transformar estas características. Con el advenimiento de las nuevas tecnologías es posible realizar varias tareas que en otros momentos de la historia hubiesen sido imposibles. Gracias al desarrollo de micrófonos, computadoras, placas de sonido, software y sensores, y al poder de trabajar con la información sonora en tiempo real (llámese a esto por ejemplo, poder capturar un sonido, transformarlo en el espectro de frecuencias, en
intensidad o en el tiempo y reproducirlo un retraso casi imperceptible para el oído humano) es posible capturar las características acústicas de determinados materiales o espacios, y construir, espacializar o deconstruir estos espacios de formas simples o complejas. De esta manera el espacio sonoro se convierte en un bien que puede ser tratado como un elemento estructurante de la música, como lo son el ritmo, el timbre y la altura.